A 40 años del 23-F se desconocen tanto la trama civil como a otros implicados

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Gutiérrez Mellado se enfrentó a los golpistas.
En sus memorias, el entonces líder del PCE Santiago Carrillo reveló que el Rey Juan Carlos I pidió a los dirigentes políticos no pretender ir más lejos de la evidencia de los implicados conocidos por los riesgos que supondría.
A 40 años del 23-F se desconocen tanto la trama civil como a otros implicados

A pesar de que han transcurrido 40 años desde el intento del Golpe de Estado del 23-F de 1981, sobreviven dudas y sombras con respecto al alcance real del mismo y nada se ha avanzado en el conocimiento de la propia trama civil ni de su alcance en las Fuerzas Armadas de aquellos días, salvo la propia confesión de alguno de los implicados que escapó a la Justicia, o el vergonzoso episodio de alguno de los mandos de la Guardia Civil que abandonaron a sus propios subordinados, escapando por una ventana, sin que nunca se aclarara su implicación y que siguieron ascendiendo hasta llegar a coroneles del cuerpo. Tuve ocasión de conocer, ya de brigada, a alguno de los guardias que obedecieron las órdenes de sus jefes y acudieron al Congreso totalmente engañados, sin la menor duda.

En todo caso, la orden de retirada a sus cuarteles de las unidades golpistas que fue dada y obedecida. Los militares obedecieron al que tienen por su mando supremo porque así lo establecen las ordenanzas, pero en este punto, en situaciones normales, surge de nuevo el conflicto: ¿Qué pasaría si el Rey hubiera dado la orden contraria o si lo hiciera ahora? El general Juste, jefe de la División Acorazada, en unas declaraciones a Televisión nos sacó de dudas: “Él hubiera obedecido al rey sin la menor duda”. En todo caso, aquel episodio volvió a plantear que, dado que la Política de Defensa es competencia del Gobierno, ¿hasta qué punto el mando del Rey sobre las FF.AA. es real o simbólico?

Las revelaciones de Carrillo

El propio Carrillo haría revelación menos conocida, es que, tras el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, en el atardecer del día 24, cuando el Rey se reunió con los líderes políticos, hubo un acuerdo tácito para procesar solamente a un grupo limitado de mandos con la responsabilidad más aparente. “Se tenía conciencia de que en ese momento el sistema democrático no era bastante fuerte para encajar un proceso contra todos los que, de una manera u otra, militares o civiles, habían estado implicados en la conspiración”, explicaba el secretario general del Partido Comunista, entonces.“Al aceptar ese acuerdo tácito no es que los líderes fuéramos débiles; lo era el sistema democrático que estaba dando sus primeros pasos, caminando por el filo de una navaja. Fuimos simplemente realistas e hicimos lo que en ese momento era más útil para la continuidad del proceso de asentamiento de la democracia”, sostiene. O sea, que no se llegó al fondo.

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Diversos protagonistas de aquel día

En sus memorias, el relato del entonces secretario general del Partido Comunista es más preciso que en las declaraciones a los medios:

Al anochecer [del 24 F], tras haber descansado un poco, el rey convocó en la Zarzuela a los líderes políticos. Acudimos Rodríguez Sahagún, Fraga, Felipe González y yo. Cuando llegamos estaba también Adolfo Suárez, presidente saliente que se había portado gallardamente esa noche. Una vez reunidos el rey nos leyó una declaración en la que, en definitiva, se nos exhortaba a hacer una política que superara hechos como los acaecidos, pues si se repetían no era probable que a él le dejaran las manos libres para sofocarlos. Se nos decía además que era preciso exigir responsabilidades a los jefes comprometidos, con energía, pero sugiriendo que la represión no alcanzase a demasiada gente pues podría provocar un problema mayor: aunque no fueran éstas exactamente las palabras pronunciadas, ése, inequívocamente, era su sentido.

Suárez nos contó una anécdota. Al salir del Congreso se enteró de que quien había negociado la rendición de Tejero había sido el general Armada. Éste era considerado por Suárez como un conspirador y un adversario de la democracia y por eso siempre se había negado a colocarle en un puesto militar importante. Pero lo del «pacto del capot» le confundió y al ir a ver al rey se excusó por haber tenido una opinión equivocada del general: “No te equivocaste –le contestó el Rey-. Armada era el jefe de la conjura”.

De las repetidas palabras de Santiago Carrillo se desprende una clara conclusión: La depuración de las responsabilidades e implicados (algunos fueron apareciendo más tarde), en el intento de golpe de Estado de 1981, se llevó a cabo de manera discreta e incompleta, sin llegar deliberadamente al fondo del asunto. Realmente, desde la perspectiva de nuestros días no cabe otra interpretación de las palabras del Rey a los dirigentes de los partidos democráticos:….”era preciso exigir responsabilidades a los jefes comprometidos, con energía, pero sugiriendo que la represión no alcanzase a demasiada gente pues podría provocar un problema mayor”.

