América Latina, en la encrucijada

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Difuso: El futuro de América Latina es pura incertidumbre.
Tantos cambios radicales en la forma de concebir el poder contribuyeron a reabrir viejas heridas en varios países latinoamericanos.
América Latina, en la encrucijada

A principios de los años '70, el escritor Eduardo Galeano escribió una de sus obras más relevantes, en la cual realizaba un revisionismo histórico de América Latina desde la colonización europea hasta aquellos complejos años. Polémica para unos y reveladora para otros, “Las venas abiertas de América Latina” fue el titulo de aquel libro que, años más tarde, Hugo Chávez le obsequiaría a Barack Obama, en el primer encuentro de ambos como presidentes de Venezuela y Estados Unidos, respectivamente. Aquellos tiempos del libro estuvieron signados por crueles enfrentamientos ideológicos, sociales y políticos, que tuvieron su correlato en el tiempo con crueles dictaduras como las que se suscitaron en Chile, Uruguay y Argentina. Por suerte, pese a que algunas perduraron más en el tiempo, todas ellas tuvieron fecha de vencimiento.

En la historia reciente, más cercana a nuestros años, América Latina atravesó grandes oleadas con denominadores políticos comunes. Lejos de aquellos años de Galeano, a principios de este Siglo, vivimos las “mieles” del dañino populismo socialista con Lula, los Kirchner, Evo Morales y Chavez, entre otros. El resonante triunfo de Mauricio Macri en 2015 modificó la ecuación regional, cortando con varias décadas de gobiernos peronistas en Argentina y posicionado al país como una pieza indispensable para el desarrollo regional. Dicha elección pateó el tablero regional, que comenzó a virar ideológicamente con gobiernos como los de Piñera en Chile y Moreno en Ecuador y el propio Bolsonaro en Brasil, entre otros. Del populismo a la democracia, tantos cambios radicales en la forma de concebir el poder contribuyeron a reabrir viejas heridas en nuestras tierras.

América Latina atraviesa un contexto diferente al de los tiempos de Galeano pero con otras amenazas a la democracia de suma gravedad. Hace un puñado de días, en un repudiable hecho de manipulación electoral, Evo Morales se adjudicó el triunfo en primera vuelta de las elecciones bolivianas, cuando todo hacia presagiar que la contienda debía dirimirse en un balotaje con el opositor Carlos Mesa. Los gobiernos de la región deben desterrar estas abominables prácticas fraudulentas electorales como así también la intromisión de los poderes ejecutivos en la labor del Poder Judicial, algo que ocurrió (y ocurre) allí, tras la derrota de Morales en el referéndum de 2016. No parecieran ser tiempos en los que en Bolivia se respiren muchos aires republicanos ni tampoco se sientan mínimas brisas de alternancia.

El triunfo de Alberto Fernández en Argentina, con la innegable influencia de Cristina Fernández de Kirchner, pareciera indicar un retroceso de algunos casilleros en términos políticos y económicos. Los mensajes de apoyo de Nicolás Maduro y Evo Morales, apenas se conocieron los resultados electorales, no brindan mucho optimismo para Argentina en el horizonte inminente, en concepto de política internacional. Situación similar podrían vivir los hermanos uruguayos, si el candidato del Frente Amplio, Daniel Martínez, termina obteniendo el triunfo en el balotaje contra Luis Lacalle Pou, algo tan factible como improbable.

Todas estas contiendas electorales ocurrieron mientras el modelo de progreso político y económico de la región (léase Chile) vive una ola de violencia inusitada y en donde otro gobierno que parecía haber escapado al populismo (léase Ecuador) padeció de una gran revuelta social, tras el deseo de implementar un plan de austeridad, quitando los subsidios a la nafta. Los acontecimientos de ambos países no parecen meras casualidades del destino sino mas bien parecieran evidenciar ciertos aires desestabilizadores, con el visto bueno de Cuba y Venezuela. Este último todavía mastica la bronca tras el armado del Grupo de Lima, alianza que seguramente tendrá pronto la salida de Argentina, tal como indicó Fernández en campaña. El exilio de dicho Grupo implica asumir una postura tibia, similar a la tomada por México y Uruguay frente a la dictadura venezolana. De cara a este tipo de totalitarismos no se pueden adoptar medias tintas: si no se repudian, se termina siendo cómplice. La falsa demagogia no funciona frente a un gobierno como el venezolano que ha violado sistemáticamente los derechos humanos, por más retórica revolucionaria que se quiera imponer. Para quienes estamos en las antípodas de ese pensamiento y levantamos las banderas republicanas, no es sano que ese “huracán bolivariano” que pregona Diosdado Cabello se expanda por el resto del continente

La desaceleración económica de los últimos años y el hastío político son dos fundamentos contundentes para comprender lo que sucede. En materia económica, el estancamiento regional se da luego de una década de “vientos de cola”, en el que el contexto internacional fue más amigable con el boom de nuestras materias primas, hoy con poco margen de maniobra para repetir formulas pasadas. En lo político, pareciera producirse un agotamiento que encuentra su correlato en un clima internacional enrarecido, en el que hay una mayor demanda ciudadana a los gobiernos y una endeble respuesta por parte de éstos frente a los desafíos de las sociedades modernas. Gobernar bajo este enmarañado panorama solo desgasta a quienes toman las decisiones sean del signo político que sean, algo que se evidenció con el voto castigo a los oficialísimos en las últimas elecciones.

Con el fantasma venezolano coqueteando con algunos gobiernos latinoamericanos, lo más sano sería que las mencionadas oleadas deriven en gobiernos más cortos, que lógicamente cumplan sus mandatos, pero que tengan una mayor permeabilidad a la alternancia en el poder. El complejo futuro que le espera a América Latina está marcado por una gran incertidumbre y cualquier pronóstico puede caer en desgracia por la propia dinámica de los hechos que ocurren. Es imperioso que aquellos gobiernos que tendrán que liderar los próximos años no reabran antiguas heridas que pueden acrecentar las diferencias entre naciones o entre los propios ciudadanos de un mismo país. Ya sabemos que esa vieja receta no ha tenido éxito en el pasado. @mundiario

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