Una adaptación política "a la gallega"
Hace muchos años Josep Plá me fue presentado en Barcelona, y, al conocer mi condición de gallego me comentó con socarronería: “Es la tuya una tierra maravillosa, allí es más importante que las leyes o que las normas, tener buenos amigos…” Fraga ya lo sabía por viejo, y Feijóo lo aprendió enseguida por imitación…
El “turnismo” del siglo XIX de Cánovas y Sagasta funcionó como sabemos muy bien en Galicia. También funcionó en la Galicia de finales del siglo XX y hasta fechas recientes del XXI un modelo parecido, pero limitado básicamente al PP gallego. Los grandes caciques de antaño son, más o menos, los barones políticos de hoy, bien es cierto que con un aspecto mucho más democrático.
Unos son los auténticos, y otros aficionados generalmente de otras formaciones políticas, aunque más de uno de estos últimos se está poniendo al día.
El presidente Fraga Iribarne, admirador de aquel sistema, lo trasplantó y perfeccionó localmente: para ello se vistió con el ropaje galleguista utilizando la lengua paterna entre “bagoas” identitarias, y fue quién creó un neo-caciquismo influyente en esta comunidad.
Resolver problemas, o construir algo, quedó limitado, localmente, a las decisiones de sus barones, y hasta a las de los barones del PSdG y otros, a los que ayudó complacido con gestos paternalistas en muchos casos, para venderles sus decisiones en la Xunta, a cambio eso sí, de sumisión, pleitesía y compartir o encabezar con ellos los progresos y las obras.
Fraga se limitó a reinar en Galicia sin molestar internamente demasiado a sus colaboradores, mientras exigía y demandaba al Gobierno de España, especialmente al PSOE, fondos FEDER (autovías), e interterritoriales, y entre tanto legislaba en “su” parlamento gallego leyes y normas, a su conveniencia y a la perpetuidad política del PP, reforzando todo ello con una descarada propaganda y control sobre la TVG y los medios de comunicación gallegos, entre una cierta complacencia de Felipe González y el reconocimiento de propios y extraños.
Este esquema le bastó para conseguir varias mayorías electorales gallegas entre aleluyas, admiradores, romerías con mucho pulpo, gaitas, y recuerdos culturales desde Rosalía a Castelao.
Fraga repetía con frecuencia un deseo en el que creía: ser un padre de la patria, y quizás, esto lo doy por supuesto, reposar un día entre los gallegos ilustres en el Panteón de Santo Domingo de Bonaval.
Feijóo se limitó, como buen discípulo, a copiar el sistema clientelar, pero con más suavidad en las formas y rodeándose de colaboradores de perfil bajo para evitar negras sombras de aspirantes ambiciosos, situando en el territorio, sobre todo rururbano, a sus propios proveedores, sabiendo apropiarse él también, de los logros de unos y otros como propios, y ya de paso de los éxitos del gobierno de España, con la siempre inestimable ayuda mediática para solapar los avances positivos de unos y los otros.
Reinó Feijóo aquí sin cambiar igual que Fraga casi nada, pero sabiendo repartir fuera de esta tierra consejos a gobiernos ajenos a su formación política en Madrid. Y, ganó de esta forma, fama de hombre sensato, prudente, de político buen gestor, de hombre de Estado, al que el contacto con amistades peligrosas o muchas de sus promesas incumplidas en Galicia, no afectó, ni afecta, su apariencia de buen hacer.
Ahora, desde su nuevo estatus, tratará de aprovechar esa imagen personal y la profunda crisis social y económica española, para, subido a la ola del descontento por sectores, impartir, mientras no gobierne, recetas, y soluciones simples a los problemas de todos y para cada uno de nosotros. Fórmula esta que unos politólogos denominan populismo-liberal y otros simplemente pragmatismo.
Lo primero, le permite darse la mano en caso de necesidad con Vox, y lo segundo pasar por europeísta caso de no necesitar ese apoyo.
Más tarde, si llega a gobernar, intentará adaptar el modelo gallego a toda España: dejando hacer a otros y molestando lo menos posible a los poderosos. Es decir, procurando no reformar nada que no le interese, pero hablando y pensando además de en gallego, en vascuence, catalán, o andaluz a conveniencia y gusto del elector de cada comunidad, y olvidando repentinamente lo que estando en la oposición propuso, salvo aquello que le exijan los que de verdad mandan en nuestro país. O sea, repartiendo un poco de poder, pero quedándose con el BOE para él solo.
¡Y le puede funcionar muy bien porque conoce mejor que nadie las políticas probadas a pequeña escala en su tierra! @mundiario