La apelación educativa a la dicotomía de buenos y malos llega tarde y mal

Jorge Fernández Díaz.
Jorge Fernández Díaz.

Si no hubiera sido por lo acumulado desde la infancia, tal vez nos hubieran convencido. Ahora, este angelicalismo oportunista para inducir el voto es inmoral, dentro y fuera de España.

La apelación educativa a la dicotomía de buenos y malos llega tarde y mal

Cuando un político -o cualquiera-  divide el mundo entre buenos y malos, es evidente que se incluye a sí mismo del lado más agradable. Apela al subconsciente de sus oyentes, alimentado por películas del Oeste, Supermán y todos los héroes inventados para protegernos del mal siempre acechante. Acaricia, asimismo, la moralidad religiosa aprendida en la catequesis infantil con intensidad variable.  En contextos  de crisis, estas formulaciones legitimadoras del orden establecido evitan dar cuenta de serios problemas de credibilidad y despiertan en la audiencia afanes censores de caza de brujas que nada tienen que ver con  la Filosofía o la Teología moral, y más cuando hay jerarcas eclesiásticos que se apuntan a este púlpito.

Axiología electoralista

En su cálculo estratégico entra que los estudiosos más serios de estas materias son pocos y con poca incidencia en las encuestas de opinión. A estas alturas, éstas ya deben haber descontado toda consideración de si, al margen de todo rigorismo, lo que se vende como distinción moral coincide o no con una axiología consistente y obligatoria para todos. La corrupción y la miseria de conciencia han abundado tanto, y  los hábitos administrativos de gobierno han estado trufados  de triquiñuelas en tantos ámbitos; tan difícilmente conciliables han sido con la justicia que debe presidir la gestión pública, que estas alegaciones al bien y al mal, evidentemente comparativas, resultan  vacías de sentido, rácanas intromisiones en jardines extraños.

Es una lástima, en todo caso, que, en campaña electoral, la semántica se retuerza con mayor facilidad que en el curso normal de la legislatura. Entra directamente en lo fantástico, que no maravilloso, con especialistas disparatados en mostrar las propuestas políticas. Los asuntos educativos suelen ser particularmente propicios en esa dinámica. Tanto parece significar “educación” y tan amplios son los contenidos, aspiraciones, demandas  y frustraciones experienciales que acumula el término, que circula con gran ambigüedad de sentido: ¿Quién no tiene algo que opinar,  aconsejar, plantear y exigir en este ámbito? ¿Quién se atreve a ser un poco ignorante o tener alguna duda sobre el particular?  La simplicidad del marketing electoral hace que los candidatos, hagan incompatible la complicidad de los oyentes y la mínima coherencia. Está pasando con “el ingles vehicular”  de que alardean algunos, sin interesarse de los desmanes ya producidos por imponer tales ocurrencias taumatúrgicas. La técnica que emplean para atraer el voto no difiere mucho de los vendedores ocasionales de crecepelo. Hay muchos indefinidos tácticos, miedosos de meter la gamba o indiferentes a cuanto no sea tocar poder: les da igual. Y hay casos de locuacidad, de todos modos, en que la reincidencia en el despropósito es proverbial.

Hermeneutas del bien y del mal

En cada partido suele haber algún portavoz ejemplar digno de estudio con metodología entomológica. Entre quienes ahora nos hablan de buenos y malos, destaca particularmente el propio Rajoy. Desde sus famosas interpretaciones sociales en El Faro de Vigo, al calor de aquel crepúsculo de las ideologías de que se embargó en 1983 y 84, ha configurado un abundante florilegio de sentencias, apto para interpretar sin error su prodigiosa dicotomía última de buenos y malos. Disputan sus hermeneutas acerca de si el gran Diccionario Biográfico Español de la RAH no debería incluir en la entrada correspondiente un apéndice de sus más insignes aportaciones. Otros famosos de su partido, como Fátima Báñez o Esperanza Aguirre, seguramente competirían en originalidad. Al concurso no falta como bastión irreductible Rafael Hernando.  El pasado 19 de junio, ha echado mano de toda la apologética antigua y reciente de sus partidarios para adoctrinarnos en lo que debemos saber: la “libertad de la educación”, los “dramáticos resultados” de las políticas de sus opositores, “el adoctrinamiento” que estos llevaron siempre por delante de “la calidad” y cómo esto se paga. Ahí llevaba este prohombre los “índices de desempleo juvenil superiores al cincuenta por ciento”.  Una dialéctica sin cuartel para las protestas y “recursos de inconstitucionalidad como recurso al pataleo”, cuando con las políticas ejecutadas sólo habrían cambiado las cosas a mejor. Y ahí siguen, tan buenos como son, dispuestos a “debatir y discutir”, porque “esa ha sido siempre la política del partido”. Al lado de Hernando, y en labores similares “de comunicación”, apunta maneras no mucho más finas en el arte de tener siempre razón otro ungido para hacer proselitismo, Pablo Casado: no se le mueve un músculo de la cara cuando muestra sus gráficas como si de un jueguecillo se tratara.  Si siguen gobernando, la nómina de candidatos a cubrirse de gloria seguirá creciendo exponencialmente: entre otros, el crédulo encargado de vigilar la ley mordaza, Fernández Díaz. O la nada sutil Cifuentes, atenta a la paja en ojo ajeno, o a las manos de Sánchez.

