Los dioses de barro españoles siembran semillas de ateísmo democrático

Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba / Telecinco.
Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba / Telecinco.

Rajoys, Rubalcabas, Mas, Junqueras, Cándidos, Cayos, Urkullus, Montoros, Sorayas, Patxis, Madinas, Botines, Susanas, Rosasdiez y demás ídolos paganos alimentan la crisis de fe de los españoles en su democracia.

Los dioses de barro españoles siembran semillas de ateísmo democrático

Ya ha dicho Rajoy que mientras sea presidente no habrá referéndum en Cataluña. Lo que pasa es que Mas ha contestado que, mientras siga siendo Honorable, se mantendrá la consulta sobre la secesión. Y se sabe que Mientras Urkullu siga siendo Lendakari seguirá agitando el árbol de ETA para repartirse con Bildu las nueces de la independencia. Y se intuye que mientras el Constitucional siga siendo lo que es, la Constitución seguirá siendo mero papel higiénico; que mientras la Justicia no vuelva a ponerse la venda en los ojos, no será igual para todos; que mientras el PSOE no vuelva a La Moncloa, seguirá engatusando a los pobres hasta que consiga gobernar de nuevo para los ricos; que mientras Montoro siga llevando las cuentas, ¡date por jodida, clase media!; que mientras Lara siga en el negocio, pondrá huevos en la cesta de Antena 3 y huevos en la cesta de la Sexta; que mientras IU pacte con Dios en Andalucía, con el diablo en Extremadura y con Beiras en Galicia, eso no será una alternativa, sino una administración de Lotería; que mientras tantos españoles dependamos de las decisiones distintas y distantes de tan pocos, esto no es un país propiamente dicho, un Estado democrático al uso, sino un paradójico manicomio con 47 millones de cuerdos bajo vigilancia de unos cuanto locos, cada uno con su tema, cada cual a lo suyo, cada quien a su manera…

Os podría contar que estoy sólo y tengo miedo, mientras el Dios de la lluvia llora sobre España en un largo e implacable invierno de nuestros descontentos. Pero estaría mintiendo como un bellaco, como un político, como un empresario, como un sindicalista, como un periodista, como un twitero, como un bloguero, como un indignado, como un independentista, como cualquiera de los especímenes nacionales con los que comparto escenario en esta parodia on line en castellano de El Gran Teatro del Mundo.

El diluvio universal de mediocridad

Llueve detrás de los cristales de los hogares con estómagos vacíos y medio llenos. Llueve sobre los empleados, sobre los parados, sobre los jubilados, sobre los dependientes, sobre los enfermos, sobre los estudiantes, sobre los jueces y los fiscales, sobre los elegidos y los electores, sobre los republicanos y los monárquicos, sobre los progresistas y los conservadores, sobre los radicales de izquierdas y de derechas, sobre los nacionalistas centrípetos y los nacionalistas centrífugos, sobre los tontos y los listos, sobre los hombres y las mujeres, sobre los reyes y los plebeyos, sobre los ricos y los pobres. Cae la lluvia ácida “calabobos” en todos los puntos cardinales de España, y tiñe de gris las ventanas de los palacios y de las chabolas, como si nadie estuviese a salvo de un diluvio universal de mezquindad, de avaricia, de envida, de pereza, de corrupción, de vanidad, de estupidez, de codicia, de venganza, de resignación, de rancia melancolía, y todo ese conjunto de miserias humanas que, juntas y revueltas, conforman la siniestra palabra que define este comienzo de nuestro siglo de las sombras: mediocridad.

De mediocre a mediocre, colega: somos gilipollas. Sí, sí, ¡no pongas esa cara…! Formamos parte de los tontos% que, por acción u omisión, han puesto a un cenizo al frente del gobierno, han mantenido a una reliquia de “los últimos de Filipinas” al frente de Ferraz, practican el amor platónico demoscópico con Rosa Díez, se aferran a la revolución geriátrica de Cayo Lara, confunden el aterrizaje forzoso de Susana Díaz con la aparición de una virgen sin pecado de corrupción concebida. Tipos como tú y como yo, en otras circunstancias orteguianas, claro, han levantado Bildu sobre los cimientos de casquillos del nueve parabellum, mantienen erecto el Pene-Uve con el “viagra” caducado de Sabino Arana, aceptan que les den gato por liebre, Artur Mas por William Wallace, Oriol Junqueras por Lluis Companys, Sandro Rosell por Joan Gamper (que viene siendo como aceptar que Florentino Pérez es la reencarnación de Santiago Bernabeu)

