¿Rajoy resistirá hasta canalizar los procedimientos judiciales en curso contra su propio partido?

Mariano Rajoy. / Youtube
Mariano Rajoy. / Youtube

El autor opina que el candidato del PP es un tapón necesario para controlar los tiempos políticos y reconducir los movimientos judiciales a aguas más tranquilas y llevaderas.

¿Rajoy resistirá hasta canalizar los procedimientos judiciales en curso contra su propio partido?

A estas alturas de la película a nadie debiera extrañar que todos los procesos históricos son pura contradicción, salvo con Mariano Rajoy y su PP: con ellos todo se transforma en paradoja, mayor aún cuando son avalados por esa nueva derecha de corte estético y juvenil liderada por el inefable iconoclasta Rivera.

La recuperación económica es un hecho, baste citar las cifras de hace nada: 333.000 despedidos el 31 de agosto y 360.000 el día 1 del mismo mes, esto es, el 80 por ciento de los contratos firmados en el verano se han esfumado por arte de magia. Como puede observarse el empleo es estable, siempre tiende a destruirse al libre albedrío del empresario de turno, lo que indica que las estructuras neoliberales funcionan a la perfección. Se reparte el trabajo entre los parados, se consolidan beneficios para el capital y aquí paz y después gloria. Por tanto, los datos secundan la tesis de que avanzamos… hacia el inicio de la crisis en 2008.

Más números nefastos tomados al azar (o casi). Desde que el actual inquilino de La Moncloa campa por sus respetos, trabalenguas y presuntas corruptelas, un millón menos de desempleados no cobra ni un euro de prestación social y más de 125.000 potenciales estudiantes han dejado de matricularse en las universidades públicas. Búscate la vida como puedas es la divisa de los nuevos tiempos.

Un dato menos conocido, de eso que se ha convenido en llamar crípticamente macroeconomía, nos dice que en este supuesto no avanzamos sino que retrocedemos, eso sí, al futuro. Otra paradoja irresoluble, como ese manido oxímoron del crecimiento cero o negativo tan del gusto de los economistas del libre pensamiento instalados en los sillones elitistas de la globalización ultraliberal. El futuro suena mejor y lima asperezas de realidades feas y controvertidas. Veamos: en el año 2000 las rentas del trabajo suponían la mitad del PIB en España, mientras que las de capital se situaban en el 40 por ciento. Hoy esa relación está fijada, aproximadamente, en 45-47 por ciento, lo cual viene a señalar que los salarios han perdido capacidad adquisitiva y peso en detrimento de los beneficios empresariales. Una tendencia irresistible que no parece tener freno a medio plazo.

Actualmente hay en España, con oscilaciones, unos 18 millones de personas que viven de un salario, en torno a 140.000 autónomos (falsos la mayoría al estar obligados por las circunstancias y la precariedad laboral), algo más de 3 millones de empresas registradas (el 99 por ciento pequeñas y medianas) y 9 millones de pensionistas.

Reduciendo al índice 100 los recursos patrios, tal estadística quiere decir que el reparto de la tarta de la riqueza/pobreza queda así: 45 euros a escote para 18 millones de trabajadores y trabajadoras, 47 euros destinados a las arcas de 3 millones de empresarios y 3 euros para más de 9 millones de personas ancianas, discapacitadas y mal llamadas autónomas a efectos económicos y fiscales. Cuando menos, llamativos resultados: de media, por cada individuo asalariado que perciba 1.000 euros mensuales, un empresario se embolsará 5.000 euros en el mismo periodo de tiempo. Con el solo ímpetu regenerador y reformista de Albert Rivera no da la sensación de poder revertirse estas crudas realidades “nacionalistas” de amor desmedido por la Patria, así en mayúsculas.

Tal es el verdadero bloqueo de España: una desigualdad creciente y una revolución de derechas neoliberal que impide que una España social y más equitativa se abra paso en las instituciones. La elite se resiste a dar su brazo a torcer, de ahí que Rajoy sea un tapón imprescindible, antes de hallar un liderazgo más vendible, para dejar todo atado y bien atado de cara al porvenir inminente.

Mariano Rajoy resistirá hasta conseguir sinecuras varias a su banda de adeptos y no se irá hasta canalizar como se debe los procedimientos judiciales en curso contra su propio partido y los allegados al poder. La lista de acólitos que exigen soluciones viables a sus cuitas particulares es larga y profusa: Bárcenas, Rato, Wert, Soria, Jorge Fernández, Trillo, Rita Barberá, Baltar, Matas, Urdangarín…

Todos quieren lo suyo para no tirar de la manta y que la suciedad salpique de manera indiscriminada tantos currículos y desafueros cometidos en los últimos años. Rajoy es un tapón necesario para controlar los tiempos políticos y reconducir los movimientos judiciales a aguas más tranquilas y llevaderas.

Estamos ante un enroque defensivo y a la expectativa de la derecha con el concurso inestimable del partido naranja de Ciudadanos y la indefinición calculada del PSOE de Pedro Sánchez. Lo normal es que al final de este esperpento político de nuestros días la “responsabilidad bipartidista” vuelva a su cauce del consenso constitucionalista pues de lo que se trata en última instancia es de que una hipotética alternativa de izquierdas muerda el polvo de la derrota ante el desbarajuste orquestado por la cerrazón a ultranza de la doctrina neoliberal predicada por Bruselas.

En este camino hacia la nada, todo se recompondrá con nuevo líder, quizá lideresa, en el PP, al que darán su voto y/o abstención el PSOE postSánchez y, por supuesto, el grupetto escapado del viejo pelotón representado por Albert Rivera. La nueva era que se avecina intentará arrinconar cualquier movimiento por mínimo o exiguo que sea hacia la izquierda con pactos de salón entre bastidores y mucha fanfarria triunfalista de la época histórica, apasionante y difícil que nos ha tocado vivir. Los tres partidos de la España única se harán arrumacos bajo el palio tradicional de la unidad de España. Por tanto, sobrarán los radicalismos, y radical o extremista será todo aquel que proponga discursos democráticos hacia una España diferente, más justa y plural que la que ahora habitamos.

De momento, salvo vuelcos impredecibles, la única España viable es avanzar hacia atrás y viajar a un futuro más neoliberal de la mano de un PP recalcitrante y manchado de corrupción hasta las trancas, un PSOE falaz anclado en sus miedos atávicos y su retórica vacía y un Albert Rivera jugando a ser el héroe icónico de la nueva España, la España de siempre, la España inmutable de boquilla contra la que se desgarra a diario en empleos de miseria, en definitiva la España de los pijos de la vetusta placidez suiza y los papeles de Panamá y la de los… otros (jóvenes emigrando al mundo, inmigrantes sospechosos, trabajadores en precario, estudiantes que abandonan por falta de recursos…). Suma y sigue.

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