¿Es necesaria o un estorbo la moral en la política?

Montaje con una imagen de Maquiavelo. / Mundiario
Una imagen de Maquiavelo en la política española. / Mundiario
Desde Maquiavelo hasta el presente, la moral ha sido un incómodo equipaje de la política. / Artículo para la edición especial del X aniversario de MUNDIARIO.
¿Es necesaria o un estorbo la moral en la política?

A lo largo de su vida política, el doctor Pedro Sánchez, ya fuera desde la tribuna del Congreso de los Diputados, ya en entrevistas o coloquios en las televisiones, ya en actos públicos de partido o campaña electoral, ha aludido repetidamente a que se considera un hombre de principios que rigen su vida pública, que para él existen líneas rojas intraspasables (mensaje que repiten sus más directos colaboradores, como bases morales de su actuación) y sobre todo que siempre cumple su palabra. Es ocioso comprobar ahora que la realidad cotidiana no confirma que tales ideas hayan alimentado su etapa de Gobierno, al menos hasta ahora, en cuestiones fundamentales del Estado, dada la abismal distancia entre lo dicho y lo hecho. Es más, este hecho ha llevado a concluir como halago a su pragmatismo por parte de algunos de sus más directos partidarios que su mérito reside en que “no se siente concernido por sus palabras, sino por sus objetivos”.

Ante esta evidencia se pueden adoptar dos posturas: una alimentada en la aceptación de que en política la mentira forma parte del repertorio ordinario de sus acciones, o si se quiere teñirla de humor, citando a Groucho Marx (“Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”) o profundizar en el análisis crítico sobre hasta qué punto admitiremos que el cinismo forma parte del equipaje obligado del político. Claro que el asunto se complica, si recordamos aquello que dijera el fundador del partido del que Pedro Sánchez es ahora secretario general, por cuanto reclamaba que fuera el buen ejemplo el camino para lograr adeptos.

Tirando por elevación, ¿podemos considerar que debe existir o es exigible una moral pública conforme a determinados principios, por parte de quienes dirigen el Estado, cuando precisamente los invocan? En un denso trabajo reflexivo al respecto, Hebert Gatto,  doctor en Derecho y Ciencias Sociales, ensayista, exprofesor de Ciencias Políticas de la Universidad de la República de Uruguay, columnista del diario El País y uno de los referentes más citados por los estudiosos de la filosofía política,  dice que en ocasiones se produce un modo de actuar “que desvirtúa lo específico de la moral que radica en la voluntariedad del cumplimiento de sus reglas y, por consiguiente, en la pluralidad de sus manifestaciones”. Apunta este estudioso de la necesidad de que la sociedad sepa entender, valorar y no aceptar, en su caso, los comportamientos amorales. No obstante, pese a la precisión de sus palabras, la cuestión se complica a la hora de definir lo que es amoral de lo que es inmoral.

El amoral, simplemente no reconoce que existan reglas; pero el inmoral sí que sabe que existen esas reglas, e incluso llega a invocarlas como principios rectores de su actuación, y luego simplemente no las cumple o las ignora. No se sabría distinguir cuál de las dos actitudes es más perniciosa.

Gatto va más allá en sus análisis y se refiere a la vecindad entre Moral y Derecho, como herramientas necesarias a lo que llama “el control social” en cuanto a que una sociedad moderna y democrática precisa de ambos elementos, avanzando en el camino del progreso en la secularización de la moral tradicional hacia una moral social. En la historia de la Humanidad han sido y son frecuentes los comportamientos de políticos diversos que parecen discípulos de la doctrina filosófica fundada por Antístenes (siglo V a. C.) que se caracteriza por el rechazo de los convencionalismos sociales y de la moral comúnmente admitida. En ese sentido, es curioso constatar que la sociedad admite y acepta como cosa normal la exageración como elemento de la publicidad comercial y el embuste de los políticos, hasta el extremo de que alguien tan poco sospechoso como Tierno Galván llegó a decir que no todo lo que se dice en una campaña electoral se tiene la intención o la consciente capacidad para cumplirlo.

