En defensa de la transición y el pragmatismo de Santiago Carrillo

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Carrillo en una de sus estancias en Galicia.

Contrariamente a lo que ocurre, Carrillo auguraba un futuro, con el protagonismo político en manos de generaciones sin relación personal con la Guerra Civil ni la dictadura franquista, para enjuiciar objetivamente la historia, aunque sus antepasados hubieran sido de uno u otro bando.

En defensa de la transición y el pragmatismo de Santiago Carrillo

Siendo yo una persona que, por edad y por oficio, vivió la transición, conocí y entrevisté a sus principales actores y guardo memoria gráfica y literaria de ello, me produce gran indignación la repetidamente ignorante, sesgada, parcial e indocumentada crítica a aquel histórico proceso por parte de quienes ni lo vivieron o que, en todo caso, pertenecen a organizaciones ausentes hasta última hora en la lucha contra el franquismo, aunque ahora pretenden ser los más antifranquistas de todos.

En mi tiempo, el tiempo ha decantado mis propios apriorismos juveniles y generado una autocrítica sincera sobre mi propio pensamiento de entonces que puede comprobarse en las hemerotecas. Al contrario, crece mi respeto y simpatía por los hombres y mujeres de aquellos días, a su pragmatismo y sentido de la realidad para pasar del franquismo a la democracia, en forma de monarquía parlamentaria que, en aquel momento tanto critiqué desde mis sentimientos republicanos.

De los personajes de entonces –y pese a otras controversias de su biografía- emerge para mí de modo peculiarmente ilustrado la figura del entonces secretario general del PCE Santiago Carrillo, con quien conversé repetidamente en varias ocasiones y al que seguí, como periodista, en no pocas de sus comparecencias públicas.

Aquel mitin de Carrillo en Vigo

Recuerdo especialmente un mitin al inicio de la transición en el obrero barrio de Lavadores de Vigo, ante una entusiasta masa de obreros, las vanguardias de Comisiones Obreras y del Partido Comunista y una multitud de simpatizantes que reclamaban la ruptura democrática y la reposición de la república como forma de Estado. Yo era entonces un matizado partidario de esa salida. Carrillo nos sorprendió a todos cuando, en contra de lo que la gente esperaba que dijera, afirmó: “El cambio de la bandera no justifica que en España se corra el riesgo de otra guerra civil”. Se hizo un silencio espeso, denso, sorprendente que duró unos minutos. Nadie aplaudía y ni se movía, de modo que Carrillo siguió explicando su punto de vista sobre la única salida, a su entender posible, que luego ha repetido en declaraciones y libros.

En alguna entrevista posterior de las varias que sostuve con él, al aludir yo a aquel sorprendente mitin delante de los “rojos” más “rojos” de la ciudad obrera de Vigo, me dijo con respecto a la Transición y su propio papel: “Era quimérico esperar que las cosas se pudieran haber desarrollado de otro modo. Se abrió una brecha que nos permitió entrar en un nuevo escenario en el que podríamos luchar abiertamente por nuestras ideas Y no se podía perder la oportunidad”.

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Santiago Carrillo y Felipe González

La revisión desde la ignorancia

Ahora que, transcurrido el tiempo, se urge una revisión de la historia por quienes ni la vivieron ni la parecieron, quiero recuperar aquel otro juicio de Carrillo quien explicaba.:“Si en esa primera fase de la transición la izquierda hubiera planteado la exigencia de responsabilidades históricas -lo que hubiera sido normal en un proceso determinado por la fuerza militar, en una revolución- no se habría coronado con éxito esa primera fase de proceso. La fuerza militar, la capacidad de recurrir a la violencia, la tenían exclusivamente los ultras franquistas, que controlaban las fuerzas armadas frente a un pueblo todavía traumatizado por la derrota en la Guerra Civil y por cuarenta años de terrorismo de Estado”.

Pero, ¿por qué la más activa organización de oposición al franquismo aceptó la reforma y no trató de forzar la ruptura. Según el viejo comunista, la ruptura proponía sólo cuatro objetivos concretos: 1º. Amnistía. 2º. Legalización de los partidos políticos y organizaciones sociales. 3º. Elecciones a Cortes Constituyentes, y 4º. “Estatutos de autonomías. “Estos objetivos, en definitiva, fueron realizados por el Gobierno de Adolfo Suárez, a veces causando sorpresa y colocando a los sectores inmovilistas ante los hechos consumados”, decía el viejo comunista.

Carrillo se equivocó

Y en contra de lo que ocurre en nuestros días, Carriño expresaba su confianza en un futuro, en el que el protagonismo político estuviera en manos de generaciones que no tuvieran ya ninguna relación personal ni con la Guerra Civil ni con la dictadura franquista, que no son ya ni "republicanos rojos", ni "nacionales", aunque sus antepasados hubieran sido de uno u otro bando. Y decía: “Será el momento en que con objetividad puede enjuiciarse la historia próxima de nuestro país, prescindiendo de lo que pudo hacer papá, el abuelo o el bisabuelo”. Carrillo se equivocó y son, en no pocos casos, los hijos o beneficiados de notables franquistas quienes con más ahínco discuten la transición, la critican, la condenan y, lo que es peor, pretenden revisarla al tiempo que despierten los odios que aquélla trató de conjurar.

La pregunta que muchos españoles se hacen es por qué Santiago Carrillo y el propio partido comunista aceptaron de modo tan rápido la monarquía. Y con ello arrastraron al hoy notable partido dinástico, como es el PSOE, que hasta el último momento mantuvo el voto republicano en la comisión constitucional. Carrillo lo explicaba con lo que él misma llamaba “la teoría del pacto”: "El rey Juan Carlos era la cabeza de los reformistas del régimen, y si no lo hubiéramos aceptado, habría venido otra monarquía, traída por la alianza entre el sable y el altar. Es decir, la reedición de la alianza que sostuvo la Monarquía de Alfonso XIII de tan triste memoria”.

Yo era uno de tantos que pretendía que previamente a la elaboración de la Constitución se hubiera consultado a los españoles sobre la jefatura del Estado, e incluso voté en blanco el referéndum de la Constitución de 1978, consulta propugnada por numerosos sectores del país y que el propio Suárez llegó a considerar convocar. Pero, el propio Carrillo desistió de esa fórmula y lo explicaba así: “Si en vez del rey las Constituyentes se hubieran pronunciado por un presidente de la República el equilibrio hubiera vuelto a romperse, en detrimento de las libertades democráticas”. E incluso afirmaba que el republicanismo del PSOE era una postura puramente cosmética y para la galería.

Desde su posición al frente del grupo comunista en la Comisión Constitucional, Carrillo dejó sentado desde el primer momento que aceptaban la monarquía parlamentaria con estas palabras: “Sin negar nuestras convicciones y nuestra historia republicana, afirmé que la izquierda debía apostar por un rey joven, que había abierto la puerta a las libertades, impidiendo de paso que la oposición de la izquierda le convirtiera en un rehén de la derecha”. Afirmé que, de otro modo, buscando la república podíamos perder la democracia.

La transición no fue perfecta, pero fue posible. Un destacado catalán, comunista y jurista, Jordi Solé Tura lo resumió al analizar el fruto de aquel proceso: “El mérito de aquella Constitución fue que, sin gustarnos a todos de todo, a todos nos gustaba algo”. @mundiario

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