¿Ha perdido Europa sus cinco sentidos?

Edificio Berlaymont, sede de la Comisión Europea en Bruselas.
Edificio Berlaymont, sede de la Comisión Europea en Bruselas.

La Unión Europea tiene la oportunidad de enmendar la situación por el bien de los 27 estados miembros.

¿Ha perdido Europa sus cinco sentidos?

La arquitectura institucional europea no puede ser más desastrosa. Ha llegado a un punto que con 27 estados miembros parece haber perdido los cinco sentidos afectando a la salud mental de los europeos, ahora que este concepto se ha puesto tan de moda con la pandemia. Se podría decir que Europa, en vez de unir, nos ha desunido, en particular desde la aparición de las últimas crisis y el Brexit por medio. En términos médicos, el deterioro emocional se denomina esquizosis, y la UE hace tiempo que padece dicha sintomatología.

No quiero pensar en el deficiente nivel negociador de la Comisión Europea y el  Consejo Europeo desde el aterrizaje en paracaídas de  la mayor crisis pandémica y económica tras el final de la II Guerra Mundial. Nunca antes se habían solapado tantas calamidades a la vez. Pero aún así, parece que no renunciamos a la gigantesca burocracia y rebuscados procesos de tomas de decisiones por  mantener intactas las mayorías por unanimidad. La disparidad de criterios lleva a que la voz única dentro de la UE de cara al mundo brille por su ausencia. Lo vimos con la crisis del Euro en el 2009 y lo vemos ahora con el corona virus. 

A esto se le añade los conflictos en el viejo continente colindantes con nuestras propias fronteras internas,  como Ucrania, pero también con los ciberataques a los intereses europeos por parte de Putin en Rusia o los frentes abiertos en el terreno comercial con China y EE UU. El desencanto europeo por parte de cada vez más ciudadanos y no sólo británicos ya ha superado el desengaño y uno se echa a dormir con la sensación que los múltiples líderes de la UE han perdido por el camino el sentido de la vista, oído, olfato, gusto, tacto y hasta del ridículo. El último acto lo presenciamos en directo con la paripatética  la visita a Turquía de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen junto al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, que no supo reaccionar a tiempo en el acto protocolario ante el líder turco Ergogan, y permitió el gesto machista. 

Pero el Brexit reciente no es un hecho aislado, es una de las últimas informaciones sensoriales perdidas por parte de las instituciones europeas ante tanta impotencia frente al sueño europeo que nos habían prometido con la “casa común europea”.  Pertenecer al exclusivo club europeo tiene un alto coste tanto presupuestario como político y, como estamos viendo, hasta en vidas humanas. La multiplicidad de voces disonantes en el seno de las variadas sedes comunitarias y la obstinada pretensión de que los acuerdos se tomen por unanimidad, está demostrando que es inoperativo. Una pandemia como la actual no se merece tanto papeleo, tanta distopía, por mucho que busquemos el bien común para contener tantas muertes. Aquí el tacto y el olfato han fallado descomunalmente.


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El exceso de burocracia, alimentado por las distintas instancias comunitarias y el gasto que supone mantener unas estructuras que en teoría velan por los intereses de la ciudadanía europea, no se corresponden con la falta de agilidad que tan repetidos conflictos requieren. La crisis humanitaria y económica de la pandemia es el ejemplo más patente, y en especial, las disonancias no sólo cacofónicas en las compras masivas de EPIS a China por falta de producción propia (mascarillas, material sanitario) sino también con  las vacunas. No sólo estamos fallando en los acuerdos opacos con los laboratorios para la adquisición de vacunas, sino también en los términos de la producción, distribución a los países e inoculación a los ciudadanos. Hemos llegado a tal punto que de negociar desde una única central de compras (Bruselas) lo estamos haciendo al nivel más bajo posible: ayuntamientos y comunidades autónomas ya han descolgado el teléfono rojo para poner fin al desmadre de la vacuna de Astra Zéneca buscando consuelo en la rusa.

