La clave del futuro de Cataluña estará en los votos de unos y de otros: Sánchez juega fuerte

Pedro Sánchez. / Mundiario
Pedro Sánchez. / Mundiario

Los independentistas necesitan subir en las urnas si quieren luchar por su objetivo final y el PSOE precisa lo mismo para asentarse en el Gobierno de España.

La clave del futuro de Cataluña estará en los votos de unos y de otros: Sánchez juega fuerte

Con las luces cortas, todas las miradas están puestas ahora en los indultos, que son parciales y están condicionados. Esto de los indultos a los presos independentistas da para hablar y escribir mucho, pero en realidad, políticamente hablando, da más bien para poco. En el mejor de los casos, las medidas de gracia pueden ser una palanca para el cambio, pero no el cambio en sí mismo.

Desde la perspectiva del independentismo, ni siquiera resuelven el problema de los fugados de la justicia española –léase Carles Puigdemont, el más relevante–, y desde la óptica del constitucionalismo abren una gran brecha entre el PSOE y el PP, los partidos que suelen alternarse en el Gobierno de España. Podrían ser un apaño, y no para todos.

Al final, la clave del futuro de Cataluña estará siempre en los votos de unos y de otros. Lo resume bien el escritor catalán Javier Cercas cuando alerta de que, con frecuencia, se olvida que el llamado problema catalán no es primariamente un problema entre Cataluña y España, sino un problema entre catalanes, más de la mitad de los cuales han dicho una y otra vez, de todas las formas posibles, que no quieren la secesión. Precisamente por eso los independentistas se dan un tiempo para conseguir más votos. Los que tienen les dan para gobernar en la Generalitat y en algunos ayuntamientos –no en el de Barcelona– y poco más. 

El PSOE precisa más votos para asentarse en el Gobierno 

Los independentistas necesitan, por tanto, subir en las urnas si quieran alcanzar algún día su objetivo final y el PSOE precisa lo mismo para asentarse en el Gobierno. Cataluña es diferente al resto de España –tiene singularidades culturales, políticas y sociales, además de económicas– pero tampoco es tan diferente como para no tener un mapa político de izquierdas y de derechas, como cualquier otro país democrático de Europa. En ese sentido, el independentismo –no confundir con el nacionalismo– distorsiona algo las cosas, en la medida en que a día de hoy hay muchos votos fuera de su lugar habitual, si vemos la realidad con cierta perspectiva histórica, y no solo como una foto fija.

Dicho de manera más coloquial: ERC tiene votos prestados del PSC –muchos, y lo saben– y a Junts le favorece que el PP se confunda con Vox, en vez de jugar al catalanismo, del mismo modo que lo hace el PSC. Bastaría un PP como el de Alberto Núñez Feijóo en Cataluña para que el independentismo de derechas –mayoritario generalmente– no arrasase tanto. Pero el PP juega a otra cosa: a cosechar votos fuera de Cataluña, a costa de ser allí marginal.

¿Toca ponerse en el lugar del otro?

Fuera de Cataluña, a mucha gente le cuesta entender –y no digamos asumir– que si fuesen catalanes seguramente también votarían a partidos independentistas. Sociológicamente, los indepes de derechas son tan pijos como los peperos de Serrano y no menos cristianos que los católicos de la Semana Santa sevillana. Es más, hoy hay independentistas en Cataluña que no son nacionalistas, ni saben bien qué es el nacionalismo cultural. Son independentistas porque no quieren ser españoles, porque quieren ser independientes, porque creen que vivirían mejor sin compartir el mismo Estado con extremeños y andaluces, porque se sienten diferentes, porque adoran Cataluña y –en algunos casos– porque les da la gana.

Pedro Sánchez no le mete el dedo en el ojo a los que ya son indepes convencidos e intenta seducir a los que tienen dudas o pueden ser captados por el independentismo

El independentismo es la opción legítima de muchos catalanes y, visto desde el resto de España, parece aconsejable prestarle atención, de manera respetuosa, a riesgo de que siga subiendo. De alguna forma, es lo que está haciendo Pedro Sánchez. No le mete el dedo en el ojo a los que ya son indepes convencidos e intenta seducir a los que tienen dudas o pueden ser captados por el independentismo.