Si nos consideraran ciudadanos conscientes y responsables, antes de entrar en taxonomías expeditivas de buenos o malos no nos obligarían a fantasear.  Nos nublan el buen entendimiento con tales categorías mientras la realidad -la realidad política en particular- tiene demasiados agujeros para el surrealismo. Ignoran estas gesticulaciones a que se dedican, y creen que hemos olvidado los aprendizajes que hemos acumulado indefectiblemente desde que nos era obligado el NO-DO, aquel des-informativo que, sumado al “parte”, nos sumió sin remedio en la duda cartesiana. No saben que, desde entonces, dimos en seguir un criterio alternativo de verdad, tal vez de menor consistencia metafísica y de incuestionable peso físico. La pista al dinero nos evita las elucubraciones que le enturbien a uno la mente antes de ejercer el derecho de voto. Qué se haya hecho de él, y qué se piense hacer en adelante, habla mejor que nada de la bondad y la maldad, de la hipocresía verbal y  no pocos desatinos inconciliables con la honestidad.

La inversión educativa como criterio moral

 En la Web de Fe-CCOO-Enseñanza, acaban de colgar las  tablas y datos relativos a cómo se ha distribuido la financiación educativa y cómo ha evolucionado la inversión  desde 2009 hasta 2013.  Hete aquí que, según las cuentas oficiales, descendió 11.000 millones de euros, es decir, alrededor del 25%. Es decir, que un euro de cada cuatro de los que había en la fecha inicial dejó de invertirse en ese período y seguimos bajando. ¿Explicable por la crisis? ¿Por la bondad de la gestión? Para verlo más claro, este Informe muestra las proporciones comparativas con los países de nuestra área cultural y económica, además de las diferencias de unas a otras comunidades, tan distintas entre sí como, en términos genéricos, de España a Finlandia. Y permite ver, adicionalmente –sin mentar los abultados recursos detraídos en fraudes detectados por los jueces-, los desiguales modos de ejecutarse estos presupuestos. Cómo sus fuertes diferencias adicionales en cuanto a la utilización de los presupuestos públicos han permitido subvencionar la enseñanza privada y ayudar a privatizar servicios escolares y universitarios, en detrimento de la enseñanza pública y de los trabajadores encargados de educar.  Con tanta frecuencia hablan estas cifras  de trato desigual a los ciudadanos, que la bondad y maldad de estos se visibiliza en cuantificable categoría social diferenciada si no opuesta. Es una actitud moral y política que viene de años y suena a “tradicional”. Muchos  lo habrán leído demasiadas veces en esta columna y en múltiples webs, y de manera particularmente intensa desde que se anunció la LOMCE. Tienen un buen resumen en Ana I. Bernal: Cuatro años después del Gobierno del PP. Educación: más cara, menos becas y profesores bajo presión. No estaría mal, en cualquier caso, que tres cuartas partes de quienes tienen derecho a voto tomaran nota de esta instituida manera “bondadosa” de repartir  lo de todos y de cómo esté afectando a la educación a que todos tienen derecho y votaran coherentemente. Porque con estos criterios legislativos y ejecutivos –cuya continuidad o cambio se juega en las elecciones del 26-J- se ha primado como centro organizador del sistema la supuesta excelencia aristocrática de unos pocos. Una preeminencia segregadora que ni siquiera es justificable por la literalidad de Mateo: “A todo el que tenga se le dará y le sobrará, pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará…”(Math. 25,29): el poder y la pobreza no se compadecen bien en el criterio evangélico.

Sobran ejemplos de historia popular –muy impopular y nada populista-, pero otro muy expresivo de distintivas bondades o maldades puede verse en las líneas de pensamiento y acción -de atención o desatención- que Isabel Pérez ha denunciado en lo que llama “la infancia invisible”. Las recomendaciones de los organismos intenacionales y de buena parte de nuestra propia legislación tienen poco que ver con lo que detecta el observatorio de la infancia del Ministerio de Sanidad, Seguridad Social e Igualdad. En la atención a menores tutelados por el Estado, más de un tercio se encuentran en acogimiento residencial, medida que los expertos –y la propia ley de 28 de julio de 1815- consideran  subsidiaria, en detrimento de la mucho más recomendable  alternativa de acogimiento familiar.  En estos doce años últimos, no se ha hecho nada por mejorar la situación de esta “infancia invisible”. Según Isabel, “la única explicación posible es que constituye un nicho de negocio nada despreciable para las entidades colaboradoras” que, según datos de 2013, en un 62,5% pertenecen a entidades privadas. La desigualdad resultante en el trato a este colectivo de adolescentes y niños necesitados de una acogida psicológica más cuidada, cuando las circunstancias de su situación educativa son más precarias que la de otros de su edad, muestra connotaciones próximas al mercantilismo que, en 1837, hizo ver el Oliver Twist de Charles Dickens.

La vara de medir… y de pegar

El bien y el mal conforman el fondo cultural sobre el que se ha construido buena parte de nuestra “buena” educación sentimental y todos los distingos políticos y morales entre buenos y malos, las ingenuas “cuatro esquinitas tiene mi cama...” y similares. A golpe de vara, sin embargo, también nos inculcaron en la escuela por entonces que, por ejemplo, hablar gallego podía ser objeto de multa o castigo si te pillaban. Esa condicional ponía en solfa todo lo reglamentado, pese al miedo y al hambre; más o menos lo mismo que cuando la guardia civil pilla a uno pisando línea continua. Es el condicional del “depende”, por el que los criterios morales siguen encontrando difícil correspondencia política: si se es taimado y calculador, se puede ser  patriota muy honorable, y si le han votado a uno  puede ser un eximente, lo que no deja de ser fraude y chantaje moral.  Pero el viejo refrán latino sigue ahí expeditivo: corruptio optimi pessima.  Fernández Díaz y el propio Rajoy debieran haberlo sabido hace bastante tiempo, en vez de tratar a los ciudadanos como párvulos.

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