Tampoco hemos sido capaz de crear una App comunitaria para hacer un seguimiento de las infecciones y controlar  la covid desde el móvil. Cada país ha inventado y desarrollado la suya, acorde a sus posibilidades y sin subsanar los errores de los vecinos.

La desunión europea viene de lejos

Pero la desunión es algo que viene de lejos. Una parte de los países de la UE pidieron imponer sanciones a la Rusia de Putin por su invasión de la península de Crimea arrebatada a Ucrania en el 2014. Otros boicotear como represalia diplomática el gasoducto ruso Nord Stream II (con la resistencia de la Alemania de Merkel que quiere asegurarse el suministro del gas moscovita a toda costa tras la implicación del capital alemán). Todo ello no impide que aún a pesar de  tanta enemistad con Moscú se negocie ahora interesadamente el suministro a la UE de la vacuna Sputnik, abrazando y hasta besando si es necesario en la boca al oso ruso. Tanta desunión, o a causa de ello, no ha impedido que Rusia sea más que sospechosa de los últimos ciberataques en elecciones de varios países como EE UU, Francia, Alemania, Reino Unido, el procés separatista catalán o la parálisis reciente durante semanas del SEPE español como especula el CNI.

Pese a todo ello, en Europa seguimos sin actuar con una respuesta clara y unánime como nos prometieron. Tampoco se puede olvidar de aludir a la crisis del EURO en el 2008/9: la Europa del Sur sufría en propia carne feroces ataques especulativos  saldándose con el rescate de muchos de ellos con condiciones super-ortodoxas impuestas como siempre por países como Alemania, Países Bajos, Dinamarca o Austria. En esos tiempos se llegó a exclamar : “Ni un céntimo más a Europa del sur”. El ex presidente del Eurogrupo, el neerlandés Jeroen Dijsselbloem esculpió su propio epitafio ante tanta resistencia  a entregar altruistamente ayudas a quienes se “gastaban el dinero en alcohol, fiestas y mujeres”. Muchos estados europeos del norte aplaudieron entonces el jocoso comentario contra los países del Sur afectados, pero un nuevo sentido como la vista quedaba atrofiado.

Más cercano en el tiempo, otro motivo de discordia  en el seno de la UE tiene lugar en la cuestión del pasaporte sanitario tras la vacuna. Mientras hay países favorables a su implantación cuanto antes, entre ellos España, para favorecer la llegada urgente de turistas a nuestro país, el Comité Europeo de Protección de Datos se resiste  por temor a fomentar la “discriminación” entre sus estados miembros. 

Los fondos europeos para la reconstrucción (Next Generation EU), la gran esperanza de países como España e Italia para atajar la madre de todas las crisis - que movilizará cerca de 1,8 billones de euros y considerado el mayor paquete de estímulo jamás financiado en la historia de Europa según se pactó  en diciembre del 2020-, resulta ahora que queda en stand by por decisión de un sólo país: el Tribunal Constitucional alemán. El pasado mes de marzo los jueces germanos decidieron paralizar su aprobación para toda la UE mientras no resuelvan un contencioso. Esta decisión judicial teutona se interpreta como un golpe al Tribunal de Justicia de la UE, a la independencia del Banco Central Europeo (BCE) y al proceso de integración europea. El mismo grupo socialista en la Eurocámara, valoraba que el fallo del Constitucional alemán “abría un océano de inseguridad jurídica”.

Sin habérselo propuesto la Alemania de Merkel, el fallo recibió los aplausos del partido extremista alemán AfD y reafirmado las tesis soberanistas de gobiernos como Hungría y Polonia, cada vez más reticentes a las políticas del rodillo  comunitario. De hecho, el presidente magiar Viktor Urban fue uno de los primeros en colmarle la paciencia y en distanciarse de la política de vacunación de la UE negociando a espaldas con Moscú la compra unilateral de la vacuna rusa. 

