Cuando más lo necesitas

cuandomas lo necesitas
Grupo de personas reunidas. / Mundiario

¡Demasiada ‘cosa negra’ – trabajos sumergidos, chapuzas, dinero que no les corresponde ni declaran y que ustedes y yo pagamos, y...que ahí se las den todas, anda por ahí suelta!

O, quizás, cuando más estás convencido que lo necesitas, que no siempre es que lo necesitado sea lo necesario, lo imprescindible, sino algo que por un impulso de vaya usted a saber de dónde, nos impera conveniente. Una especie de «lo necesito (lo quiero, que sueles transformarlo en necesidad imperiosa) ya mismo».

Como aquel chiste tan viejo del hombre que solicitaba ‘paciencia’ a Dios, pero que se la concediera ya.

“Ipso facto”, que dirían los cultos, ¡vaya! O los gallitos de tres al cuarto.

Servidor suele cojear mucho de esa “paciencia” a la hora de obtener lo que considera necesario, cuando, en realidad, sólo podría ser proclividad, querencia, esa cierta tendencia a obedecer ciegamente a mis más secretos caprichos. No quisiera creerlo, pero...podría ser, claro que sí.

En muchas – muchísimas ocasiones – suelo ser lacayo fiel de mi intuición. No en el sentido taumatúrgico del termino, ni mucho menos (lejos queda eso de la intuición femenina, el sexto sentido ni tontas de esas, no). A modo de ejemplo, y perdóneseme la posible arrogancia, uno de mis maestros siempre adorados por muy fiambres que estén – éste se fue hace muy poco y sigo llorándole - , en una de sus clases magistrales, al concluir la misma, me llamó al orden diciéndome : «Stay a moment here Mr. Breijo, I want to talk with you regarding something.».

Naturalmente, uno no precisó que se lo dijera dos veces, sencillamente se paralizó viniendo de quien venía: Servidor, un jovenzuelo recién empezado el internado, y en la más prestigiosa facultad de medicina de allende los mares del Este norteamericano.

Me dijo – es textual, porque jamás olvidaría una sola coma – pero esta vez no lo escribiré en inglés:

«En la historia de la ciencia médica moderna, si en un principio los médicos se guiaban por la Deducción, después fue por la Inducción, y créame si le digo que el futuro de la ciencia médica está en la Intuición sensata. Le aseguro que usted cumple todos los requisitos para esta última, mis mas sinceras felicitaciones».

Naturalmente hice una parálisis sobre mi parálisis; por el halago, más que por pavor.

Mi ilustre maestro no era otro que el profesor Wagner Galen, catedrático titular de Cardiología de Boston University School of Medicine.

Y, como siempre, seguí tanto su consejo como mi propia idiosincrasia.

Hasta la fecha, oigan.

Me considero asquerosamente riguroso, leal, cumplidor de leyes – aunque no esté en absoluto acorde con ellas – y tremendamente intuitivo, más en mis trabajos de investigación que en mi cotidiana realidad existencial. Que me importa tres bledos esta última, a fuerza de pura sinceridad.

También creo que padezco de un mal “muy mal visto”, por lo visto: mi inagotable capacidad de ignorancia, de dudas; hasta soy capaz de dudar de que dudo y por tanto de que existo (rompiendo a cachos irreverentes a Descartes , a su “duda metódica” y ,per ende, -escribe así, conste )- a su “deducción”: a partir de un hecho general bien conocido, llegar a un principio particular desconocido; la “Inducción” es más o menos lo contrario).

Ésto lo subsano, dentro de mis posibilidades, preguntando acerca de las tales. Pero es que no me corto un pelo en hacerlo, ni me da vergüenza ni siquiera me la planteo. Máxime si mis dudas están basadas en aquello que a unas cuantas (demasiadas a mi gusto) personas, con ínfulas de jefatura de todo, que dicta las normas que le salen del forro de sus entretelas y que no las conoce ni Dios padre en su divina majestad: sencillamente se acatan. ¿Por qué? Suelo osar preguntar. ¡Porque es así y punto pelota! Me suelen contestar.