Los “salvapatrias” que aún nos ponen cachondos

Sale el nombre de cualquier “salvapatrias”, y siempre tienes a un fulano al lado que se pone cachondo. Por la derecha mola Soraya Saenz, esa muñeca hinchable ideológica; o Esperanza Aguirre, esa madurita que lleva un horror calentado a cierto personal del PP, como Miss Robinson ponía a cien a “El graduado”; o Lola de Cospedal, esa silueta genuinamente manchega que mantiene la duda cervantina entre enigmáticos gigantes y prosaicos molinos de viento. Para la izquierda descafeinada, o sea, “desmarxizada”, en cambio, a falta de pan, buenas son tortas. Lo mismo le vale un Patxi López que un Eduardo Madina, una Carma Chacón que un alcalde de Toledo, un marchito heredero de Felipe que una EREdera de Griñan cultivada en el invernadero de Manuel Chaves, un roto que un descosido, vamos. Y luego están los salvapatrias marginales y periféricos, Cayos jurasicos, Rosas con espinas, Urkullus desahuciados, Mas en éxtasis irreversible, Beiras momificados, Junqueras levantando “castells” en el aire, todos ellos ofreciéndose como peculiares Moisés de sus votantes selectos y sus pueblos elegidos, para conducirles a través de un desierto electoral por las siglas de los siglos.

Erase una vez un país después de Franco…

Este es el monótono paisaje de la sirena varada a la que llamamos España, aquella tierra que nos prometieron, que nos prometimos, ante el cadáver de Franco, en la que languidece el hermoso sueño de la democracia. La hierba mala de la mediocridad ha arraigado entre los dirigentes y los dirigidos, entre los partidos y los partidarios, entre los lectores y los editoriales, entre los telemanipulados y los telemanipuladores, entre las conciencias espontáneas y los concienciadores sibilinos, y cada vez parece más difícil augurar un final feliz para aquel cuento que empezamos a escribir tras haberle dado el “sí, quiero”, ¿recuerdas? a aquella novia de todos llamada Constitución del 78: “Erase una vez un país condenado a permanecer dormido, cuyas bellas y bellos durmientes despertaron 40 años después, cuando un Príncipe de Asturias y un humilde vasallo de Cebreros le dieron, al alimón, el mágico beso de la libertad sin ira…”

Un imperceptible “calabobos” riega los primeros brotes de ateísmo democrático

Ahora, verás, llueve. Llueve y llueve sobre el papel mojado de nuestra historia. Orvalla, como diría Cela, sobre nuestros poderes judiciales, ejecutivos y legislativos, sobre nuestro sistema financiero, sobre las centrales sindicales, sobre el Estado de Bienestar, sobre el Estado de derecho, sobre el Estado de las Autonomías, sobre un pueblo cuya fe en la democracia se está quedando calada hasta los huesos. ¡Ojo con el imperceptible calabobos, colega! Esta regando sin parar los primeros brotes de ateísmo democrático que se expanden por la geografía española. No es el ateísmo convencional de las personas que no creen en un Dios invisible, sino una corriente sociológica que produce alergias y efectos rechazo ante los dioses visibles de nuestra democracia, miradlos, que no hacen milagros, que no se inmolan para salvarnos, que no nos dan el pan nuestro de cada día y que describimos en las encuestas del CIS como ídolos caídos con pies de barro.

Lejos de mí la funesta manía de salvar almas para la democracia, oye. ¡Sálvese el que pueda o el que quiera! Pero un pueblo en el que el 72% de sus ciudadanos se declaran católicos y creen en el “más allá” virtual que se predica en los púlpitos, digo yo que debería tener más fe en el más allá tangible, escrito y descrito en el antes y el después del paso individual y colectivo de los seres humanos por una vida constitucional que siempre está en obras: la historia. Después de nosotros, ¡oh, estas egocéntricas generaciones de españoles!, no viene el diluvio, sino la historia. Nuevos capítulos de historia en la que nuestros hijos, nuestros nietos, convivirán con más calidad democrática y más libertad. Hay vida, democracia, libertad, más allá de este largo y tortuoso período de tiempo de penumbra.

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