Pero con estos paños tenemos que lucrar. El proceso de construcción de la casa común europea, el gran sueño del tándem Kohl/ Mitterrand, ha evolucionado favorablemente en muchos frentes desde la firma del Tratado de Lisboa en 200, pero es un fracaso estrepitoso en muchos otros que afectan al día a día de los europeos. Y lo que es más grave, quita competitividad económica, diplomática y geoestratégica a sus estados, refuerza las teorías conspirativas de países como Rusia, China y afianza el liderazgo de EE UU. Lo hemos constatado en infinidad de volcanes en erupción soltando lava: la vergonzosa guerra pasada en los Balcanes, la crisis del Euro, las disputas de cómo afrontar la llegada masiva de refugiados (primero del Este europeo y más recientemente de Afganistán, Siria, Libia, Magreb, entre otros), los conflictos armados en antiguas repúblicas soviéticas. La falta de  estrategia común para luchar contra el terrorismo de ISIS/Al Qaeda en suelo europeo también fue motivo de discordia interna y falta de coordinación dentro de la Europol y los servicios de inteligencia europeos. No sorprende que  tanta disputa en el seno de las instituciones el ex ministro de Hacienda griego, Yanis Varoufakis, haya exclamado para alinearse con su homólogo español Pablo Iglesias, que: “En la UE hay tanta democracia como oxígeno en la Luna”. El hasta ahora vicepresidente del Gobierno de su Majestad, había cuestionado poco antes también la democracia plena en España. 

Volviendo a las discordancias intracomunitarias, fue la administración Trump quién en su mandato ya exigió a los socios europeos en la OTAN que afrontaran un mayor gasto de defensa propia, después de que el aliado americano nos sacara tan frecuentemente las castañas del fuego en el pasado. Pillados por sorpresa y por la crisis  múltiple, no todos los estados miembros comunitarios quieren ni pueden acceder a la petición de Washington avalada con la llegada del nuevo mandatario norteamericano Joe Biden. Hay cancillerías que aunque han incrementado su partida presupuestaria, hay otras muchas que se resisten, unas por coyuntura otras por no hacer un feo a los socios de la ultraizquierda en el gobierno. 

España tampoco es ajena a la esquizosis

España tampoco  es ajena a la esquizosis y a alimentar inintencionadamente estas miradas escépticas en Europa. Ajena al rescate financiero de países como Grecia, Portugal o Irlanda a raíz de la crisis de las subprimes, sí se benefició sin embargo  del rescate a la banca por valor de unos 65.000 millones de euros y de la compra de deuda soberana del Reino de España por parte del Banco Central Europeo (BCE).  Nos vendieron que España no fue rescatada. Pero la reciente fusión entre Bankia y CaixaBank no impide que el Estado español siga sin recuperar el dinero inyectado en la antigua Caja de Madrid, como algunos dirigentes europeos hubieran esperado de nosotros por simple cuestión estética, ahora que volvemos a pasar el cepillo. 

Como en su tiempo valoró Manuel de la Rocha, ahora situado en la Oficina Económica de Pedro Sánchez en la Moncloa: “Lo que subyace son dos formas de entender Europa; los ortodoxos ordoliberales alemanes para quienes sólo el sometimiento a las reglas y disciplina de los mercados nos sacará de esta crisis, frente a los que pensamos que la UE es algo más que una gran plaza financiera, y que la solidaridad entre pueblos y ciudadanos forma parte del ADN europeo. Hasta ahora los primeros han llevado la voz cantante, pero el viento de los tiempos está cambiando".

Lo malo es que ya el viento ya no ulula como hasta hace poco. Hay rachas circumpolares agitadas que envuelven a los trópicos y al ecuador por igual. Aquí en casa más de uno nos vende la sensación de que para los males internos nada mejor que la medicina de Europa. El Reino Unido consumó el Brexit por estar harta de la UE. La UE podría darse el caso de cansarse de nosotros por resistirnos a ser un estado ejemplar y aplicar las reformas, la austeridad presupuestarias que desde hace decenios muchos ciudadanos demandamos y, en su defecto optamos por  parchear los agujeros a base de incrementar el gasto público. 

