La crisis se ha llevado por delante la I+D+i en España, hasta cundir el pánico

La ciencia y la tecnología permitirán, en un futuro cada vez más cercano, conservar órganos para transplante y mantener humanos en estado de anima
La ciencia y la tecnología cotizan a la baja en España.

Quienes recortan lo hacen gracias a los votos de muchos ciudadanos que contemplan, incrédulos, cómo unos pocos no sólo no tienen que emigrar sino que se hacen ricos.

La crisis se ha llevado por delante la I+D+i en España, hasta cundir el pánico

Hace años uno creyó firmemente en las posibilidades del I+D (Investigación más Desarrollo) y llegó a hacerse ilusiones pensando en las posibilidades que se abrían para, por ejemplo, los científicos españoles que, en España o fuera de ella, ejercían su actividad investigadora.

Cuando al I+D se le añadió una "i" minúscula (tal vez pensando en que la innovación no lograría nunca equipararse a la I+D mayúsculas) los ojos eran la más pura versión del asombro personal.

Investigadores de tu país, de tus universidades, haciendo que su labor, arropada por el desarrollo, ahora iba a ser definitivamente envuelta en el edredón maravilloso de la inversión en innovación. Fue un aldabonazo al orgullo de ser español, ese ser bajito, malencarado, sempiterno cabreado y con perenne olor a ajo se iba a codear, gracias al I+D+i, con la ciudadanía de alta gama de, por ejemplo, EE UU, Reino Unido, Alemania, Francia, etc., gracias a que las universidades investigarían, se crearían centros de investigación y, así, España abandonaría la lista de países en los que hasta la ciencia investigadora se importaba.

Inversión en innovación para la investigación y el desarrollo. Nunca tal cosa se había visto por estas tierras desde hace un siglo o más. Pero -siempre tiene que haber un puñetero pero en este país de cuevas y cavernas históricas- viene la crisis y lo primero que se hace es proceder a recortar las posibilidades de investigación y desarrollo, cercenando así las de la inversión en innovación que el Estado no asume. Se sentencia a muerte -es la opinión de los científicos españoles que todavía quedan por aquí- a la ciencia pública. Quedan, en instituciones como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) algunos becarios, investigadores que todavía no se creen lo que están viviendo y esperan una sabia rectificación del Gobierno de turno, y otros que, sutilmente maniatados por la familia y la dependencia económico-emotiva de esta, luchan denodadamente por no hacer suyo el dicho de la ministra de Trabajo cuando, al referirse a los 300.000 jóvenes españoles con la mejor preparación de nuestra historia, les presentó como los protagonistas de la movilidad geográfica cuando, en realidad, es el pan de cada día el que se juega en esta España nuestra a la que un día cantó Cecilia.

Sí, los científicos españoles abandonan el barco y no lo hacen por gusto, sino por hambre de investigación, de consideración, de defensa de sus derechos para con una ciudadanía que pagó sus carreras, sus trabajos investigadores que ya no tienen continuidad. Se nos van los médicos, los enfermeros, los maestros, los científicos que aquí pierden su dignidad y no porque el pueblo se la quite sino porque el sistema les asfixia como en poco tiempo asfixiará, dejará sin resuello, a todo cuanto signifique investigar.

¿Vuelve el ¡Que investiguen ellos!?

Volverán las voces que proclamaban el ser del español: "¡Que investiguen ellos!". Y lo más granado de nuestra juventud se va a un incierto futuro que, en cualquiera de los casos, siempre será mejor que el presente en España.

La investigación se hunde. Ya no sabe uno si, finalmente, el pulpo o la merluza van a ser una realidad como animales logrados al margen de acuerdos pesqueros con Terceros Países y producto de las más avanzadas técnicas de investigación en laboratorios de, por ejemplo, el propio CSIC , el IEO, etc. aquí, en este país convertido durante muchos años en sudario, capuchones y velones que precedían a un palio bajo el cual desfilaba casi siempre un señor bajito, de abultado vientre y voz aflautada que, en 1939, un 1 de abril, afirmaba por escrito que la guerra había terminado.

La guerra de nuestras miserias continúa, general: la ciencia española emigra y nos deja con el culo al aire vaya usted a saber por cuántos años más. Eso sí, con la diferencia, ahora, de que quienes recortan lo hacen gracias a los votos de muchos ciudadanos que contemplan, incrédulos, cómo unos pocos no sólo no tienen que emigrar sino que se hacen ricos, multimillonarios, con los euros de burbujas inconmensurables y previsibles.

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