Y hasta ahí hemos llegado. Ni un paso más adelante hasta que me lo digan y me convenzan con sensatez. Ardua e imposible exigencia la mía, pero hacerlo lo hago, vaya que sí.

Hay cosas de las anteriormente citadas que ni me molesto en repetir la pregunta, hija de mi ignorancia y mis dudas; porque me importa tres carajos (o muchos más).

¡Ay! ¿Pero otras? Con otras no trago así me torturen con los más pérfidos suplicios.

Puesto que estoy dándome cuenta que esto es una especie de diario anodino y sin sustancia noticiera alguna, pues ya puestos, sigo.

Desde que llegué a mi actual puesto de trajines, ya voy a la defensiva caminito de la obra. Algo tremendamente nocivo para el oficio. Pero o me hincho a benzodiazepinas o algo muy serio me pasará antes de lo que se espera (me quedo con lo segundo).

El “oye tú...pues anda que tú” fluye sin descanso por esos andurriales. Y no sólo por los míos, que lo tengo yo muy hablado. Ocurre en toda la tierra patria.

No soporto por más que lo intente (que no lo hago), la mala educación, la gente pendenciera, arrogante e impertinente (a ninguna en general de esa calaña) que, sin pedir cita previa – la presencial, sin estar prohibida, no se recomienda – en una consulta médica de ambulatorio de provincias, sin pedir permiso a Dios, al demonio ni a ángel custodio que se precie, se coloque en tales consultas con una soberbia indescriptible a exigir ser visto y recetado.

Para colmo ni llevan la tarjeta sanitaria personal, que es imprescindible e ilegal no presentarla (viene a ser como ir a la guerra sin fusil, o parecido). Suele ser gente de mediana edad – los viejitos siempre (o casi siempre) solicitan cita previa – exigentes, folloneros y gritones. Además “pensionistas” por no sé qué enfermedad, que habrá que investigar y lo investigaré, eso lo tengo muy claro.

¡Demasiada ‘cosa negra’ – trabajos sumergidos, chapuzas, dinero que no les corresponde ni declaran y que ustedes y yo pagamos, y...que ahí se las den todas, anda por ahí suelta!

Ya escribí algo al respecto en un artículo que tuve a bien titular “No hago otra cosa que pensar en ti”, que tuvo su pequeño éxito, no crean.

Cierto es – créanme – que en la puerta de mi consulta reza un cartel que dice: «No citas, no consulta ni recetas. No insistan». Parco. Taxativo.

Pues, aunque vienen menos, ni por esas.

Y a todo esto ¿quién tiene la culpa total y absoluta?: Nosotros...los propios médicos sin duda alguna. Esos que les da igual ocho que ochenta, consistiendo tales dilates, permisivos con demandas fuera de tiesto, asintiendo a cualquier solicitud necia y pendenciera. Nosotros somos los culpables de que hayan invadido lo que por estudios y experiencia nos corresponde en su totalidad.

Pues bien, como yo necesito – sin capricho alguno, por supuesto – que, puesto que no sé cómo, dada mi invulnerable tendencia a la ignorancia y dudas, exponerlas a lo más altos cargos de la administración autonómica, pues hecho está.

Y ¿ven ustedes? Ya sé cómo hacer y cómo actuar sin desdén alguno de la legalidad vigente.

Cuando más lo necesitas, siempre hay amigos – hasta en el cielo – que te echan una buena mano en estos menesteres.

Fíjense que, igual, no necesito ni spray de pimienta, ni bastón de ciego para actuar en legítima defensa personal. Algo que, sin duda, estaría dispuesto a hacer, y que saliese el sol por Antequera o por Estambul, que me da igual.

P.S.- Este escrito está especialmente dedicado a D. Fernando Mora, hombre íntegro, cabal, honesto y...ya no pongo más , vayan a llamarme “tira-levitas” o algo peor. Cosa que también detesto hasta el empacho.

¡Va por ti, maestro!

(Por cierto, que un buen y fornido personal de seguridad (“segurata” en castizo gramatical) en la puerta, no vendría nada mal. Para que no se cuele nadie que no le corresponda. No sé lo oneroso que puede resultar a las arcas, pero , oye… si salvan peleas y vidas… ¿no?). @mundiario

Comentarios