El uso del marketing de marca para vender la imagen de la monarquía

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Una señora besa la mano de su rey
El calculado gesto "espontáneo" de Carlos III para acercase a las masas, un ejemplo de marketing efectivo.
El uso del marketing de marca para vender la imagen de la monarquía

Entre la variada serie de tonterías que estos días pasados hemos escuchado en las televisiones con motivo de las interminables exequias de la reina Isabel II del Reino Unido ha proliferado la frase “romper el protocolo”. Casi siempre se referían a bien calculado efecto de gestos de imagen, o sea, de marketing para influir en la mente de los vecinos, dentro de lo que se denomina “el imaginario monárquico”. Uno de esos gestos fue el acercamiento del nuevo monarca inglés a las gentes que aclamaban a su madre, de modo aparentemente informal, sencillo, próximo, cercano.

Se trataba, según el itinerario previsto, que “se rompía el protocolo” de las rígidas ceremonias oficiales que hemos tenido que soportar, en tanto llevaban los despojos de la reina de aquí para allá. Creo yo que, ya puestos hasta podrían darle una vuelta por la colonia de Gibraltar, que ellos incluyen dentro del territorio ultramarino. Pues bien, en el acercamiento de Carlos III a las gentes no se rompió protocolo alguno, pues en todo caso, el falsísimo acto espontáneo, era simplemente una previsión simplemente pautada y calculada, como se hace en publicidad y marketing para lograr un efecto en la audiencia.

Y dale que te pego con lo del “protocolo”, palabra hoy lamentablemente extendida como salta a la vista para referirse a otras actividades y fines que nada tienen que ver con el concepto mismo de este término, en cuanto a regla establecida como norma, uso o costumbre para el desarrollo de un acto o ceremonia constituido sobre referentes simbólicos con significado específico en sí mismo. Sabemos ahora que, dentro de los objetivos de aprovechamiento de las largas transmisiones del paseo de aquí para allá de la longeva reina se estudia cuáles fueron las secuencias de mayor pico de audiencia en el mundo, imágenes que va a ser reproducidas de nuevo en la serie de secuelas que nos esperan.

Pero lo peor, a mi entender, no fue el abuso hasta el hartazgo de lo que se ha proyectado, sino el trato de paletos admirados que le han dedicado nuestros medios audiovisuales, acompañados de análisis, peroratas y recetas de pretendidos expertos contertulios que han rivalizado en decir simplezas. Debo confesar que, personalmente, me ha parecido lo más divertido de esta historia.

Bueno, debo precisar, que también me han encantado los comentarios sobre los atuendos de la reina Ortiz, y sobre todo, la serie de conjeturas, análisis, conclusiones y juicios sobre la transcendental foto de las dos personas a las que se mantiene el tratamiento honorífico de reyes (que no reyes eméritos) al lado de nuestro joven Capeto y su consorte.

La parroquia monárquica ha rivalizado en dedicar loas al encuentro del viajero en Abu Dabi con su abandonada esposa que, simplemente, se han portado como personas educadas. ¿Qué otra cosa cabía en aquella escena de falsa apariencia? Como he dicho en otras ocasiones, la monarquía tiene que alimentar las ficciones sobre sí misma. Y en eso, los Bourbones han sido maestros a lo largo de la historia, como cuando el pobre Francisco de Asís presentaba en bandeja de plata a la Corte como propio el hijo que había engendrado otro en su prolija esposa y prima. De esa bandeja procede la línea que el general Franco repuso en el trono. @mundiario

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