Estados Unidos se enfrenta a China

Bandera China. / pixabay.com
Bandera China. / pixabay.com
Estados Unidos se enfrenta a China en vano: en el mundo del siglo XXI, muchos de sus 7.600 millones de habitantes están ya avanzando en otra dirección más global, más multilateral.
Estados Unidos se enfrenta a China

Quizá esta expresión no sea exacta y, desde luego, no es políticamente correcta, pero la actitud de Washington y todos sus muchos apoyos mediáticos nos empujan a esta conclusión, probablemente errónea, de enfrentamiento. La campaña política continuada de Estados Unidos contra China de los últimos años, quizá dos decenios, no la llamamos “guerra”, porque no lo es, aunque va en esa dirección. Esa campaña empezó antes de Trump, pero con él se recrudeció la tendencia, que venía de mucho antes, de enfrentarse a China y su emergencia.

En realidad tal campaña de enemistad o ataque de Estados Unidos contra China empezó en la primera mitad del siglo XX, cuando China estaba entre los países más pobres, oprimida por potencias extranjeras e invadida por las tropas imperiales japonesas; cuando intentaba recuperar su independencia en una guerra durísima contra el invasor y desgarrada, en esa lucha, por la guerra civil: ahí entró Estados Unidos con todo su apoyo militar, logístico, mediático  y económico en favor del gobierno dictatorial de Chiang Kai Shec, contra las tropas de  Mao, desde las posiciones de anticomunismo mcarthiano  propias de la guerra fría. Y esa enemistad se agudizó en la guerra de Corea que pretendía, ya entonces, “contener” a China y sus ansias de independencia. Todo eso queda muy lejos, pero no es ajeno a la enemistad actual de Estados Unidos frente a China.

En el siglo XXI la estrategia de Estados Unidos trata de “contener” a la China ya emergida, con la estrategia iniciada por Trump y continuada por Biden, de “contención”, aunque con diferentes tácticas. Trump inició la guerra comercial de los aranceles, cuando China se aproximaba a ser  primera potencia comercial mundial, la guerra tecnológica contra Huawei, cuando China ya destacaba en avances tecnológicos como el espacio, inteligencia artificial, informática cuántica… Trump fracasó en sus objetivos, quizá porque no tuvo tiempo para alcanzarlos, mientras China se consolidaba en esos sectores y, además, frente a la política aislacionista trumpiana, ampliaba sólidamente su multilateralismo global. 

Biden, en cambio, se ha lanzado decididamente a la guerra política. Deja de lado las guerras parciales de Trump contra China y se lanza a una guerra política abierta y general. No le basta ya a Estados Unidos con contener los avances comerciales o tecnológicos de China; lo que no puede tolerar es que China mine su hegemonismo global, que no siga sus dictados en relación con el terrorismo yihadista, con Rusia, con la guerra de Ucrania. No puede tolerar que se ponga en cuestión, por los hechos o por las palabras, la actuación, la política o los objetivos que Estados Unidos marca en su geopolítica global o en su política local.

De ahí que de la estrategia de “contención” salte al terreno netamente político y se emplee a fondo con toda la orquesta mediática de que dispone desde Estados Unidos y sus potentes redes, y desde los múltiples seguidores que repiten, secundan o aplauden en el resto de Occidente sus dictados y sus campañas contra China. Se construye así un pensamiento hegemónico sobre lo que son actuaciones políticas “reprobables” del gobierno chino, se trate de la interpretación correcta de la política “un país dos sistemas” de Hong Kong, de la lucha contra el terrorismo yihadista de los Uigures, de la “independencia” de la isla de Taiwan y de otras muchas cuestiones.     

Esta campaña o guerra política de Estados Unidos y sus portavoces mediáticos contra China se viene expresando en el mandato de Biden en varios frentes, de los que señalaremos solamente algunos: 

Campaña muy continuada y reiterativa por los derechos humanos de la minoría étnica uigur en la región de Xinjiang. Su última expresión ha sido el reportaje sobre el tema publicado simultáneamente por doce periódicos occidentales de gran difusión, que recoge ampliamente las acusaciones contra China repetidas desde Washington. Nada que objetar desde la libertad de expresión, aunque, desde el derecho a la información, se pueda exigir mayor rigor informativo y mejor contextualización en el marco de la estrategia de lucha contra el yihadismo terrorista tan diferente en China y Estados Unidos y de los costes de esas dos estrategias, tanto en vidas, como en recortes de libertad, o económicos.