De todos modos, en estos días que vivimos, las mentiras de los políticos, como algo normal, han recibido inesperado apoyo, como el de la psicóloga Claudia Castro Campos en su Estudio cognitivo de la mentira humana, quien concluye que todo el mundo, en algún momento del día, dice algo que no es totalmente cierto. Pero en los políticos en general, el uso de la mentira es algo más que un mero recurso dialéctico, y los ciudadanos deben ser conscientes de ello y filtrar lo que escuchan y leen. Tenemos ahora el recurso de las hemerotecas y el acceso digital a todo tipo de documentos, pero vemos que como en el caso mencionado, sin el menor pudor los que ayer dijeron enfáticamente una cosa ahora hacen la contraria, sin ni tan siquiera molestarse en explicar el por qué.

Fragor de campaña. / RR SS
Fragor de campaña. / RR SS

La moral en la vida colectiva

Gatto viene a confortarnos ante la situación que padecemos y nos enseña que “la política conceptualiza un tipo específico de actividad humana;  la dirigida a la moral por su parte, constituye desde el punto de vista formal, un conjunto de principios evaluativo-prescriptivos de toda conducta humana y de sus diferentes objetivaciones (normas, costumbres, instituciones, estados, etc.). Es un orden que dice lo que es justo o correcto y en ése decir, implícitamente, ordena conductas. Sin la moral, de allí su importancia, sería imposible cualquier rudimento de vida colectiva”. Lamentablemente parece que, en el caso específico de España nos movemos en un plano puramente teórico. En otros países, un ministro tiene que dimitir cuando es pillado en una mentira flagrante o, como se ha dado el caso, se descubre que ha plagiado un texto en una tesis doctoral.

Y para marcar bien la diferencia entre política y moral, que a nosotros nos viene bien separar, o nos vendría bien, quiero decir, el ensayista uruguayo nos previene de que la moral es incondicional, en tanto que la política sirve a ciertas conductas dirigidas a una finalidad específica (la constitución del orden colectivo) o a institucionalizaciones o sujetos de ellas (parlamentos, normas o partidos entre otros). Y añade: “Mientras la moral -aquí únicamente analizamos la moral social o pública- desde un punto de vista formal, se presenta como un conjunto de principios, enunciados, juicios o máximas sobre la justicia, aplicables a todas las conductas humanas. Cualesquiera que sean sus finalidades o motivaciones. Con el agregado que tales juicios y máximas morales -desde la calificación de una conducta hasta la valoración de un personaje- requieren para su obligatoriedad, de la conformidad, libremente otorgada y por tanto autónoma, de todos los implicados en sus efectos”.

Un mitin en la calle. / RR SS
Un mitin en la calle. / RR SS

Cabe preguntarnos, en el caso de España, hasta dónde ha llegado el adormecimiento o la aceptación de la amoralidad política por parte de la sociedad ante ejemplos tan evidentes como el citado y otros, fenómeno que tiene respuestas diferentes en otras sociedades democráticas de nuestro entorno.

Las decisiones de la política, del poder, nos afectan a todos en nuestra vida cotidiana a través de los elementos que sustentan el Estado, véase el ejemplo de una reforma del Código Penal y sus efectos. Pero dentro de ese ámbito, hay actos previos que luego se traducen en decisiones políticas, y ahí surge el problema de la amoralidad y el cinismo. Porque como ya se dijera, la mentira es especialmente útil, cuando simplemente decir la verdad es peligroso.

Bien es cierto que, desde Maquiavelo hasta el presente, la moral ha sido un incómodo equipaje de la política. Los que justifican que se prescinda de todo principio moral, se apoyan en la utilidad inmediata de las acciones y objetivos de la política, de los efectos de la responsabilidad pública. Parece, empero, que Maquiavelo tiene hoy más seguidores de los que creyéramos. El ilustre florentino entendía que la política, como instrumento, no tenía por qué sujetarse a unos determinados valores morales. Quizá el que escribió, como loa a Pedro Sánchez que “no se siente concernido por sus palabras, sino por sus objetivos” estaba convencido de ello. @mundiario

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