Feijóo busca objetivos poco compatibles: seducir al electorado socialista y no descartar una coalición con Vox

Cuando se pusieron en circulación los términos "gobierno Frankenstein" y/o "mayoría parlamentaria Frankenstein", algunos portavoces y opinadores creyeron haber encontrado una herramienta retórica de gran utilidad para la batalla publicitaria. Inspirándose en la expresión inventada en su momento por Alfredo Pérez Rubalcaba, quisieron subrayar la supuesta anomalía del sistema de alianzas surgido a partir de los resultados registrados en las dos consultas celebradas en el año 2019 para establecer una conclusión relevante: la falta de legitimidad del gobierno constituido con semejantes apoyos políticos en las Cortes Generales del Estado.
Si hubiésemos tenido que describir, mediante un recurso metafórico breve, lo sucedido en las últimas semanas en el gobierno de Castilla y León a propósito de las medidas anunciadas para limitar el ejercicio del derecho al aborto por las mujeres de aquella Comunidad podríamos recurrir a los ejemplos de surrealismo que ofrece la filmografía de los hermanos Marx. La imagen del vicepresidente de Vox informando de la aprobación de un protocolo -en presencia del miembro del PP que desempeña la labor de portavoz gubernamental- y el posterior desmentido "en diferido" del presidente de la Junta, nos hizo recordar algunas escenas inolvidables de Groucho Marx aunque carentes de la calidad interpretativa de aquellos genios del humor.
Cuando se constituyó el gobierno de coalición entre PSOE y UP hubo muchos análisis realizados desde el universo de la derecha que cuestionaban la viabilidad de una experiencia que, además de la gestión de la propia heterogeneidad de los idearios de las fuerzas asociadas, requería un continuado acuerdo con otras formaciones parlamentarias que habían posibilitado la investidura de Pedro Sánchez. Cuando se certificó la existencia de la pandemia de la covid y, mas recientemente, explotó el grave conflicto derivado de la intervención de Putin en Ucrania, crecieron las dudas sobre la capacidad del equipo gubernamental para hacer frente a semejantes desafíos.
En el mismo espacio temporal -los últimos tres años- se registraron dos crisis significativas en el ámbito de la política institucional: la ruptura de los bipartitos del PP con Ciudadanos en la Comunidad de Madrid y en la de Castilla y León, con la consiguiente convocatoria electoral anticipada. Si a eso añadimos la no aprobación de los presupuestos en la Asamblea y en el ayuntamiento de Madrid a causa de los desacuerdos entre Vox y el PP, la conclusión resulta evidente: los mismos que utilizaron reiteradamente la metáfora de Rubalcaba para cuestionar la solvencia y la legitimidad del gobierno del Estado no fueron capaces de asegurar la gobernabilidad de las instituciones que tenían entre sus propias manos.
Los sectores que apoyan al PP mantienen una continuada campaña de amplificación de todas las diferencias -sean mas o menos importantes- entre las fuerzas que conforman la actual mayoría del Congreso de los Diputados para demostrar la supuesta anomalía democrática en la que estamos instalados desde enero de 2020. Al mismo tiempo, minusvaloran los enfrentamientos entre el PP y Vox para no arruinar las expectativas de una futura coalición entre ambas fuerzas que permita el acceso de Alberto Núñez Feijóo a la Moncloa. Con ese propósito, afirmaron que la reciente concentración celebrada en la plaza madrileña de Cibeles fue una movilización de "constitucionalistas" para defender el sistema democrático frente a las amenazas de Pedro Sánchez y sus aliados. Por supuesto, Abascal forma parte de ese singular club en el que se reserva el derecho de admisión para todos aquellos grupos políticos que cometieron el pecado original de permitir el nacimiento del actual gobierno de coalición.
Alberto Núñez Feijóo busca dos objetivos poco compatibles: seducir a una parte del electorado socialista mediante una apelación a la imagen creada por su pasado reciente como presidente de la Xunta y, al mismo tiempo, no descartar una futura coalición con Vox para captar a una parte de sus votantes. Sabe que las mayorías absolutas que alcanzó en el territorio gallego no van a existir en las próximas citas electorales y tampoco desconoce que pactar con la ultraderecha significa aceptar la colaboración con quien rechaza la legislación sobre el aborto, sobre la violencia de género y promueve campañas de odio contra los inmigrantes. Por no hablar de su proclamada intención de ilegalizar a las formaciones nacionalistas de Euskadi, Cataluña y Galicia.
En su carrera política, Núñez Feijóo no puede acreditar experiencia en la dirección de ejecutivos de coalición. Nunca tuvo que repartir el poder, excepto con la familia Baltar. Tal vez por eso, en muchas ocasiones, emite señales de que padece un notable malestar ante la perspectiva de compartir los asientos gubernamentales con el grupo de Abascal. @mundiario