Las elecciones alemanas, la esperanza de Europa para acelerar la descarbonización

Descarbonización.
Descarbonización.

Las elecciones alemanas para ocupar la cancillería en Berlín traen consigo una esperanza para los países de la UE: un empujón a las emisiones cero y a la lucha más decidida que hasta ahora contra el cambio climático.

 

 

Las elecciones alemanas, la esperanza de Europa para acelerar la descarbonización

La mayoría de los partidos germanos habían asumido en campaña la demanda popular de una acción más decidida en la protección del clima, extremo que favorecerá al resto de la UE con países como España -que se esconden detrás de las instituciones comunitarias para aprobar sus agendas de transición ecológica - o como Francia e Italia, que no cuentan con la misma sensibilidad ambiental que la sociedad alemana.

Una de las enseñanzas de las elecciones germanas, también llamadas las “elecciones del clima”, no podría ser más clara: el nuevo gobierno en Berlín, del color que sea,  hará todo lo posible para que Bruselas se esfuerce aún más en combatir la crisis climática mientras ésta avanza sin frenar y resultan insuficientes las actuales  agendas de transición ecológica para detener el deterioro del clima global de aquí a los próximos 30 años. Y es que los electores alemanes, a diferencia de sus políticos, piensan que ni Europa ni el mundo pueden permitirse el lujo de esperar hasta el 2050.  

La voz de alarma la dió la semana pasada el BCE con sede en Fráncfort quien vaticinó un derrumbe de las economías europeas  si no se aceleran medidas contra el cambio climático. La clave pues parece contundente, que estas acciones no pueden provenir sólo de la política sino de la sociedad en general. Y así acudieron los alemanes a las urnas, con la papeleta en la mano y la vista puesta en que el futuro ejecutivo (probablemente en coalición) eleve la voz en Bruselas para conjurarse contra los efectos nocivos del cambio climático con medidas aún restrictivas para acelerar la descarbonización.

Cada vez son más colectivos, expertos e instancias judiciales tanto en Alemania como en el resto de Europa (salvo al parecer en España) que incitan a una mayor ambición por parte de las fuerzas políticas en vista al agravamiento del desastre ecológico. La Agenda 2050 europea para lograr una economía neutra parece pues larga de fiar y poco arribista a tenor de los nuevos augurios. La gravedad de la crisis climática reclama medidas más urgentes por el bien de la humanidad y del planeta en general y de ello han tomado buena parte la mayoría de los partidos germanos que concurrían a la cancillería. La gran aportación del partido Los Verdes ha sido “contaminar” al resto de las formaciones tanto socialdemócrata, como conservadora y liberal de una movilización más decidida a corto/medio plazo en defensa del clima. Reclamar acciones en Alemania mientras pasa de largo en Europa es impropio de un país que moldea su propio futuro al de la UE, principal mercado exportador del “made in Germany” y mayor contribuyente a las arcas comunitarias.

En contra de lo inicialmente creído en Europa, la pandemia no solo no ha reducido suficientemente la contaminación del planeta por entrar la economía en “estado de shock” sino que vuelve a aumentar. “No hay indicios de crecimiento ecológico” como apuntan ahora agencias de la ONU. Al contrario, el cambio climático y sus efectos se aceleran, advirtiendo que “las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera se mantienen en niveles sin precedentes y condenan al planeta a un peligroso calentamiento futuro”. 

El clima provocado por el hombre en la Tierra nunca se crea en el presente sino en el futuro. El calentamiento global es consecuencia de las acciones realizadas en el pasado. El hábitat es tan frágil que a lo largo de prácticamente una sola generación la actividad humana lo ha llevado al límite de la hecatombe. Y pese a todo, seguimos sin tomarnos en serio -con la excepción de Alemania- de la gravedad de la crisis climática, el aumento de C02, la pérdida de biodiversidad y los continuas desastres naturales en forma de  sequías, incendios, inundaciones, muerte de mares, pérdida de biodiversidad y contaminación del agua, suelo y aire de la que dependemos todos los seres vivos.


EL BCE ALERTA DE UNA CAÍDA DEL 10%  DEL PIB EUROPEO

Según un informe de hace escasos días del Banco Central Europeo (BCE), si las economías europeas siguen sin mitigar el cambio climático y sin acometer urgentemente la transición ecológica, el PIB de la UE podría registrar una caída del 10% para el 2100. “Sin políticas que transicionen hacia la economía verde, los riesgos físicos crecerán con el tiempo. Es esencial que podamos mitigar el coste de la transición verde y el impacto futuro de desastres naturales», ha advertido el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos. Para el banco emisor aproximadamente el  60% de las empresas españolas (sobre todo pymes y microempresas) están expuestas  a riesgo de transición energética por sus elevadas emisiones.

Pero a las previsiones del BCE en  Alemania se le unen también las de la ONU que anunció la semana pasada un aumento de las emisiones mundiales del 16% hasta el 2030 lo que abocaría a un calentamiento de 2,7 grados (frente a los 1,5 grados marcados como meta en los Acuerdos de París). Todos estos vaticinios son más graves que los cálculos de ciertos economistas de la denominada escuela del “capitalismo fósil” que afirmaban años atrás que  cada grado de calentamiento reducía el crecimiento económico promedio en torno al 1%. 

