Perpetua para una sociedad equivocada

Condena. / RR SS.
Condena. / RR SS.
Mataron a golpes a un chico de dieciocho años. Un grupo de jóvenes entre dieciocho y veintiuno fueron condenados recientemente a cadena perpetua como autores del crimen.
Perpetua para una sociedad equivocada

El hecho ocurrió en la costa atlántica de la provincia de Buenos Aires, en una ciudad balnearia llamada Villa Gesell, hace tres años.

Los agresores tenían en común: la amistad, la familia y el rugby.  En enero de 2020 sus padres les alquilaron un par de habitaciones en un chalet de dos plantas destinado a jóvenes y estudiantes en el verano. Ya desde 2013 eran frecuentes las quejas de los vecinos por episodios de ruidos, chicos alcoholizados, fiestas hasta la madrugada en esa casa. Sus padres lo habrán pagado encantados de darles ese gusto a sus hijos, tan deportistas y rebosantes de salud. 

La víctima había viajado por cuatro días al balneario y se hospedaba en la casa de su novia para festejar juntos el primer aniversario de su relación. Era hijo de inmigrantes paraguayos que, con esfuerzo, lo habían ayudado a costear sus estudios y estaba listo por empezar la carrera de Derecho. El adolescente se merecía el premio de pasar esos días solo en la costa, divertirse. Tenía dieciocho años.

La noche fatal coincidieron todos en un boliche bailable, atestado de gente, en pleno mes de enero, el tope del verano en Argentina.

Un amigo de la víctima  que llevaba un trago en la mano tropezó con uno del grupo de rugbiers y le manchó la ropa. Se armó la gresca. La víctima salió en defensa de su amigo. Los patovicas del boliche sacaron a empujones del local a los rugbiers y por otra puerta salió la víctima. Una vez afuera, cruzó para reunirse con sus amigos a tomar un helado.

Eran las 4.30am. ¿Mucho consumo de alcohol, drogas? El caso es que la banda enardecida buscó a los chiquilines, los encontró y se les fue encima,  por la espalda. El chico que iba a festejar al día siguiente con su novia, fue atacado a golpes y patadas por ocho de los de la banda de deportistas hasta dejarlo inconsciente. Asustados, huyeron. A cien metros se dieron un abrazo. No se sabe si de triunfo o fue un “todos para uno, uno para todos, pase lo que pase”. Todo está filmado por cámaras de seguridad.

Llegó la policía y la ambulancia que se llevó al chiquilín. Murió minutos después en el hospital.

Los culpables, después del abrazo, volvieron a su residencia donde fueron detenidos al día siguiente.

Estuvieron presos estos tres años. Se acaba de conocer la sentencia: cadena perpetua para cinco de ellos y quince años para los otros tres. El fiscal va a apelar: él, los padres de la víctima y el pueblo argentino pide  perpetua para todos.

Mientras, los adolescentes de hoy siguen veraneando solos en la costa. Sus padres les alquilan una vivienda para pasar fines de semana o temporadas con grupos de amigos. Eso es vivir la juventud: libres, sin vigilancia de adultos. Consumir alcohol sin límites, tal vez drogarse, sin pasarse a mayores, “¿para qué preocupar a papá y mamá?”.

Los padres de los rugbiers, convencidos de que el deporte es salud física y mental, y que este en especial es cuna de compañerismo y unión, se relajan, no quieren ver cuántas veces esos chicos vienen metiéndose en peleas donde hacen valer su fuerza y su poder sobre los más débiles. Los sostienen económicamente porque recién están dejando la adolescencia y se merecen un buen verano. ¿Cuándo si no lo hacen ahora que son jóvenes?

Hoy tenemos a un casi niño que no volverá jamás aunque sus asesinos se pudran en la cárcel.

Y a un grupo de casi adolescentes asesinos condenados a cadena perpetua. Se terminó su vida.

No puedo dejar de estar en el cuerpo de los padres y de los abuelos de todos ellos. Recuerdo ese debate interior entre ser demasiado rígidos o demasiado permisivos. Fui madre de hijas adolescentes en los ochenta. Tengo ahora un nieto de la edad de estos chicos. Me desgarro imaginándolo muerto a golpes. Me desgarro también viéndolo pudrirse en la cárcel. ¿Dónde están los adultos cuando esto pasa? ¿Dónde estuvieron mientras esta violencia se fue cultivando?

Se hizo justicia. Es ejemplificador. Nos lleva a replantearnos toda la educación de los niños. Todavía hay padres que cuando apenas están en la escuela primaria, les dicen a sus hijos varones: “Si te pegan, devolveles, no seas boludo, defendete solo”. Tienen miedo de que no se hagan machos. De que necesiten siempre a un papá o mamá que los saque de apuros. “A golpes se hacen los hombres”. Todavía hay padres que festejan las salidas nocturnas de sus hijos hasta el amanecer y que vuelvan borrachos como cubas. Todavía hay padres que sustentan económicamente este tipo de escapadas de fin de semana o vacaciones sin control. Todavía hay padres que se ríen cuando su hijo que apenas sale del cascarón a la vida dice: “¡Si me lo hacen a mí, los cago a trompadas!”. Todavía hay entrenadores que eligen palabras como estas para estimular a los jugadores antes de salir a la cancha: “Dale, fiera, salí a la cancha a matar, animal!”. Todavía hay festejos de iniciación donde a un jugador se le corta el pelo y se le muerde un glúteo que lo deja paralizado cuatro días. Todavía hay padres que creen que a los dieciocho años su hijo puede salir a la vida sin su protección. Todavía hay padres que usan expresiones como “¡Negro de mierda!”, que sus hijos repiten.

Somos todos responsables. Cadena perpetua para familias encubridoras, para entrenadores, tutores y padres incitadores a la violencia, para los que no quieren ver, para toda una sociedad equivocada. @mundiario

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