La banalización del Tercer Mundo
España se ha vuelto tercermundista. Mira al hemisferio sur con desdén negándoles las virtudes del primer mundo pero copiando sus pautas de comportamiento.
No es nada nuevo. Pero somos testigos en España de la banalización del Tercer Mundo. En especial desde la llegada del gobierno en coalición y algo más tarde de la pandemia. En unos casos por asumir como ideal de modelo para nuestro estado unas dictaduras paupérrimas con falsas democracias.
En otros por desatender la solidaridad de vacunar al que no puede y sin imponer en Occidente por falta de ímpetu unas políticas sanitarias que redunden en un beneficio de la humanidad entera, inclusive del primer mundo.
Que a estas alturas de la epidemia global tengamos que explicar la teoría de los vasos comunicantes es insultante. Las mutaciones suelen partir de países del Tercer Mundo y se van trasladando al mundo de la civilización con pijama y calefacción.
Eso sí la comunidad internacional se vanagloria de los pingües beneficios de aquellos laboratorios que venden millones de dosis en el primer mundo, mientras deja contagiar al resto, surgen nuevas variantes que se extienden a la velocidad del sonido y sucumbe el Tercer Mundo al que recordamos solo en fechas señaladas.
España tampoco es ajena a ese discurso de la banalización porque contribuye con su actitud a que lleguen miles de migrantes desesperados al país en busca de un futuro mejor. Y nos llevamos las manos a la cabeza poco después pese a la negativa de actuar “in situ”.
HEMOS DESCENDIDO EN CASI TODOS LOS RANKINGS
Pero lo mismo hemos vivido en la lucha contra el cambio climático. El primer mundo, tras haber extenuado el planeta con sus fábricas contaminantes, consumismo exacerbado y despilfarro energético, pretende aleccionar sobre cómo imponer políticas sostenibles en países en desarrollo, emergentes y emergidos incluidos. Todo por el bien del planeta, mientras en Occidente nos ponemos hasta arriba y exportamos la basura al Tercer Mundo.
Con las distintas crisis económicas de los últimos decenios, el Tercer Mundo siempre ha padecido la austeridad de las políticas del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la renegociación de la deuda. Algo parecido ya nos pasa desde hace un tiempo en España pero con la UE. Hemos asumido hábitos propios del subdesarrollo. Para contener la pobreza también hemos exportado jóvenes talentos a otros países vecinos más prósperos, sin tanta fricción como la supuesta carne en mal estado que mandamos fuera según el ministro de turno.
Se ha banalizado tanto al Tercer Mundo que en España las últimas crisis concatenadas (sanitaria, económica y hasta climática) tras la eclosión de la pandemia nos ha hecho descender hasta niveles nunca antes visto más propios del tercermundismo que de la cuarta potencia euro.
Paro histórico, inflación galopante, deuda descontrolada, disparo de la presión fiscal y nos siguen vendiendo que hacemos “cosas chulísimas”, sin reconocer que ya somos Tercer Mundo en el primer mundo, sin clase media, con pobreza emocional, energética, infantil y sin resolver los problemas estructurales desde hace generaciones por no afrontar el alto coste político.
La natalidad en ratios negativos, sin descendencia y a los jóvenes metidos en casa truncando su futuro aún teniendo una coalición en el ejecutivo que siempre ha presumido de defender unas políticas sociales de calado (que no practican) y defensor acérrimo del Tercer Mundo, hasta el punto de ocupar uno de los socios en Moncloa un espacio político a costa de sus patrocinadores dictadores.
El Tercer Mundo no empieza tras cruzar el estrecho de Gibraltar ni al otro lado del ecuador. Si acaso por debajo de los Pirineos, y no me refiero a los adinerados industriales del País Vasco, Navarra, Madrid y Barcelona. Incluso en esas grandes urbes hay pobreza, millares de familias que no llegan a fin de mes y sin perspectivas laborales, personales y de dignidad humana.
El Tercer Mundo está aquí con nosotros, aunque se banalice con políticas huecas, una economía lastrada por males endémicos y sin un claro rumbo por crear empleo sostenible que debería ser la primera de las prioridades, porque la corrupción y el embuste en las instituciones politizadas, junto a medios de comunicación sin periodistas que no coman de la mano de las subvenciones políticas para tapar las miserias de este país, se ha instalado en esta parte del mundo “subdesarrollado”.
El “tú más” es más propio del Tercer Mundo que de cualquier país civilizado. Lo malo es que desde ZP hiciera famosa esa frase, no hemos avanzado ni mejorado. Estamos peor que antes. En el Tercer Mundo del primer mundo. Incluso en tiempos de Rajoy que en contra de lo prometido subió impuestos y recortó en medio de la crisis en gasto y ayudas sociales sin el más mínimo rubor.
Pero cuando más recientemente el ex vicepresidente del ejecutivo se puso al mando de los servicios sociales de toda España y anunció su pretensión de “crear un escudo social”, reculó cuando se puso feo con el estado de alarma y las muertes en las residencias, culpando en su lugar al gobierno de la comunidad de Madrid.
