¿En qué pecado capital incurrimos con más frecuencia los españoles?

Gente. / RR SS
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¿Pereza, lujuria, gula,...?

¿En qué pecado capital incurrimos con más frecuencia los españoles?

Fernando Díaz Plaja, que analizó los siete pecados capitales en su obra así titulada, afirmaba que, frente a la creencia de que la pereza y la lujuria eran los vicios más importantes de los españoles, ese lugar lo ocupaba la soberbia, que suele tener como compañeras otras perversiones.

La palabra soberbia, del latin superbĭa, puede traducirse como sentimiento de valoración de sí mismo por encima de los demás, y  tiene como consecuencia el presumir de las cualidades e ideas propias y menospreciar las ajenas. 

A la soberbia se adosa, con la intensidad de una lapa, el deseo de ser admirado y respetado por los demás; naturalmente, porque el soberbio está convencido de sus cualidades especiales.

Es consustancial a la arrogancia la pretensión de dominar a los demás, así como dar un trato displicente a sus semejantes; es decir, la expresión coloquial “mirar a los demás por encima del hombro”.

 El soberbio suele rodearse de mediocres que no ensombrezcan su figura, o de sumisos que asuman consignas y liderazgo sin someterlos a análisis y discusión. Quien osa discutir con el soberbio se enfrentará a su ira y a sus represalias vengativas.

La altanería obnubila la mente, por lo que el altanero encontrará serias dificultades para identificar sus errores, admitirlos, buscar soluciones y disculparse. La historia nos ilustra con frecuencia sobre personajes que acabaron aplastados por esta consecuencia de su soberbia.

El boato, el deseo de ser el centro de atención y la exagerada exaltación de la propia personalidad, son signos visibles del egocentrismo.

El soberbio, en situaciones incómodas o no deseadas, suele adoptar un gesto duro, caracterizado por mandíbulas fuertemente contraídas, que sugiere un estado de ira reprimida.

La falta de confianza en uno mismo y un déficit formativo pueden explicar, en ocasiones, la soberbia, que se constituye en una máscara para esconder la propia inseguridad, prevenir un posible rechazo de los demás y concitar sobre ellos una atención que no podrían conseguir de otra forma. El Rey Salomón era de esta opinión: “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría.”

También se llega a la soberbia a través de un itinerario vital de éxito, que diferencia de los demás seres humanos a quien la alcanza; es decir, se estimula el sentimiento de la propia valía y se asume una actitud despreciativa hacia los demás.

Una persona altiva suele ser adicta a recibir halagos, hablar de si mismo y de sus logros, mostrarse sociable ante quien no le conoce y tener dificultades para trenzar una amistad, tal vez porque cree que no necesita a los demás. El  mordaz Lope de Vega no soportaba al arrogante: “No entiendo cómo se sufre a si mismo un ignorante soberbio”.

El soberbio suele justificar el uso de cualquier medio útil para alcanzar su fin, que no es otro que la mayor gloria propia.

Y vd. ¿qué opina?

¡Ah, me olvidaba!: no sea mal pensado, querido lector, ningún español concreto me ha sugerido  esta reflexión. @mundiario

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