Las cenizas de Tito, 'Las cenizas de Ángela' y la posteridad de Groucho
En Barcelona se ha esfumado como del rayo Tito Vilanova, cum laude en tiki-taka y catalán que acaba de alcanzar el genuino independentismo eterno.
No es verdad que en la tumba de Groucho Marx figure el epitafio que le atribuyen sus desconsolados admiradores: ¡Perdonen si no me levanto! Testigos llegados hasta aquí procedentes del Edén Memorial Park de Los Ángeles, donde permanece incinerado (hecho polvo, diría él) desde 1977, aseguran que aquel neoyorquino tan cachondo que no estaba dispuesto a pertenecer a un club en el que aceptasen a tipos de su calaña, tampoco ha superado el reto humano de seguir siendo genio y figura después de la sepultura. Lo fue hasta el último segundo de su vida, y dejó de serlo desde el primer segundo posterior a su muerte, cuando alcanzó toda su plenitud una de sus más celebradas y geniales sentencias esperpénticas: ¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?
Las cenizas de Tito, “Las cenizas de Ángela”…
Eso digo yo ¿Qué hace la posteridad por nosotros? ¿Por los ricos y por los pobres, por los poderosos y los insignificantes, por los reyes y los súbditos, por los influyentes y los influidos, por los Honoris Causa y los ignorantes, por los Nobeles y los analfabetos, por los famosos y los anónimos, por los guapos y los feos, por los buenos y los malos, por los justos y los injustos, por los elegidos y los electores, por los héroes y los anónimos, por los salvapatrias y los corderos silenciosos, por los independentistas y los unionistas, por los culés y los merengues, por los que reciben grandilocuentes funerales de Estado o cutres billetes low cost para su último viaje por gentileza de distintos presupuestos municipales?
Ante las cenizas de Tito, por quién hoy doblan las campanas del resto de España al mismo compás que las campanas de Cataluña, me invade la misma sensación de tristeza que cuando mi vista se posó ante el punto y final de “Las cenizas de Ángela”. Nadie hablará de Tito cuando hayan pasado una docena de Ligas, como no se mencionaba prácticamente a la pobre Ángela a partir de una docena de capítulos de aquella novela de Frank McCourt que conmovió al mundo. Para Tito ha dejado ya de ser trascendente su RH catalán, la hipótesis del volver a ser algo más que un entrenador de algo más que un club y el sueño de que Cataluña sea algo más, muchi más que una Comunidad Autónoma. Tampoco me imagino en su tumba un epitafio como delirio póstumo de su catalanidad: ¡perdonen que no pueda levantarme para acudir a votar! Sencillamente, se irá desvaneciendo en la historia, en las páginas de los periódicos deportivos y en esa noche de los tiempos que ya no permite escribir los versos más tristes a un Neruda o los más optimistas a un Queved: "...polvo serán, mas polvo enamorado”."...
¿Qué coño le importa ya a Tito que su Tiki-Taka haya mutado al Tiki-Tata?
En Barcelona, ciudad del mundo, se ha esfumado como del rayo un hombre de 45 años, un alumno aventajado del Tiki-Taka, un ejemplar de la especie humana, en cuyo equipaje para hacer el definitivo viaje hacia ninguna parte, no hay sitio para banderas, para himnos, para Diadas, para diccionarios excluyentes en lenguas vernáculas, para Mas elucubraciones incluyentes de gobiernos de Barataria y para pasaportes de un tal estado, de una tal hipotética Cataluña, absolutamente inútil en esa aduana que acaba de traspasar sin billete de vuelta, o sea, como miles de millones de exseres humanos que le antecedieron. En eso consiste lo que los vivos seguimos llamando posteridad, colega. A los más lúcidos, como Groucho, no les preocupaba. A los más necios, como Felipe, como Aznar, como Rajoy, como Rubalcaba, como Merkel, como Pujol, como Urkullu, como Artur Mas, como gente de esa con sus respectivos y fanáticos seguidores, miradles, que van orinando por la vida para marcar territorio, diferencias, Non Plus Ultras, a imagen y semejanza instintiva de los animales irracionales, les quita el sueño, el sentido del humor y el sentido de la perspectiva ante la inexorable e insoportable levedad del ser. Están obsesionados con que sigan hablando de ellos cuando hayan muerto; con la idea de que sus biznietos paseen de la mano de sus nietos por calles que lleven su nombre; con la vanidad a título póstumo, o sea, la más estúpida y estéril vanidad de vanidades. Porque, vamos a ver: ¿qué coño le puede importar ya a Tito, ejemplo, que su Barça haya pasado del Tiki-Taka al Tiki-Tata, eh?
Bajo tierra no hay nacionalidades, ni DNIs, ni pasaportes
En los cementerios, Director, no descansan en paz poetas chilenos, ni presidentes estadounidenses, ni zares de la Madre Rusia, ni vencidos de Troya, ni vencedores de Esparta, ni Alejandro Magnos macedonios, ni Papas polacos, ni Castelaos gallegos, ni Adolfos Suárez españoles, ni Titos Vilanova catalanes. Bajo tierra no hay nacionalidades. Entre las cenizas aventadas todos los días en verdes colinas, a los pies de árboles centenarios o en bahías y acantilados de los cinco océanos, no hay ni rastro de DNIs, ni de etiquetas que señalen el lugar de procedencia del polvo (“made in USA”, “made in Spain”, “made in Catalonia”, ja) que, en realidad, vuelve a reciclarse en polvo global de “marca blanca”. Sólo los zotes de los vivos se pasan sus breves vidas declarando guerras, preparando revoluciones, invocando a dioses, convocando referendos, derramando sangre, sudores y lágrimas, ay, para sentirse de alguna tribu, copropietario de algún lugar, cómplice de los usos y abusos de algún pedazo de trapo al que llamamos bandera. ¡Qué solos se quedan los vivos, Gustavo Adolfo, macho! ¡Qué conmovedor resulta vernos ante las cenizas de Tito, tantos Titos, que nos recuerdan una y otra vez, sin que nos demos por aludidos, Sic Transit Gloria Mundi! Si es que no tenemos remedio, oye. Por mucho que la posteridad no haga nada por nosotros, como muy bien nos explicó el coñón de Groucho, seguimos empeñados en hacer y deshacer cosas para la posteridad.