Dudas 1aGolpistas y líderes políticos con el Rey.

Cuando Der Spiegel acusó al Rey

Con respecto a la posición del rey con los golpistas de 23 F de 1981, el 5 de febrero de 2012, el diario “El País” recogía una información, publicada en Alemania por el semanario Der Spiegel, según la cual Carlos expresó “comprensión, si es que no incluso simpatía” por los sublevados. El origen de tan sorprendente afirmación se situaba en un despacho del entonces embajador de Alemania en Madrid, Lothar Lahn, quien llegó informar a su Gobierno de las palabras “casi de disculpa” que el Rey dedicó a los militares sublevados contra el Gobierno de Adolfo Suárez. En una reunión privada entre el embajador y el Jefe del Estado que tuvo lugar en el Palacio de la Zarzuela el 26 de marzo, Juan Carlos explicó a Lahn que los militares conjurados “solo querían lo mismo a lo que todos aspiramos: el restablecimiento del orden, la disciplina, la seguridad y la calma”. El despacho 524 fue enviado por Lahn a Bonn, cuyo contenido apareció en el semanario Der Spiegel .

¿Por qué, se preguntan en Der Spiegel, contó el Rey todo esto a un diplomático alemán? Proponen que, quizá, lo hizo confiando en su discreción. O tal vez para quitar hierro a la situación y contribuir a que la democracia española recuperase algo del prestigio perdido. También es posible que creyera, con razón o sin ella, que su interlocutor pensaba igual. Lothar Lahn fue embajador de la RFA en España entre 1977 y 1982. Cuando se reunió en el monarca, el diplomático tenía 59 años.

La Casa del Rey, tras mostrarse extrañada por el mensaje del embajador alemán recordó que "el papel del Rey para toda la sociedad española en defensa de la Constitución y de la democracia está claro".

La disculpa y descargo de Armada

En el primer epílogo de su libro exculpatorio “Al Servicio de la Corona”, el ex general Alfonso Armada escribe:

Escribo estas líneas en la mañana del 4 de marzo de 1981. Hace una semana que he sido arrestado por el teniente general Gabeiras, y en el escrito en que me comunica el arresto no se indican las causas.

Pero he leído la prensa. ¡Cuántas suposiciones! ¡Cuánta falsedad! ¡Cuánta calumnia! Tal como se están presentando los hechos, lo probable es que me pro- cesen por mi intervención en los sucesos del 23 Y 24 de febrero. La verdad es que estuve toda la noche tratando de sofocar la revuelta y no hice nada sin conocimiento y autorización superior.

Me llena de indignación que piensen que he sido desleal al rey. ¡Desleal yo al rey! Nada más incierto. En mi última visita el 13 del mes pasado, en La Zarzuela, ya le dije que había descontento en el Ejército. No pude hablar del golpe del teniente coronel Tejero porque no sabía nada de él. Conté a su majestad todo cuanto yo sabía. Lo mismo hice con el teniente general Gutiérrez Mellado. Nunca he ocultado nada a mis superiores.

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Manifestación en Madrid en defensa de la democracia con Fraga al lado de Camacho.

En el epílogo definitivo, el 25 de octubre de 1983, Armada se refiere a una conversación con el Rey el 13 de febrero de 1981, que según dice, no fue autorizado a emplear en su defensa, pese a pedirlo por carta manuscrita. Este hecho ha sido repetidamente ignorado o que dio lugar diversas interpretaciones, incluso atribuyendo a Armada un papel semejante al que el general Tojo asumió en el Japón con resto a la propia responsabilidad del emperador Hiro-Hito en las atrocidades japonesas de la II Guerra Mundial.

Armada concluye su alegato:

Hasta la saciedad he escrito en este libro las palabras: No engañé a nadie. El doble juego que me atribuye la sentencia de la Sala 2.a del Supremo no puede sostenerse leyendo las declaraciones de los testigos presenciales recogidas en el sumario. Antes de ir al Congreso, hablé con La Zarzuela y con el JEME. Comenté ampliamente el asunto con mis compañeros. Transcurrió más de una hora hasta que Gabeiras me ordenó ir. Así lo declaran más de quince generales y jefes. El propio general Gabeiras dice en su declaración: “Como me interesaba mantener los contactos con Tejero, autoricé a Armada para que fuese al Congreso.” Puso a mi disposición el avión que habría de ofrecer y me indicó que no utilizase el nombre del rey; que fuese “a título personal”. Cumplí rigurosamente lo ordenado. Tampoco quise engañar al teniente coronel Tejero; le hablé con claridad; le ordené que retirase la fuerza; le ofrecí el avión; le insistí durante más de media hora. Llamamos a Valencia. El general Milans trató de convencerle. No fue posible. Fracasé, pues, en mi gestión de liberar a los diputados. Considerábamos todos que la situación era grave; creíamos que había que solucionar el problema cuanto antes. Actué “a título personal”. No me extralimité en mi gestión. Obedecí todas las órdenes.

