Hay alérgenos en la vida social

Alergia. / RRSS.
Alergia. / RRSS.

Se acercan las elecciones y crecen las demostraciones propicias a la desinformación de las ciudadanas y ciudadanos.

Hay alérgenos en la vida social

Según denuncian los alergólogos, crece el número de personas con hipersensibilidad al contacto con sustancias causantes de fenómenos alérgicos. En 2050, según la OMS, la mitad de la población tendrá algún trastorno de este signo y la molestia consiguiente, no siempre fácil de controlar. Son muchas las sustancias que pueden producirla y el cambio climático está incrementando este angustioso problema contra el que vacunarse no siempre es posible.

En la vida social, vamos camino de lo mismo: se necesitan más antisépticos para contrarrestar esos agentes causantes de reacciones inflamatorias que pueden ser invalidantes; igual que  el polen de los falsos plátanos está haciendo estragos en muchos pacientes, la cercanía de la elecciones, para las que ya casi solo faltan dos meses, segrega efluvios que ponen en riesgo las neuronas más democráticas; la desconexión sináptica  que generan algunos políticos puede dejarnos con desinformación suficiente para desentendernos de cuanto dicen que nos afecta. Parece que quisieran ciudadanos de discernimiento limitado, que pongan a su disposición la libertad que tienen para elegirlos.

Posibles alérgenos sociales

La obsesión por controlar los impulsos de los votantes parece haber llevado a los líderes del PP a quejarse en Bruselas varias veces; en la última semana han vuelto a ver a la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y contarle sus cuitas sobre la reforma de las pensiones: “opacidad” y pesada “herencia” acompañaron a otras quejas de marginación en la gestión de recursos europeos y en la próxima presidencia española de la UE. Han actuado como los acusicas del cole,  que se excusaban en los compañeros para automarginarse y ver si lograban apoyo de los profes y ser sus predilectos. La fórmula secretista a veces tenía éxito y los convertía en los cómplices de una vigilancia inmisericorde con sus colegas: todo estaba bien, castigos incluidos a los supuestos infractores de cualquier regla disciplinar, con tal de sentirse superiores.

En el paquete de alérgenos de esta semana, de similar calibre ha sido el empleo del término “autócratas” para referirse a algunos de los jefes de Estado reunidos en la XXVIII Cumbre Iberoamericana, en Santo Domingo, los pasados días 24 y 25 de marzo. La forzada sinapsis que podía generar ese término con la imagen que del presidente español trasladan al electorado trató de dejar fuera de foco  que esa reunión es una cuestión de Estado a la que sus líderes han asistido y deberán asistir cuando vuelvan al poder, con independencia de que en ella concurran merecedores del denostado término. Por arte de magia, para entonces dejarán de serlo y hasta darán por hipotecada la fotografía de Feijóo en el barco de un “amigo” en 1995 y condenado en 2009 por “narco”; la foto, difundida en 2013 , ha vuelto a salir en una sesión parlamentaria a comienzos de este mes.

Juegos con la libertad de conciencia

De todos modos, la última sorpresa para las neuronas del común de los mortales ha sido el mitin con la participación de Yadira Maestre, la predicadora evangelista de  Usera (Madrid). Ningún demócrata tiene nada contra la libertad de conciencia y de cultos, ni discutirá la libertad de expresión, dos campos primordiales en los derechos ciudadanos; tampoco se cuestiona que se dé visibilidad a un grupo amplio de inmigrantes latinos, comunidad habitualmente marginada y muchas veces con problemas de exclusión en los barrios y, también, en las aulas escolares. La sustancia alérgena no es esa, sino la instrumentalización de ese conjunto de situaciones carenciales para la propaganda electoral de la que las neuronas acusan recibo desde hace tiempo.

Muchas ciudadanas y ciudadanos, incrédulos, han visto y oído en un mitin del PP, a una señora colombiana, famosa porque dice que, en sus visiones el Espíritu Santo, Dios le ha concedido, entre otras, la gracia de curar el cáncer y la “enfermedad de la homosexualidad”. El pasado día 25, propagaba el gobierno de “los justos de Dios” para los que le daban voz pública: Feijóo, Ayuso y Almeida. Y quedaron estos “bendecidos”, después de sumir a los oyentes en la cultura ambiental anterior a la CE78, en que el palio, las casullas y el incienso eran habituales en los despliegues publicitarios del régimen nacionalcatólico. Después de lo que llamaron “La Cruzada”, el franquismo había echado mano ampliamente de la simbología que la Iglesia católica podía proporcionarle para su afianzamiento en el poder, desde el propio acto de “acción de gracias” en la iglesia madrileña de Las Salesas, en mayo de 1939. Ahora, algunos de las mejores esencias de aquel tiempo preconstitucional recobran fuerza al compás del aprecio oportunista –electoralista- a los rituales de ida y vuelta de Latinoamérica; no precisamente los más liberadores, sino los que encadenan a la gente al fatalismo al  ritmo de mil desprecios al conocimiento.

Trump y Bolsonaro afianzan su imperio ideológico en formato de rebeldía twitera, con la mediación de estos gurús de barrio en que se mezcla, como tantas otras veces, lo supuestamente religioso con el afán de reconocimiento y supervivencia, de que ya dejó huella el homo neanderthalis. Queda por ver cómo se lo toma la jerarquía católica, hegemónica en el uso de estos dispositivos culturales desde el siglo IV después de Cristo en la Península Ibérica, cuando el Imperio Romano estaba en su fase de transición a la Baja Edad Media. Después de la “conquista” de América –y la acción misionera en otros continentes-, la competencia con confesiones y sectas  de cosmogonías similares en un mismo territorio plantea problemas culturales y, por supuesto, políticos. Empeñada la jerarquía católica, desde antes de 1936, en “recatolizar” España, y ocupada en 1977-79, en firmar unos Acuerdos que le garantizaran privilegios en la enseñanza, y en cuestiones morales que atañen a derechos y libertades, la libertad de conciencia anda lejos todavía. Si bien empieza ahora a pagar algunos impuestos a los ayuntamientos, su educación en la unidad de la fe se sigue amparando,  como ha hecho durante más de 80 años, en la subsidiariedad del Estado. Estéril ha sido, en todo este trayecto, lo que John Locke había explicado en 1689 sobre quienes fuerzan a otros a “creer cosas que no creen”; no desean “formar una Iglesia cristiana” sino que el fanatismo empleaba “el pretexto de la religión y del cuidado de las almas  para encubrir la avaricia, la rapiña y la ambición”. @mundiario

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