Una adaptación política "a la gallega"

Alberto Núñez Feijóo y Manuel Fraga. / Twitter
Alberto Núñez Feijóo y Manuel Fraga. / Twitter
Feijóo se limitó, como buen discípulo, a copiar el sistema clientelar de Fraga, pero con más suavidad en las formas  y rodeándose de colaboradores de perfil bajo para evitar negras sombras de  aspirantes ambiciosos.
Una adaptación política "a la gallega"

Hace muchos años Josep Plá me fue presentado en Barcelona, y, al conocer mi condición de gallego me comentó con socarronería: “Es la tuya una tierra maravillosa, allí es más importante que las leyes o que las normas, tener buenos amigos…” Fraga ya lo sabía por viejo, y Feijóo lo aprendió enseguida por imitación…

El “turnismo” del siglo XIX de Cánovas y Sagasta funcionó como sabemos muy bien en Galicia. También funcionó en la Galicia de finales del siglo XX y hasta fechas recientes del XXI un modelo parecido, pero limitado básicamente al PP gallego. Los grandes caciques de antaño son, más o menos, los barones políticos de hoy, bien es cierto que con un aspecto mucho más democrático.

Unos son los auténticos, y otros aficionados generalmente de otras formaciones políticas, aunque más de uno de estos últimos se está poniendo al día.

El presidente Fraga Iribarne, admirador de aquel sistema, lo trasplantó y perfeccionó localmente: para ello se vistió con el ropaje galleguista utilizando la lengua paterna entre “bagoas” identitarias, y fue quién creó un neo-caciquismo influyente en esta comunidad.

Resolver problemas, o construir algo, quedó limitado, localmente, a las decisiones de sus barones, y hasta a las de los barones del PSdG y otros, a los que ayudó complacido con gestos paternalistas en muchos casos, para venderles sus decisiones en la Xunta, a cambio eso sí, de sumisión, pleitesía y compartir o encabezar con ellos los progresos y las obras.

Fraga se limitó a reinar en Galicia sin molestar internamente demasiado  a sus colaboradores, mientras exigía y demandaba al Gobierno de España, especialmente al PSOE, fondos FEDER (autovías), e interterritoriales, y entre tanto legislaba en “su” parlamento gallego leyes y normas, a su conveniencia y a la perpetuidad política del PP, reforzando  todo ello con una descarada propaganda y control sobre la TVG y los medios de comunicación gallegos, entre una cierta complacencia de Felipe González y el reconocimiento de propios y extraños.

Este esquema le bastó para conseguir varias mayorías electorales gallegas entre aleluyas, admiradores, romerías con mucho pulpo, gaitas, y recuerdos culturales desde Rosalía a Castelao. 

Fraga repetía con frecuencia un deseo en el que creía: ser un padre de la patria, y quizás, esto lo doy por supuesto, reposar un día entre los gallegos ilustres en el Panteón de Santo Domingo de Bonaval.    

Feijóo se limitó, como buen discípulo, a copiar el sistema clientelar, pero con más suavidad en las formas  y rodeándose de colaboradores de perfil bajo para evitar negras sombras de  aspirantes ambiciosos, situando en el territorio, sobre todo rururbano, a sus propios proveedores, sabiendo apropiarse él también, de los logros  de unos y otros como propios, y ya  de paso  de  los éxitos del gobierno de España, con la siempre inestimable ayuda mediática para solapar los avances positivos de unos y los otros.

Reinó Feijóo aquí sin cambiar igual que Fraga casi nada, pero sabiendo repartir fuera de esta tierra consejos a gobiernos ajenos a su formación política en Madrid. Y, ganó de esta forma, fama de hombre sensato, prudente, de político buen gestor, de hombre de Estado, al que el contacto con amistades peligrosas o muchas de sus promesas incumplidas en Galicia, no afectó, ni afecta, su apariencia de buen hacer.

Ahora, desde su nuevo estatus, tratará de aprovechar esa imagen personal y la profunda crisis social y económica española, para, subido a la ola del descontento por sectores, impartir, mientras no gobierne, recetas, y soluciones simples a los problemas de todos y para cada uno de nosotros. Fórmula esta que unos politólogos denominan populismo-liberal y otros simplemente pragmatismo.

Lo primero, le permite darse la mano en caso de necesidad con Vox, y lo segundo pasar por europeísta caso de no necesitar ese apoyo.

Más tarde, si llega a gobernar, intentará adaptar el modelo gallego a toda España: dejando hacer a otros y molestando lo menos posible a los poderosos. Es decir, procurando no reformar nada que no le interese, pero hablando y pensando además de en gallego, en vascuence, catalán, o andaluz a conveniencia y gusto del elector de cada comunidad, y olvidando repentinamente lo que estando en la oposición propuso, salvo aquello que le exijan los que de verdad mandan en nuestro país. O sea, repartiendo un poco de poder, pero quedándose con el BOE para él solo.

¡Y le puede funcionar muy bien porque conoce mejor que nadie las políticas probadas a pequeña escala en su tierra! @mundiario

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