Espalunya capital, Barcelona

Barcelona.
Barcelona.

Llegados a este punto, ante la escasez de seny catalán, la ingenuidad del PSOE, el instinto pirómano de Podemos, las tentaciones diabólicas de Ciudadanos y la proporcionalidad cataléptica de Rajoy, solo nos queda echar mano de la imaginación: ¡perro no come perro!, dicho sea sin ánimo peyorativo, naturalmente ¡Hagámonos todos catalanes!

Espalunya capital, Barcelona

No es verdad que los lemmings, esa raza de roedores a los que Walt Disney inmortalizó lanzándose al Ártico desde un acantilado, lleven el instinto básico del suicidio en masa como un código genético para la salvaguarda de la especie. Pero, chico, cuando la Factoría de los  Sueños asombró a la humanidad, se llevó un Óscar y un Oso de Oro y dejó perplejos a los más insignes zoólogos del planeta en 1958, tras haber presentado en sociedad su documental White Wilderness, traducido al español como El Infierno Blanco,  la leyenda se hizo carne y habitó durante un par de décadas entre nosotros. El Homo Sapiens, o como coño quiera que nos llamemos los más recientes seres humanos incapaces de ver un burro a dos pasos en estos últimos siglos llamados, paradójicamente, de las luces, es que somos adictos al éxtasis de la épica Troyana o Numantina. Luego, verás, en 1982, la revista canadiense The Fifth Estate denunció el laureado documental como una farsa naturalista diseñada por los Estudios del viejo Walt. Sí, hombre, sí. A aquel señor capaz  de habernos hecho creer, a título póstumo, que permanecía hibernado esperando la resurrección por obra y gracia de la ciencia, ¿cómo le iba a temblar el pulso para simular un espectacular suicido con roedores secuestrados, seducidos e inducidos?

La franquicia catalana de la Factoría Disney

Bueno, pues salvando las distancias, y sin la mínima intención de herir susceptibilidades, a mí el Proces me parece una versión humana del Infierno Blanco, qué quieres que te diga. Creo, como uno de esos axiomas indemostrables, que una parte de los catalanes han sido secuestrados, amaestrados y posteriormente inducidos a lanzarse por ese precipicio histórico de la desconexión en las heladas aguas de la independencia. Les han prometido una República Independiente de Cataluña, pero, en realidad, solo pueden ofrecerles un iceberg, eso sí, de razonables dimensiones, flotando a la deriva tras haberse desprendido de la Península Ibérica y del Continente europeo. En la Factoría de los Sueños de ese inaudito triunvirato Puigdemont-Junqueras-Gabriel, como en la genuina Factoria Disney, se han creado malévolas madrastras de Blancanieves; odiosos cazadores que disparan contra la mara Catalunya, que viene siendo como la madre de casi ocho millones de Bambis catalanes; hermanastros españoles que le hacen la vida imposible a la Cenicienta que sueña con su hada madrina a orillas del Mare Nostrum. Todo es mentira, pero toda mentira repetida mil veces puede acabar convirtiéndose en verdad, como muy bien nos ha enseñado la historia.

¡Qué buenos vasallos si hubiese buenos Señores!

En estas circunstancias, habiendo llegado a ese punto sin retorno, ¿de qué sirven las ocurrencias dialogantes, plurinacionales y enfáticas de ese dibujo animado político de Pedro Sánchez, una de cal, una de arena, tras haberle visto las orejas al lobo, eh? ¿Qué coño puede pintar un Consejo de Ministros extraordinario sometido a la camisa de fuerza de la proporcionalidad? ¿Cómo se atreve Albert Rivera, ¡delenda est Cartago!, a exigirle al Gobierno que coja el toro por los cuernos, je, cómodamente parapetado tras el burladero? ¿Qué rédito espera sacar Pablo Iglesias de su papel de mosca cohonera echándole toda la leña que puede al fuego? Nunca como ahora, en estos tiempos de cólera, ha cobrado tanto sentido aquella frase de “¡qué buenos vasallos si hubiese buenos señores!, oye.

Entre el Goliat de Madrid y el David de Barcelona
A mis escasas luces, para este callejón sin salida en el que nos hemos dejado meter los catalanes y el resto de los españoles, como escudos humanos entre el fuego cruzado de Goliat en el Madrid oficial y David en la Honorable Barcelona, solo se me ocurren ya dos hipotéticas soluciones a la desesperada:
A) Que los catalanes, por si mismos, comprendan que unos gobernantes que se pasan una Constitución del actual Estado por el arco del triunfo, ofrecen muchas dudas de que no le cojan gusto a la cosa y pudiesen pasarse por el mismo sitio una futura Constitución genuinamente catalana.
Y B) Que si no puedes vencer al enemigo, únete al él, coño ¡Hagámonos todos catalanes! ¿Qué más da llamarse España que empezar a llamarse Espalunya? ¿Qué importancia tiene que la Capital coja el puente aéreo y se traslade a Barcelona? Felipe II, sin ir más lejos, tuvo la tentación frustrada de trasladarla Lisboa, con lo que quizá otro gallo nos habría cantado. Porque, chico, ya puestos a hacer cambios: plurinacionales, federales, constitucionales, proporcionales, asimétricos, etc, tiremos la casa por la ventana y cambiemos las tradiciones geográficas: Espalunya capital, Barcelona.
Total, ¿qué más da en un país en el que, desde hace unos años, je, la pobre Madrid propone y la prepotente Bruselas dispone…?

 

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