Vivimos además alejados de los foros de decisión internacionales, de espaldas a todos los conflictos mundiales, geopolíticos y de diplomacia exterior que siempre terminan por afectarnos directa o indirectamente, porque nos consume el tercermundismo doméstico. Abunda eso sí una sobreexposición de los discursos y contrarrelatos políticos que nos ha llevado al fraccionamiento social, entre la izquierda patria y todo lo demás que es ultraderecha y mal de todos los males.
A falta de secuelas políticas y éticas, se recurre al embuste generalizado y al cinismo propio del tercer mundo como parte del inventario doméstico.
Si en economía falseamos las proyecciones, las estadísticas partidistas y hasta las medidas que nunca prosperan, en materia educativa estamos como en el Tercer Mundo a la cola en el informe Pisa, en fracaso escolar, comprensión lectora, estudio de ciencias, nuevas tecnologías e idiomas. Pero al menos podemos pasar de cursos con asignaturas suspensas. Bueno en idiomas es el tercer mundo que domina más lenguas extranjeras que nosotros. Ellos a diferencia nuestra tienen la ventaja adicional de aprender su lengua materna en todo su territorio. No como nosotros que se nos niega el derecho a pesar de sentencias que no se cumplen más propias del tercer mundo que de un estado de derecho.
En sanidad, cuando nos conviene en tiempos de paz, somos el máster del Universo, pero en tiempos de crisis, como la actual de más de 2 años con la pandemia, salen a la luz todas las vergüenzas ocultas. Ni personal sanitario, ni infraestructuras, ni recursos suficientes ni camas para tantos enfermos, mientras se retrasan sine die los tratamientos de otras patologías agudas.
Por faltar falta previsión e incluso criterio gestor profesional como hemos visto en las improvisadas compras de las mascarillas primero, luego de las vacunas y ahora de los test de antígenos. O de idear una política sanitaria común de mínimos dentro del conjunto del territorio contraria a que cada señorito autonómico haga de su capa un sayo, menos en Madrid, que siempre está en el blanco de la diana por razones ideológicas.
A diferencia de otros países del primer mundo, en el nuestro del tercero mantenemos un sistema de sanidad pública vía impuestos que nos obliga a contratar una póliza privada para ser atendido en caso de urgencia médica. Osea, pagamos dos veces por el mismo servicio. Igual que con las inseguras jubilaciones y los planes privados de pensiones. O el rescate de unas autopistas de peaje más que amortizadas.
Las pensiones de este país que banaliza el Tercer Mundo, ya se han convertido en el salario de referencia para la clase trabajadora y sustento de miles de familias sin recursos a falta de una política de ayudas a la familia, pero infinitos chiringuitos y duplicidades administrativas. Somos el país de los mejores camareros licenciados del mundo pero más analfabetos sin graduado escolar o CV falsificado en la clase política dirigiendo el país.
Banalizamos los discursos, los mítines, los eslóganes y hasta el lenguaje con anuncios huecos, sin contenidos, pero muy chulísimos e inclusivos aunque no resuelvan las injusticias sociales que arrastramos que siempre son del pasado, nunca del presente.
La justicia atascada, con procedimientos que agotan la paciencia del santo Job y sin resolver con tantísimas causas abiertas, eso sí que es tercermundista. Así es como prosperan todas esas otras injusticias sociales sin atajar de fondo problemas como los okupas, la corrupción, los desahucios, el incumplimiento de los fallos judiciales y un largo etcétera.
Ya se que decir que en España banalizamos el Tercer Mundo parece un despropósito. Pero sí. Va mucho con nosotros, los españoles que se resignan y madrugan por sacar a los suyos adelante cuando pueden aunque sea con un contrato precario y de miseria.
SÍNTOMAS TERCERMUNDISTAS
Este país del primer mundo da síntomas del Tercer Mundo. Arranca su jornada con ojeras tras trasnochar. Pero a las ocho y media ya hay que hacer una pausa del café rápido, que se vuelve a repetir unas dos horas más tarde hasta que la jornada llega a la una y media para almorzar. Y cuando queremos ser productivos llegamos al fin de la jornada que se ve truncada por una reunión del jefe sin agenda ni previo aviso. Regresar a casa es una odisea en una gran ciudad y un dispendio. Consume tanta energía y neuronas que nos faltarían centrales nucleares. Ah no, que aquí somos verdes morados aunque poco importe la plantilla más extensa de chóferes y escoltas de la UE para el nutrido récord de aforados, o que importemos casi toda la energía consumida por optar ser una isla energética.
La juventud, triste y descompuesta. Y más por las restricciones de la insufrible pandemia. Pero para eso está el consuelo del botelloning (como cuando los turistas británicos practican balconing tras hincharse de gingtonings), banalizándose el ocio, el proyecto de futuro y la frustración de la generación mejor preparada de la historia en el peor país europeo probablemente más chulísimo del tercer mundo. @mundiario