Un gobierno democrático debe ser exquisito en el manejo de los efectos de la crisis

El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy.
El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy.

Un gobierno que dinamita impunemente las políticas sociales y adopta como estrategia la violencia sobre los más débiles conduce de forma suicida al país a su muerte moral.

Un gobierno democrático debe ser exquisito en el manejo de los efectos de la crisis

Un gobierno que solo a través del empobrecimiento masivo es capaz de igualar las diferencias sociales entre amplias capas de población, abriendo una brecha sideral con el gueto dorado reservado a los menos, se inhabilita a sí mismo. Un gobierno cuya gestión prostituye el termino libertad, dejándolo reducido a una ingrata elección entre trabajar en condiciones de miseria o morir de hambre, se degrada totalmente. Un gobierno que distancia su política de la solidaridad en aras de los intereses, convierte el poder en palanca sectaria, siendo incapaz de hacer  compatible política y  moral

La seña de identidad de un estado democrático, respetuoso con el ordenamiento jurídico del que extrae su fuente de legitimidad es el respeto a los derechos humanos. Un gobierno que los relativiza, recorta, deteriora y mancilla, refiere un problema muy severo. En el que nos sería descartable en un horizonte no muy lejano, el esbozo de un escenario totalitario. El presidente Kennedy afirmaba no sin razón que, “una condición previa del desarrollo económico, es la libertad política”.

Cuando el debate político se hace tan raquítico que deja la categoría para incurrir en la anécdota, el argumento es la descalificación compulsiva del contario, y la propuesta de más calado es retroalimentarse en las vergüenzas del oponente, hay lugar a la alarma, pues evidencia el declive del sistema. La política de ideas es abducida por la política de personas. Termina asimilándose la política, - algo noble e indispensable para la armonía del contrato social -, con el ecosistema del bosque tropical que sobrevive de su propia mugre. La política, como elemento social está en riesgo de abandonar lo sustantivo cediendo su bagaje y mecanismos a los poderes financieros que descarnadamente ocupan su espacio. El efecto inmediato, es que difícilmente puede haber buenas finanzas donde no hay buena política.

La buena política la califica un exquisito  respeto a la ciudadanía y sus derechos, y por extensión, a los siglos de lucha y sacrificio colectivo en que se han cimentado. Buena política es la aplicación ecuánime y redistributiva del presupuesto público. Buena política es la protección e impulso con criterios de honestidad y eficacia de las industrias útiles, propiciadoras de un crecimiento sostenible y no las iniciativas de especuladores y mangantes que parasitan los aledaños del poder. Buena política es erradicar el clientelismo y no entregar en almoneda lo público a las aves de rapiña del erario público.

La aspiración democrática de una sociedad, ni es una humorada ni un descubrimiento  habido en nuestra más reciente historia. Desde las Cortes de Cádiz fueron sucesivos y dolorosos los intentos de articularla en nuestra anquilosada realidad social. La II República fue el escenario más genuino, y quizás por ello despertó el odio feroz del inmovilismo que de siempre atenazo eficazmente el país. En el presente, parece estar cuajando con razonable  éxito y de forma no interrumpida. Una aspiración en la que muchos otros países nos llevan siglos de ventaja, pero que pese a ello, tienen, como también nos sucede a nosotros, asignaturas pendientes, La diferencia es su bagaje democrático y el grado de madurez que han adquirido en su rodaje. Rodaje que ni ha sido sencillo, ni gratuito. No en vano los precursores de la democracia burguesa continental a finales del siglo XVIII llamaban a “la insurrección como el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes cuando los derechos de la ciudadanía estaban en riesgo”... Es la respuesta del valor cívico frente al temor ancestral que es propio de países largamente oprimidos. Octavio Paz señala acertadamente que, “las masas humanas más peligrosas, son aquellas en cuyas venas se ha inyectado el veneno del miedo…del miedo al cambio”.   

A lo largo de las últimas décadas del siglo XX y esta primera del XXI los profundos cambios sociales y económicos de las sociedades industriales, provocaron efectos positivos innegables. Pero estos últimos cuatro ó cinco años están deparando dentro del tornado económico que nos azota un temible retroceso de un catalogo de valores que dábamos como connaturales e irreversibles: honestidad administrativa, solidaridad interna  y comunitaria, primacía de lo público sobre los intereses privados, etc. Al mismo tiempo se hipertrofió un sentimiento de orfandad que se refleja en el lamento reiterado de la ausencia de líderes carismáticos. Lo que se deja en olvido algo capital. Los verdaderos impulsores del cambio son los pueblos capaces de ser dueños de sus destinos. Los líderes no hacen sino mostrar el camino.

La confianza ciudadana
No hay nada como una crisis económica compleja, en la que pareciera inevitable que  todo este permitido, para aupar el desconcierto social y la debilidad política. La confianza ciudadana en las instituciones democráticas, y lo que de estas se espera, igualdad de derechos, vigilancia del ejecutivo, dialogo social, equidad electoral,  es manifiestamente mejorable. Un gobierno que se reclama con sensibilidad social, debiera saberlo. Y si goza de una mayoría absoluta, su responsabilidad se acreciente en orden a su propia capacidad de maniobra política
Un gobierno decididamente democrático, debiera ser escrupuloso en su comportamiento en orden a evitar incentivar con sus actos, amparado en el drama económico, la desafección hacia la política y las instituciones. Otra cosa, es  tanto como coquetear con frivolidad con lo que fue el embrión de los movimientos fascistas de los años treinta del pasado siglo. La frase atribuida a Napoleón Bonaparte tiene plena vigencia, “aquel que no conoce la historia está condenado a repetirla”.   

 

Comentarios