Agrego a este resumen final que, en carta manuscrita, el 23 de marzo de 1981, pedí a su majestad autorización para utilizar en mi defensa la conversación del día 13 de febrero en su despacho y que esta petición me fue denegada. Cumplí la orden, bien a mi pesar. Estoy convencido de que la carta llegó a su destino. Tengo pruebas escritas de ello”.

Es curioso que Armada termine su descargo citando a Franco:

Durante todo este tiempo, he meditado muchas veces sobre la disciplina.

“Ésta adquiere el máximo valor cuando se obedece a un superior, aun en contra de los propios sentimientos.” Todos los militares recordamos la lección de Franco, al despedirse de la Academia General.

La versión de Pardo Zancada

Uno de los protagonistas del 23-F, el ex comandante Pardo Zancada, que tras estudiar Ciencias de la Información se doctoró en la materia en la Universidad Complutense de Madrid, en un documentado libro, titulado “23-F, la pieza que falta”, aparte de un relato minucioso, desde dentro de aquel acontecimiento, deja en el aire algunas preguntas dudosas, en el epílogo y las conclusiones de su obra. El ex oficial ni se arrepiente ni se disculpa, sino que, desde su posición política, asume los hechos; pero dice algunas cosas interesantes. Por ejemplo, su recuento de la postura de los capitanes generales de las regiones militares en que entonces estaba dividida España concluye que entre partidarios del golpe y tibios, si el Rey hubiera ordenado seguir adelante, la rebelión hubiera triunfado. Pero al mismo tiempo vuelve a sembrar la duda sobre el propio papel del monarca:

No hace falta consumir nuevas energías en el intento de justificar la necesidad que se sentía a principios de 1981 de hacer algo que pusiese fin a un proceso de disgregación y degradación que estaban en el ambiente, Basta comprobarlo en las hemerotecas. De ahí que quien capitaneó la acción lo tuviera muy fácil a la hora de señalar el objetivo final, la meta a conseguir. Se trataba de un “golpe de timón”

Los monarcas no organizan nada, ni se espera de ellos que lo hagan. Tienen quien trabaje para ellos, con o sin su dirección o impulso. El general Armada ofreció una solución para ese cambio. El secreto de si la iniciativa fue del Rey o suya sólo lo tienen ambos, y en ese punto por más que sea un desiderátum general, no hay quien entre. Ahora bien: el nombre del Rey se utilizó. Lo invocó Armada, que ería darle una salida a la situación por la vía de sustituir al que consideraba culpable de casi todo: a su rival, a Suárez. No sería honesto, no obstante, si después de todo lo leído y escrito sobre el tema no expusiese aquí, abierta y sinceramente, mi punto de vista personal sobre el origen de los hechos. Aunque pueda ser irrelevante, considero obligado expresar mi firme convicción moral de que fuera o no S. M. quien inclinó a Armada a actuar, el origen de todo estuvo en un contacto entre ambos, y que S. M. supo algo de lo que el general proyectaba. Que no conociese los de talles no quiere decir nada. Tampoco le hacía falta. Después, como a tantos otros de dentro y fuera de la Zarzuela, los tiros de Tejero en el Congreso y las imágenes de la ocupación debieron de helarle la sangre en las venas. Y entonces el centro de gravedad de su posición se desplazó hacia el otro polo de influencia: El general secretario Sabino Fernández Campo, que fue quien a partir de ese momento manejó la crisis con gran habilidad en la dosificación de las decisiones a adoptar y de su ritmo.

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Uno de los libros más polémicos sobre el 23-F.

Sabemos, y ahí está el testimonio de Carrillo, sobre la petición del Rey de prudencia, de que en el asunto del 23-F no se llegó a fondo, ¿pero hasta qué fondo? Algunas preguntas siguen esperando respuesta.

Por cierto, que cuando poco después del 23-F entrevisté al general Gutiérrez Mellado sobre su gallarda postura aquel día y le pregunté qué pensaba cuando intentó reducir al golpista Tejero me dijo: “Que por nada del mundo vuelva a haber una guerra civil en España”. @mundiario

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