Del mismo modo, fuera de Galicia, a mucha gente también le cuesta entender –y no digamos asumir– que si fuesen gallegos también votarían a Feijóo, que equivale a votar al PP pero no es lo mismo. Hay partes de España donde todo es más o menos igual, pero hay otras –Cataluña, Euskadi, Galicia...– donde sus peculiaridades hacen que los españoles no se entiendan entre ellos. Lo estamos viendo con los catalanes, pero tal vez pasaría lo mismo si trasladásemos ese tipo de debates al País Vasco o incluso a Galicia, que son comunidades con apreciables porcentajes de nacionalistas y, en menor medida, de independentistas.

Un ejemplo ilustrativo de cómo se pueden afrontar situaciones complejas lo dio Manuel Fraga Iribarne, exministro franquista de banderita en la pulsera que terminó siendo un galleguista. Pasó incluso de ser conocido como Fraga Iribarne a que todos le llamasen Manuel Fraga o don Manuel. Para ello se dio la mano con intelectuales de orígenes nacionalistas y/o progresistas para cautivar votos que si él no se hubiera mimetizado con su país se hubieran ido al BNG o al PSdeG-PSOE. Así afianzó sus sucesivas mayorías absolutas y dio pie a una cultura política que Feijóo supo adaptar y modernizar.

¿Seguirá el PP en posición de fuera de juego?

¿Es imaginable que Díaz Ayuso se parezca a Feijóo? No. Una, porque en Madrid no hay nacionalistas madrileños –los habrá españoles en todo caso–, y dos, porque su cultura política se basa en parte en ser hostil con la de los nacionalistas periféricos. Parece evidente que Pablo Casado, si tuviese altura política y/o estuviese bien asesorado, podría sacar más provecho en Cataluña de la estrategia de Feijóo que de la de Ayuso, pero ya sabemos cuál prefiere. Tal vez un día se dé cuenta de la verdadera jugada electoral de Pedro Sánchez y decida cambiar. Al tiempo.

Después de todo, con o sin indultos, la independencia unilateral de Cataluña no cabe en el ordenamiento legal español, salvo que se cambie la Constitución de 1978, algo que no parece probable, dado que un trámite así exige una mayoría parlamentaria cualificada que hoy nadie tiene, ni puede alcanzar para ese fin. Es decir, si se repite el 2017 catalán tendría que aplicarse otra vez el artículo 155 y volvería a intervenir el Tribunal Supremo con el consiguiente riesgo de nuevas condenas de prisión.

Pablo Casado también debería saber que los resultados electorales de Cataluña suelen ser decisivos para determinar quien gobierna en España, del mismo modo que influyen los datos de Andalucía y Madrid. Las demás comunidades también son importantes, por supuesto, pero menos decisivas y/o menos influyentes. Y Cataluña no vota igual en elecciones generales que autonómicas, por lo que nadie puede saber con precisión su auténtico ADN electoral. Es un país más complejo y plural de lo que parece.

¿Servirán los indultos para la reconciliación y la concordia?

Con los riesgos de no ser precisos al cien por ciento, podríamos concluir que los catalanes prefieren a los nacionalistas/independentistas en el Govern de la Generalitat y a los socialistas del PSC –partido hermanado con el PSOE– como su primera fuerza política en Madrid. Hay muchas muestras de ello a lo largo de la mayor parte de las legislaturas. Lo sabe bien José María Aznar, a quien le sale del alma ser como es, pero que tampoco fue tan torpe como para no sacar a pasear el flequillo del exministro Piqué cuando le hizo falta entenderse con Jordi Pujol... y con Cataluña.

Dicho lo cual, ¿servirán los indultos para la reconciliación y la concordia? Como sostiene también Javier Cercas, esa es la pregunta del millón. Está bien hablar de la concordia, claro que sí, pero no nos engañemos: aquí todos dicen que defienden intereses colectivos pero lo cierto es que, sobre todo, tienen intereses particulares. La política es así. @J_L_Gomez

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