Esto se agrava con algunas  propuestas recientes por parte del socio comunista del Gobierno,  favorable a solicitar a la UE la condonación de la deuda externa española, lo que tampoco sentó nada bien en las instituciones comunitarias, deteriorando por si fuera poco aún más nuestra reputación nacional. El mismo vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, fue forzado a salir al paso afirmando que la condonación aireada por una parte del Gobierno en Madrid sería un “acto ilegal y sin sentido” según la legislación comunitaria. Nunca jamás antes, el sentido de la vista y del gusto quedaron tan deteriorados.

La polémica en torno al uso de los fondos europeos de reconstrucción -aún sin aclarar por parte del ejecutivo en la Moncloa-  es otra cuestión que enciende las suspicacias en Bruselas. El rescate de los últimos días del Estado español a través del SEPI a empresas como Duro Felguera y la sospechosa aerolínea venezolana  Plus Ultra por un valor conjunto de casi 200 millones de euros, está siendo objeto de auditoría por la UE para dirimir si se ha violado el derecho comunitario que vela por  la libre competencia sin incurrir en la competencia desleal. Una vez más, las autoridades de la UE nos echan el aliento en el cogote y vigilan de cerca los presuntos abusos cometidos alegremente con el dinero.

 Y más cuando España espera recibir como un maná 140.000 millones de Euros por parte de la UE, tiene que disipar las sospechas comunitarias de que no emplearemos tanta lluvia de millones en comprar voluntades políticas, pagar favores y chiringuitos, como bien venimos haciendo año a año a cargo de nuestros PGE por una cuantía casi idéntica. Para eso no están los fondos europeos. Bruselas, como Berlín, París, La Haya, Viena y otras capitales europeas confían que a cambio España emplee con criterio y corrección política los dineros para afrontar las consecuencias económicas de la pandemia. Tenemos la oportunidad de cambiar no pocos paradigmas del pasado y apostar por nuevos modelos productivos basados no en conceptos decimonónicos, sino en una nueva economía eco-digital, descarbonizada, transparente, horizontal y dominada por la Inteligencia Artificial.

Pero precisamente chocamos con la falta de consenso comunitario sobre cómo afrontar la lucha contra el cambio climático, descarbonizar la economía y acceder a la revolución digital. Asistimos a que a pesar de ciertas recomendaciones dentro de la Agenda Europea 2030 para el Desarrollo Sostenible, cada país marca sus límites, adelanta plazos o endurece sus políticas en materia de protección del ecosistema. Mientras Alemania a raíz del accidente nuclear en Japón de Fukusima en el 2011 decidió pronto el cierre gradual de todas las centrales nucleares operativas en el 2022 y el de las minas de carbón en el 2038, el resto de los socios como España esperan a que sea Europa quien marque nuevamente el paso para omitir el debate con sus adversarios políticos en casa. Lo mismo pasa con las propuestas de descarbonizar la economía y acabar con el uso de combustibles fósiles.

Madrid acaba de aprobar un nuevo “plan Renove” para la adquisición de vehículos limpios con ayudas de hasta 7.000 euros (ojo a la letra pequeña) y de 5.000 euros para los híbridos, cuando los más ortodoxos socios europeos abogan por eliminar cualquier tipo de ayuda estatal a vehículos que no sean completamente limpios. Un coche híbrido no deja de emplear también combustible fósil y la nueva ley de cambio climático del gobierno español, aunque innovadora, peca de nos ser ambiciosa al extremar los plazos para acabar con el tráfico de motores de combustión. Aún ni Europa ni España se han percatado que estamos en un riesgo climático extremo. Tanta pandemia entiendo que obnubila los sentidos, pero no por obviar la realidad ésta se disipa en el aire.

Dado que en breve va a arrancar la Conferencia sobre el Futuro de Europa (a instancia de la Comisión y el Parlamento europeos)  es de esperar que tomen nota del desencanto, del desengaño y hasta de la frustración que llevó, por qué no decirlo al Brexit. En nuestras manos está que ideemos un futuro más operativo, cercano, transparente y aportando soluciones a los problemas reales. La ampliación de la Carta de Derechos Fundamentales propuesta por el escritor alemán Ferdinand von Schirach y que desde MUNDIARIO suscribimos, pueden dar nuevas esperanza para despertar nuestro sistema sensorial atrofiado. @mundiario

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