Cien mil muertos no son suficientes

Prueba de covid-19. / Pexels.
Prueba de covid-19. / Pexels.

No es hastío ni aburrimiento. Es la casta quien olvida a los fallecidos por covid y presume de las vidas salvadas. Nunca antes tuvimos en la historia moderna tal número de bajas por un apocalipsis en  la gestión pública.

Cien mil muertos no son suficientes

Más de cien mil fallecidos por covid no son suficientes. Son muchos más a falta de estadísticas fiables. Puede que sean 130 o 160.000. No interesa su rigurosidad numérica. Son insuficientes para recordarlos a todas horas en las acciones de gobierno y en la mente de la sociedad entera. Por contra, se banaliza, se frivoliza y se ensalza las fiestorras, los botellones y las constantes contradicciones de las autoridades para gestionar la pandemia y sus consecuencias.

Cien mil muertos no son suficientes para dejar de jugar con la muerte, recordarnos que el bicho es letal, que mata al más débil sin saber a ciencia cierta si podemos llegar a ser el siguiente. Mascarillas no, luego sí, luego no se sabe, lo mismo con las vacunas, los tests, restricciones, confinamientos  y demás medidas preventivas. La pasta de la economía vale más que los muertos y ante todo, más que rendir culto y respeto a más de 100.000 muertos, la cifra más escandalosa en nuestra historia moderna.  Pero no. Hay que pasárselo bien. Cueste lo que cueste y sin preservativo. Una buena juerga tras la continencia bien vale arriesgar la vida propia y de inocentes.

Pero los 100.000 muertos son insuficientes, porque como dice el gobierno, qué son frente al casi medio millón de vidas humanas salvadas. Jamás se ha visto tal osadía pública en otros dirigentes occidentales que presuman de haber salvado vidas cuando la pandemia está diezmando la población del planeta. Sin ir más lejos, EE.UU. ya contabiliza más bajas por la COVID que por la II Guerra Mundial y a nadie allí se le ha ocurrido ensalzar las vidas que  deja con vida. Tampoco las biografías de Churchill y Roosevelt cuentan las vidas que salvaron de la barbarie nazi. Solo al contrario la propaganda de los dictadores comunistas. 

Pero en España sí. Y sacamos pecho del apocalipsis legislativo, de los 17 reinos de taifas, de los dilemas que se dirimen en los tribunales para dar o no la razón a los poderes políticos escondidos bajo unos expertos científicos inexistentes. Presumir de las vidas salvadas es de un cinismo antropomórfico inusitado en medio de una pandemia global. Pero tenemos a la opinión pública y medios de comunicación anestesiados totalmente, con respiradores asistidos desde la propaganda oficial y sin espíritu crítico.

Y sin embargo, 100.000 muertos no son suficientes para recordar la memoria histórica. Muchos menos sí hace 80 años para  desenterrar cunetas y valles  durante la guerra civil. Hubo un tiempo que nos debatimos por la cifra de víctimas durante la contienda civil española: entre los 300.000 según algunos cálculos oficiales y el millón de muertos que dio origen a la novela de Jose María Gironella. Pues aún así, nunca antes banalizamos a los muertos como ahora con la pandemia. Para la guerra civil sí hay memoria, para la COVID hay desmemoria.

100.000 muertos nos son suficientes para mirar a nuestras conciencias y preguntarnos por qué todas esas muertes, y sobre todo por qué no rectificamos la conducta colectiva e individual. No será la última pandemia pero en la propaganda nos llenamos la boca de homenajes y aplausos a la clase sanitaria, aunque cuando menos  lo espera, les damos un puntapiés y los despedimos de los hospitales sometiendo a una nueva tensión a la sanidad pública. 

En algunos casos porque la COVID sabe idiomas (menos catalán y vasco) y los sanitarios en aquellas comunidades sin dominio de las lenguas locales tienen dificultades de encontrar plaza si no son de la cuerda indepe. Se conoce que cuando entuban a los pacientes inconscientes por COVID el sanitario de turno tiene que saber susurrarle algo en vascuence o catalán para que no nos deje. La reforma laboral debería emular a los sanitarios chinos. En vez de pagarles por atender a los enfermos, lo hacen por salvar vidas humanas. 

Más de 100.00 muertos no son suficientes para los negacionistas en todo. Hay quienes niegan la historia y la tergiversan según interesa para alimentar artificialmente unas ansias descosidas soberanistas en medio de la pandemia. También hay quienes niegan el cambio climático y se consuelan aludiendo a los ciclos climáticos normales del planeta. O aquellos otros que deniegan las transfusiones de sangre para salvar vidas humanas o los que niegan la ciencia, la violencia de todo tipo, la crisis económica, los permanentes embustes, los suspensos en la escuela y hasta  el aire que respiramos. Si ellos mienten, por qué no lo van a hacer el resto de la plebe. Si algunos plagian tesis y se inventan másteres para lucir curriculum, qué no harán las generaciones venideras emulando tan vil picaresca por salir adelante, encontrar novia o solicitar un crédito.

 Negamos recursos económicos a los más necesitados de la exclusión social, pero despilfarramos con chiringuitos, carteras ministeriales y legión de asesores sin bachiller faltos de contenido y recurrentes a ocurrencias garzonas. Eso sí a los licenciados con idiomas los mandamos a servir como camareros o a cuidar mascotas

También están los que  niegan la enseñanza en español dentro de todo el territorio nacional. O la descontrolada subida de la luz como potenciador de la espiral inflacionista y de la pobreza energética que ha dejado de existir pese a subir el 200%.

EL “APOCALIPSIS ABURRIDO” QUE BAJA LA GUARDIA

Hay negacionistas que son contagiosos de la austeridad que demanda los tiempos actuales y otros que contrariamente viven en la lujuria del gasto público. “Porque el dinero público no es de nadie”. La negación de una ley de pandemia en el fondo es no dar la razón a los más de 100.000 muertos aunque sea una demanda de la enclenque oposición. Aunque no venga al caso, negamos a Dios pero nos regocijamos de las fiestas cristianas en el calendario en un estado laico y aconfesional. 

Pero los muertos son otra cosa. Un pecado venial, que pasa pronto de pantalla como las escasas imágenes de las morgues masificadas. Porque es lo último que interesa retener en la retina, con la complicidad de la prensa del Movimiento. Si cuentas muertos no hay subvenciones. Qué se creen. Los muertos del franquismo viven hoy de las subvenciones del mismo saco, de lo contrario, no habría tema.

A los 100.000 muertos olvidados les pasará lo mismo que a las víctimas del terremoto de Lorca o los más de 2.000 damnificados por el volcán de La Palma, cuyas promesas de ayudas llegarán cuando las ranas críen pelo. Los muertos no, pero las vidas salvadas por el comando en cubierta de la COVID fueron el mejor reclamo publicista inventado por el ex asesor de la Moncloa, Iván Redondo. Y si no fue de él, como si lo fuere, porque olvidados están y hemos pasado a historias menores para ocultar el drama y la tragedia vestidas de empatía social. Bienvenidos pues al “apocalipsis aburrido”, que en opinión de investigadores daneses ante tantas alarmas permanentes solemos terminar bajando la guardia. Será eso, cosas del aburrimiento pandémico, que los muertos ya nunca resucitarán y se esfuman del recuerdo colectivo. @mundiario

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