La pobreza es la gran cuestión política

Colas del hambre en Madrid en 2020. / Twitter.
Colas del hambre en Madrid. / Twitter.

Sin una justicia distributiva, adecuada a los problemas reales, la pobreza seguirá siendo la gran pandemia, más peligrosa que la que ha traído la Covid-19.

La pobreza es la gran cuestión política

Vuelve algo que siempre ha estado ahí: la pobreza... y la Covid-19 ha mostrado más su evidencia en los desequilibrios y grietas sociales existentes. En la sesión de control en el Congreso, de hoy miércoles 20 de octubre, alguna de las preguntas “conservadoras” al Gobierno “progresista” ha girado en torno a esta cuestión.

Los indicadores y las estimaciones estadísticas esgrimidas, unidas al tono agresivo de quien formulaba la pregunta, quería descalificar la supuesta diferencia que divide políticamente a unos y otros; venía a decir: menuda progresía, los datos de pobreza siguen siendo malos y, por tanto la acción de este Gobierno falla de raíz. Unida a otras preguntas que desde esa misma bancada y su sector más ultra se formularon, orquestadas con la cuestión de la subida de la factura de la luz, la secuencia discursiva inevitablemente tendía a que quienes le prestaran atención desde sus casas entendieran que, al fin, había quienes atendían a sus problemas. La lógica debía llevar a que lo que correspondía hacer a lo “progres” que en este momento gobiernan era dimitir y dejar sus sillones azules a estos lúcidos diputados que se ocupaban de asuntos tan graves; y, a continuación, los oyentes debían ser consecuentes en la buena elección de su voto.

Pobreza y política

Los principales problemas de la lógica consisten en que esconden muchas trampas para quienes no estén al corriente de lo que sucede, se fían de las apariencias de la bondad y no advierten los sofismas que puede esconder el mecanismo interno de la proposición que les quieren vender. En las ferias de antes, en que se mercadeaba con animales, crecepelos, aperos de labranza y  novedades de diverso alcance, siempre había “tratantes” –a veces organizados en pandillas mafiosas- que se encargaban de vender y comprar a conveniencia de su bolsillo, no a la del campesino que acudía a solucionar una urgencia de su unidad de producción. Aunque todos hacían lo que podían para poder hablar de la feria bien aunque les hubiera ido mal, los engaños y estafas se adjudicaban casi siempre, de modo racista y muy tópico, a los gitanos, de quienes era fama, sobre todo, su buena mano para vender burros.

Aquella preocupación de no ser engañados no suele verse en la que tenemos en el uso de recursos públicos; no se les suele prestar atención suficiente, y con frecuencia esconden fraudes solemnes, como sucede en algunos que esperan sentencia judicial con incierto destino. Debiera preocuparnos que la pobreza, que a tantos usos se presta, siga dando pie a tratamientos más aparentes que justos.

El salariado

Uno de los más interesantes sociólogos de los últimos años, Robert Castel, dejó dicho que la pobreza –con los modos de ser soportada, tratada y comentada- es uno de los indicadores mejores del buen o mal gobierno, como lo es de la sensibilidad de una determinado grupo humano. En Las metamorfosis de la cuestión social, dejó escrita en 1995 una verdadera crónica del salariado, es decir, una historia en que todos estamos concernidos porque atañe a cómo la inmensa mayoría de la humanidad –también la que vive en España- ha sido y es tratada por el hecho de tener que ganarse el sustento en condiciones que casi nunca ha estado en igualdad  para aceptar.

Nuestro presente está implicado en esa Historia que estudia el pasado que -como sostenía otro gran Historiador, Braudel-, “se obstina en sobrevivir”. Si algo hemos tenido siempre con nosotros, además de una condición muchas veces precaria, es un mundo de excluidos, trabajadores sin trabajo, pobres asalariados y, por supuesto, maneras de tratar la pobreza de unos y otros –incluidos nuestros limitados salarios o pensiones- con los correspondientes modos diferenciados de no verla, aliviarla o erradicarla. En este trance, no es lo mismo la caridad que la beneficencia o el altruismo. Invocando razones distintas cada una, no alcanzan todas juntas a cubrir las carencias como solo la Justicia social –con la protección pública del Estado- puede hacer. Concepción Arenal ya advirtió de ese déficit que tenía el sistema de asistencia a la pobreza en 1894.

No es igual, aunque pueda parecerlo, que alguien dé algo de lo mucho que le sobra para remediar la necesidad de otro, que el que un problema real continuado sea atendido por las obligaciones colectivas, propias de un sólido Estado de Bienestar y su Justicia distributiva. La voluntarista limosna y el apáñese como pueda, hermano, dejan que persista el problema y que la provechosa publicidad del gesto se convierta en mérito de quien emplea la pobreza para su prestigio personal o corporativo. No es tampoco el mismo, por tanto, el razonamiento y tratamiento que se haga de esta gran “cuestión social” –que decían en el siglo XIX- desde una posición ideológica que desde otra. Casos hay, incluso, en que el trato dado a los asuntos de pobreza ha servido  más como freno a las demandas sociales –y de la extensión a todos de los derechos y libertades democráticas-, que como solución reclamable ante las instituciones públicas como “derecho perfecto”.

Los pobres de la región más rica

Este trasfondo es el que no reconocen muchos diputados y diputadas que también suelen ser muy sensibles a los sacrosantos derechos de la propiedad privada, conculcados según ellos cuando se habla de impuestos progresivos o de lo que la propia CE78 dispone en el art. 33. Su miedo a perder algo les lleva a tratar de “conservar” un mundo decimonónico, en que el solo esfuerzo de unos salarios de miseria, ayudado por la caridad, por muy  pura y desinteresada que fuera, solo acrecentaba la visibilidad del problema. Se lo dijo Cánovas del Castillo en 1890, en una notable conferencia en el Ateneo madrileño: “Vayan, pues, concertadas, que es inevitable, la Economía política y la Moral, en la Política económica de las naciones, bajo la inexcusable inspección del Estado, como buenas compañeras, y para todo aquello a que la caridad cristiana y su remedo, el altruismo, no basten”.

Ese discurso de un personaje tan representativo en el ámbito conservador, aquel diez de noviembre, parece haber tenido un éxito más retórico que real. Un informe de CCOO de octubre de 2020: la pobreza en la Comunidad de Madrid –gobernada ya no se sabe desde cuando por personas del mismo circuito ideológico- muestra muy claras “las cifras de la vergüenza, ser pobre en la región más rica”. Estas veintiséis páginas debieran ser de obligada lectura y estudio en la enseñanza obligatoria, especialmente en lo tocante a Historia actual –la que tan poco presente está en las aulas.  Ayudaría a que lo que se enseña en la escuela sea relevante; la educación desigual que imparte, unida a lo que enseñan las redes sociales, ya está haciendo que a muchos niños y niñas –de cualquier Comunidad autonómica- se les vaya el coco en considerar si los de la comunidad vecina les roban o si sus ancestros tenían unas peculiaridades genéticas excepcionales; arrogándose supuestos derechos de  superioridad, nunca sabrán qué requiere una convivencia lúcida y decente con el prójimo. @mundiario

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