Groendandia fue bautizada por Erik el Rojo como la Isla Verde: Greenland

Verano en Groenlandia. / Heinz Homatsch
Verano en Groenlandia. / Heinz Homatsch

La Isla votó mayoritariamente por el derecho a su autodeterminación en referéndum en 2008, considerándose ya tan independiente que hasta celebra el Día de la Independencia cada 21 de junio.

Groendandia fue bautizada por Erik el Rojo como la Isla Verde: Greenland

La Isla votó mayoritariamente por el derecho a su autodeterminación en referéndum en 2008, considerándose ya tan independiente que hasta celebra el Día de la Independencia cada 21 de junio.

 

Si dejamos al margen a Australia que se puede considerar un continente, Groenlandia es la isla más grande del mundo, con una superficie de 2.175.600 kilómetros cuadrados y una población inferior a los 60.000 habitantes. Descubierta por Erik el Rojo en el año 982, está ubicada en el continente americano, entre el Océano Atlántico y el Océano Glacial Ártico y, a pesar de la distancia, sigue siendo gobernada por Dinamarca, aunque con una gran autonomía y encaminándose a una posible independencia total en el futuro.

Los turistas que se acercan a esta isla llegan con la intención de caminar, pescar, visitar aguas termales y observar la cultura indígena esquimal de los “inuit”. También es común participar en cacerías y carreras de trineos con perros. Más del 80% de su superficie está recubierta por una capa de hielo perpetua, aunque varios millones de toneladas de este hielo acaban cada año en el mar con lo cual no es descabellado pensar que el hielo en Groenlandia puede acabar desvaneciéndose.

Groenlandia forma parte del anecdotario vigués porque, a principios de los años 80 siendo alcalde Manoel Soto, Vigo se hermanó con Narsaq, un pueblo de unos 1.500 habitantes en la costa sur de la isla, a orillas del mar de Labrador, siendo el nexo de unión según el regidor el “peixe”. Al viaje de ida de la expedición viguesa en 1983 le correspondió en 1984 la visita a Vigo de Agnette Nielssen, alcaldesa de Narsaq, acompañada de tres concejales de etnia inuit. El clímax del esperpéntico hermanamiento, del que no se derivó ningún acuerdo comercial, se alcanzó en la comparecencia pública donde, según relata Eduardo Rolland, las palabras de la regidora habían de traducirse a cinco idiomas: Manoel Soto hablaba gallego, un funcionario lo repetía en castellano, un intérprete lo volcaba al inglés, un concejal de Narsaq lo traducía al danés y la alcaldesa lo decía finalmente en inuit para sus ediles esquimales.

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