Un país con frágiles cimientos como es la economía española, con reformas estructurales que no aborda desde hace al menos varios lustros por incapacidad política e incosistente conciencia nacional, no puede mirar con optimismo el futuro. A la crisis del 2008 se le sumó la crisis del 2019 y todas las siguientes como consecuencia de la pandemia del COVID. Nunca es el momento para emprender serias medidas que corrijan los vicios que arrastramos del pasado en la política, la economía, el bienestar social, la educación y hasta el bajo índice de natalidad.

España, que tanto presume de participar en las cumbres del G-20 tras el fallido ascenso al G-8 en tiempos de ZP, olvida que sus integrantes son los causantes del 75% de los gases efectos invernadero expulsados a la atmósfera. Buena parte de sus países integrantes según el Instituto de Recursos Naturales no han presentado sus planes para recortar esas emisiones. España para no pillarse los dedos, ha optado por alinearse con la UE con su agenda 2050 y plan de transición ecológica sin ninguna meta más allá que no sea marcada por Bruselas pero que ahora con el cambio de gobierno en Berlín tendrá que endurecer al igual que el resto de los socios europeos.

Otro tema que tendrá que abordar la UE en su plan de emergencia ambiental no sólo afecta a inversiones en nuevas tecnologías más limpias, sino en afrontar el  cambio de paradigmas. David Wallace-Wells, autor de “El planeta inhóspito”, denuncia que mientras las inversiones para neutralizar las 32 gigatoneladas de emisiones globales anuales ascienden a unos 3 billones de dólares,  la industria de los combustibles fósiles (petróleo) reciben al año comparativamente 5 billones de dólares en subvenciones de los estados del mundo.
 

LA REFORMA FISCAL VERDE QUE NUNCA LLEGA

Muchas de las ayudas estatales, autonómicas y locales que se anuncian en España para incentivar medidas medioambientales o se agotan de manera frustrante para los interesados por una abrumadora burocracia, por falta de transparencia  o se declaran desiertos por alguna razón mientras otros sectores contaminantes siguen mamando de las ubres del Estado. Llevamos años discutiendo en nuestro país sobre la economía verde, circular, neutral, huella ecológica y seguimos sin alterar los esquemas más básicos que el planeta demanda. Lo peor de todo es que nos esforzamos por evaluar la deuda económica nacional, pero nos resistimos como el resto de Europa a calcular la deuda ecológica que dejamos atrás, o incluso lo que es peor, de auditar el capital natural (recursos naturales) consumido o dañado pero sin reponer como si fuera un tema menor.

España, como no podía ser de otra manera, sigue anclada en arcaicas mediciones de la renta nacional con un PIB que no contempla los daños ambientales ocasionados y que tarde o temprano tenemos que afrontar económicamente a cargo de los contribuyentes. Véase todos los ecocidios cometidos en los últimos años, la defunción del Mar Menor, el vaciado de embalses por parte de hidroeléctricas o todos los pozos ilegales y vertidos en el Parque de Doñana que pese a las reiteradas denuncias se consienten impunemente.
Lo siguiente vale no sólo para España: presumir de una tasa de crecimiento determinada a costa de destruir el entorno natural cuando se tiene el patio trasero de casa repleto de residuos por tratar es un contrasentido.

También es  un contrasentido que el ecologismo centro europeo y escandinavo, por poner un ejemplo, toleren plantas incineradoras de ultima generación en el centro de la ciudad como Viena, Colonia y Oberhausen para generar energia limpia y gestionar los residuos urbanos, y otro ecologismo español  más rancio ponga el grito en el cielo por decir que a nadie le gusta abrir las ventanas y ver chimeneas expulsando humo negro aún cuando eso no ocurra. Es un contrasentido que haya capitales europeas trabajando seriamente por conseguir cero emisiones en un par de años como Copenhague y aquí discutamos acaloradamente desde hace tiempo el “Madrid central”, el carril bici o suframos a diario las consecuencias de una pésima red de transporte público que una las poblaciones del extrarradio con el centro de las urbes españolas. 

Es otro contrasentido que uno de los países como más horas de sol y recursos forestales de Europa siga poniendo trabas al autoconsumo, aerotermia, biomasa y otras fuentes renovables  por mucho que se diga lo contrario, prometiendo ayudas que no llegan en unos casos, o se nieguen en otros por destinarse a la compra de votos políticos. Que las compañías energéticas obstaculicen adrede el cambio de tarifa verde en contra de la ley, o que estemos sin acelerar la digitalización para reducir ventanillas, papel, desplazamientos, tiempo y recursos naturales. Cuántos bancos fanfarronean de digitalización y por un simple cambio de tarjeta de pago o apertura de cuenta corriente te hacen firmar presencialmente un formulario de unas 20 hojas en papel. Imaginen si además uno vive en la España vacía.

Aún padecemos los efectos de otro negacionismo institucionalizado: la falta de una reforma fiscal verde que contribuya al cambio de paradigmas en una economía neutra. Así lo experimentamos recientemente en España con la polémica en torno al tarifazo de la luz.  Una tasa ecológica por degradar el capital natural (recursos naturales) parece evidente y no sólo por el volumen de CO2 expulsado a la atmósfera. También una especie de hacienda verde que pudiera fiscalizar el coste ecológico de los bienes y servicios que consumimos e incentive todas aquellas actividades con nula huella ambiental. Seguir apostando por el ladrillo tradicional como en el siglo XX como motor de la economía española y mantener un parque de viviendas con tan alto déficit energético, a lo mejor no tiene sentido, teniendo en cuenta que si se contemplara  la industria del cemento como un país, sería el tercer mayor emisor de C02 del mundo. @mundiario

 

 

 

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