Los incendios ya no son lo que eran

Un incendio forestal. / RR SS.
Un incendio forestal. / RR SS
Ha llegado el momento de admitir abiertamente que las políticas de defensa del monte frente a los incendios constituyen en general un absoluto fracaso.
Los incendios ya no son lo que eran

Por si alguien tenía dudas, he aquí la evidencia: estamos perdiendo la batalla contra los incendios forestales. La planificación estratégica, los medios humanos y materiales, las técnicas que se vienen empleando, resultan ineficaces, además de insuficientes, frente a unos fuegos de nueva generación extremadamente devastadores, cuyo errático comportamiento una vez desatados resulta imprevisible hasta para aquellos expertos que acumulan años y años de experiencia en los operativos antiincendios.

Cunde una sensación de impotencia que, como es natural, se agrava al ver las terribles consecuencias del avance incontrolable de las llamas, arrasando cuanto encuentran a su paso e incluso llevándose por delante unas cuantas vidas humanas. Parece que estemos ante lo nunca visto, una situación de emergencia que al menos en Galicia casi no tiene antecedentes. En cualquier caso, seguramente en gran medida por efecto del cambio climático, los incendios ya no son lo que eran.

Si las consecuencias de los incendios forestales saltan a la vista, también se conocen perfectamente las causas que los originan. Detrás de más del ochenta por ciento de ellos está la mano del hombre que, ya sea por imprudencia, por irresponsabilidad o con ánimo de hacer daño, es quien prende fuego.

Muy pocos tienen causas naturales o accidentales (los rayos, las chispas que generan los cables eléctricos, el efecto lupa de cristales rotos...). Sigue siendo considerable la proporción de fuegos cuyo origen no llega a establecerse, del mismo modo que, a pesar de bienintencionadas y costosas campañas, es escasa la colaboración ciudadana a la hora de dar con los responsables de los siniestros, sobre todo en pueblecitos y aldeas, donde parece haber complicidad social con los incendiarios y se tiende a encubrir a los pirómanos, seguramente por una mal entendida solidaridad o, lo que es aún peor, por una enfermiza compasión.

Calentamiento global e incendios forestales. / Alfredo Martirena
Calentamiento global e incendios forestales. / Alfredo Martirena

Falta efectividad

Ha llegado el momento de admitir abiertamente que las políticas de defensa del monte frente a los incendios constituyen en general un absoluto fracaso, tanto da quien las gestione o de qué color político sea el gobierno que las tenga a su cargo. De poco sirve que se incremente año a año la dotación económica destinada a los operativos contra el fuego, que haya más efectivos y medios y una mejor coordinación, si la tipología de los incendios sigue evolucionando y si persiste el galopante abandono del medio rural por una población desapegada de sus orígenes y que ha dejado de creer en las potencialidades que aún puede ofrecer el entorno en que se criaron sus mayores. Con aprovechamientos madereros y de la biomasa, con explotaciones hortofrutícolas, con vacas, ovejas y cabras pastando en terrenos hoy abandonados, además de nuevas oportunidades para los jóvenes y no tan jóvenes sin horizonte laboral, no habría tanto material combustible en los montes y sí una mayor concienciación sobre la necesidad de preservarlos como medio de vida.

Sobra efectivismo y falta efectividad. La sofisticación del material antiincendios llega a causar asombro, pero más asombroso resulta que el dispositivo sea cada vez más incapaz de combatir las llamas en cuanto la cosa se pone seria. Porque la lucha contra los elementos siempre es desigual. Siempre se ha afirmado que los incendios hay que empezar a apagarlos en invierno, que es tanto como decir que la mayoría se pueden evitar mediante tareas intensivas de limpieza y de mantenimiento que, según los que saben, pueden incluir quemas controladas. Cuando el fuego se desata, y las condiciones meteorológicas y del terreno le son favorables, es incontrolable e imparable. Hay quien cree que acabaremos renunciando a luchar contra las llamas cuando nos convenzamos de que muchas veces  no servirá de nada intentar apagarlas. Lo que los dirigentes públicos no pueden -ni deben- es abdicar de su responsabilidad ante la recurrente catástrofe medioambiental, ni usarla como arma política arrojadiza. Han de tener claro que lo que en uno y otro caso se quema y se consume es su propia credibilidad. Porque la paciencia del sufrido ciudadano, esa sí que parece incombustible. @mundiario

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