Por otra parte, está claro que Estados Unidos, aunque sigue siendo poder hegemónico, no puede seguir imponiendo en el mundo sus criterios como únicos, ni aplicarlos con diferentes varas de medir. ¿Podrían, -o deberían- esos mismos doce periódicos, en una campaña similar, elaborar un reportaje sobre el respeto de los derechos humanos con los ciudadanos, ciudadanas e inmigrantes en Arabia Saudí?, ¿o con las minorías no 100% blancas de Estados Unidos?; ¿o con todos los ciudadanos y ciudadanas de Israel o Palestina?

Otra campaña en plena vigencia es sobre la responsabilidad en la guerra de Ucrania, señalando a China como aliado de Rusia o su apoyo, acusaciones válidas desde la libertad de expresión, pero que ocultan la realidad, y, por tanto, son inválidas desde la libertad de información: China no puede ser aliada de la Rusia de Putin desde sistemas económicos y políticos antagónicos, aun siendo su socio comercial como lo es de Estados Unidos y otros muchos países. Pero, sobre todo, esas acusaciones ocultan que la estrategia de largo plazo de China frente a esta guerra de agresión, que conculca acuerdos internacionales, es otra: rechazo de las sanciones unilaterales sin intervención de la ONU, rechazo a los frentes militares como la OTAN…

Estados Unidos no puede seguir imponiendo sus criterios, sus estrategias, ni sus dictados al resto del mundo; estrategias que se están mostrando, además, ineficaces y costosísimas para el pueblo ucraniano, para la economía global y produciendo hambrunas; estrategias no sólo contradichas por China, también por otros países asiáticos - incluida India-, países africanos y latinoamericanos. Estados Unidos no puede seguir actuando como líder global único. Ya no lo puede seguir siendo ni en “su patio trasero”, como lo demuestran las Cumbres de la OEA, ALCA, CELAC, UNASUR, en las que no pocos de sus miembros rechazan las exclusiones e imposiciones de Washington.

La Unión Europea, como segunda potencia mundial, podría, o debería, tener capacidad de adoptar una estrategia distinta, o más matizada, respecto a China, y abandonar su anclaje exclusivo en el bloque atlántico; podría dejar de seguir los dictados de Estados Unidos, dejar de “contener” a China y no repetir o amplificar los argumentos de Biden en todos esos frentes políticos.  Ciertamente, como europeos, a algunos -o quizá a muchos- nos gustaría que nuestros dirigentes de la Unión fuesen más críticamente autónomos en cada uno de los aspectos de esta guerra política, por la autoridad moral de los principios éticos y políticos de la Unión Europea, y por los intereses de sus ciudadanos que están en juego en esa geopolítica.

No le basta ya a Estados Unidos con contener los avances comerciales, económicos  o tecnológicos de China; no puede tolerar  que China mine su hegemonismo global, que  no siga sus dictados en relación con el terrorismo yihadista, con Rusia, o con la guerra de Ucrania. Pero en algún momento tendrá que aceptar que su hegemonismo ya  no tiene base, que China es una gran potencia imprescindible, que la Unión europea no puede seguir siendo la correa de transmisión de las decisiones de Washington, que  las otras dos grandes potencias, China y la Unión Europea, deben participar también en articular  formas de liderazgo global,  y que  tendrán que compartirlo con otras potencias medias, como India, Rusia, Indonesia, Brasil, Suráfrica…

Estados Unidos se enfrenta a China en vano: en el mundo del siglo XXI, muchos de sus 7.600 millones de habitantes están ya avanzando en otra dirección más global, más multilateral. Por más que se pretenda “contener” a China, China seguirá tejiendo su red de relaciones internacionales, cuya metáfora está en el macroproyecto Nueva Ruta de la Seda, y el hegemonismo de Estados Unidos seguirá tocando fondo paulatinamente.

¡Tiempo al tiempo!

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