Día de sol

Representación del túnel que conduce a la vida después de la muerte. / Mundiario
Representación del túnel que conduce a la vida después de la muerte. / Mundiario.

¿Dónde están nuestros días de sol? ¿Dónde reside el sol en una muerte? La vida es frágil, y solemos vivir de espaldas a ella, preocupados por lo que vendrá, o ansiosos por lo que no fue.

Aunque el título de este artículo sugiere luz, está mañana he recibido una noticia que me ha conmocionado: la muerte de una compañera de promoción de mi anterior trabajo. Aunque desconocía su enfermedad, me había unido a ella cierto grado de amistad en el pasado.

Acababa de salir, poco satisfecha, de un entrenamiento, cuando vi un mensaje de whatsapp, comunicado por otro compañero y me sentí muy triste. Hacía años que no la veía y por el nombre no era capaz de ponerle cara. Pero cuando abrí la fotografía adjunta, se me cayó el alma a los pies. No me lo podía creer; minutos después, con un café doble en una cafetería cualquiera, intentaba procesarlo todo. Cuando alguien se muere, a tu mente vienen los recuerdos compartidos, la forma de ser de esa persona y la relación que has tenido con ella.

Excéntrica en su modo de vestir, irradiaba una personalidad poco dada a los convencionalismos. Colorida por dentro y por fuera, era un ser humano salvaje, en el mejor sentido de la expresión. De mirada incisiva, la propia de las personas con los ojos claros, unida a una especie de visión que iba más allá de lo físico. En la época en que nos conocimos, finalizado el curso teórico- práctico de Secretarios Judiciales, la antesala de lo que habría de ser nuestro nuevo oficio en el mundo laboral, compartimos habitación en Bruselas, una recalada previa a nuestro nuevo mundo.

Era una época de vacas gordas y tuvimos la suerte de vivir una experiencia en otro país donde recibíamos información sobre los organismos oficiales, aunque nosotros estábamos más por la labor de divertirnos y pasarlo bien. ¡Éramos todos tan jóvenes!  Recuerdo ese tiempo pasado como si lo hubiese vivido otra persona. La densidad del tiempo nos muestra que ya hemos recorrido una parte del camino. Por aquel entonces yo barruntaba continuamente una historia personal, una comida de tarro que le comenté, con la esperanza de que tuviera la clave del guion de mi vida; no acostumbrada a dar consejos me dio una interpretación mucho más plausible que aquellos que quieren resolverte los problemas con sus sabias observaciones. Pero ella era como si viese a través de la materia.

Volví a coincidir con ella un par de veces más en Galicia; en una de ellas, había venido a una boda que se celebraba en la ciudad en que actualmente resido. Ella se reía de mis frecuentes despistes, no con la actitud de condescendencia de quienes se creen por encima de todo, sino con la comprensión propia de quien ha vivido mucho, en sentido simbólico, pues era muy humana. Más adelante, comuniqué a mis compañeros de promoción la concesión de mi excedencia para dedicarme al mundo literario; ella me dijo que “ya había triunfado”, con esa forma tan personal de ver más allá del triunfo externo, más aparente que real. Como digo, una visión de radar, algo supra humano.

La muerte de las personas que apreciamos puede ser un varapalo importante; la muerte de esta compañera me conmocionó más de lo que hubiera imaginado de haber sabido que se iba a producir. Nunca estamos preparados para lo que va a venir y saber que no podrás construir nuevos recuerdos con esa persona, aunque quieras, te remueve por dentro. Aunque no es necesaria una muerte para percibir la textura rugosa de la vida.

 A ese respecto escribí un poema titulado  Cántale a la vida según el cual:

La vida es salvaje agreste, agresiva,

Dura, escarpada y dolorosa,

Vasta, inmensa, inaprensible e incomprensible.

Maravillosamente desconcertante...

En los contrastes de opuestos es donde se aprecia su verdadera textura. No niegues la textura rugosa de la vida.

Empezarás a adentrarte en ella, en sus entresijos.

Pero contra todo pronóstico la muerte te confronta con la vida: la que ya no vivirás con el que se acaba de marchar, y la que tú mismo estás viviendo. Esa ahí donde se ubica el título de este artículo.

Día de Sol

Lo dije al comienzo.

La vida es frágil, muy frágil, y casi siempre vivimos de espaldas a ella, preocupados por lo que vendrá, ansiosos por lo que no fue o fue diferente a como lo habríamos querido...

Pero el que la vida sea frágil debería ser un motivo para vivirla con entusiasmo, intensamente. Es posible que las cartas estén repartidas desde el comienzo de nuestra vida y nuestra muerte esté escrita en nuestro ADN.

Hoy no es un día de sol en sentido literal, y menos en mi ciudad donde la lluvia nos ha acompañado de forma intermitente, coincidiendo simbólicamente con esta muerte. Hace ya casi cinco años, otra muerte me confrontó con la vida y escribí un poema titulado Vida, que comienza así:

Vida de sentirse vivida

con pocos o muchos,

con otros,

algunos que ya no están.

Vida de los que aquí quedan,

sintiendo en la distancia a los demás.

Pero vida, al fin y al cabo.

Con lluvia o sol,

Con calor o frio.

Vida, vida…

El poema sigue profundizando en la vida de los que siguen en ella, una vida que por un instante se detiene, aunque con el tiempo nos hermanamos con la ausencia del que ya no está.

Una ausencia “Que es ahora presencia.

Presencia de alguien que ya no está en el plano físico,

pero permanece en ti,

en tus recuerdos.

Recuerdos vívidos, de vida.

Raudos como lo fueron cuando sucedieron…

¡Qué fácil es estar despistado y pasar por la vida como si nada!

Todo duelo posee ese poder. Es un claroscuro. Un agarrar y un soltar, un nuevo agarrar y un soltar definitivo. Una negación y un reconocimiento. Y ese acercarse de nuevo a la luz, depende de la historia personal que hayas compartido con  el que se ha ido. A mayor historia personal, más necesidad de soltar, no con indiferencia, sino con reconocimiento y alegría. Hay más homenaje al que ya no está en la vida que vivimos, que en el recuerdo plañidero que nada resuelve. Porque la vida sigue aquí, el sol, físico o no, está aquí, pero creemos ver cuando -a causa de nuestras justificaciones- vamos ciegos por la vida o con una visión de topo. No reconocemos el sol de nuestras vidas, un sol que siempre está. Pues has tenido la suerte de haber conocido a ese ser humano, y al final del camino está la luz. Hay un grandioso poema de Dylan Thomas que profundiza en la idea de que la muerte debe ser salvaje, porque es el punto culminante de la vida, y que dice:

No entres dócilmente en esa buena noche
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.

Y al igual que ese precioso poema escrito por la muerte de su padre, y cuya lectura recomiendo, mi compañera tenía algo de loca, de sabia, de buena, de grave y de vieja, de alma antigua. No se la podía etiquetar y por eso, era inmensamente valiosa. 

Mi propósito de hoy era escribir un artículo completamente distinto, sobre una boda a la que acudí hace tres semanas. Un acontecimiento lleno de luz, sin fisuras. Pero aquellas cosas que te zarandean necesitan ser expresadas, dar salida a lo que es.

Para las notas del artículo sobre la boda- curiosamente- había apuntado el lema de una camiseta del novio: todas cosas verdaderas son salvajes y libres. Sustituid cosas por personas y tendréis a la persona a quien me refiero ahora.

Descansa en paz, Pachi, porque en nuestros recuerdos nunca morirás. @mundiario

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