Cómo salir de la escafandra

Escafandra y mariposa.
Escafandra y mariposa.
Me imagino teniendo la libertad de ir a un cine, sentarme al lado de otra persona, o ir a un bar que quién sabe cómo tocaron mi copa o mi taza. Ni qué pensar un aeropuerto, viajar en turista codo a codo con el otro pasajero. Me da pánico sólo pensarlo.
Cómo salir de la escafandra

Veníamos manejando la vida a gran velocidad y de pronto todo se nubló, una embolia masiva y mundial nos metió a cada uno en nuestra caparazón. Parálisis general. Silencio. Soledad. Inmóviles, hasta tener que aceptar que estábamos encerrados en una escafandra.

La primera reacción fue resistirse, creer que era una exageración, un error de la medicina, un invento de un poderoso con algún interés económico. Una fuerza externa nos conminó a permanecer adentro. Entonces empezamos a buscar recursos alternativos para comunicarnos, reunirnos en familia, tomar un vino con amigos, atender a nuestros clientes on line, hacer gimnasia, grabar voces y unirlas armando digitalmente un grupo vocal.

Siempre hay formas de no caer en la pena por nosotros mismos, abrir la prisión y dejar a la imaginación que planee sin límites por el reino de la libertad, como la mariposa.

Eso le pasó a Jean-Dominique Bauby, editor exitoso, redactor de la revista Elle, cuando a los cuarenta y tres años sufrió un infarto cerebral mientras conducía. Después de unos días de coma, despertó. Su mente funcionaba perfectamente pero no podía mover un solo músculo de su cuerpo, excepto  el párpado del ojo izquierdo. Una logopeda diseñó para él un código de letras, tipo alfabeto morse, en el que, según la cantidad y ritmo del parpadeo, pudieron crear símbolos y él dictarle todo lo que pasaba por su imaginación: su experiencia de ese momento, sus sentimientos hacia sus terapeutas, sus recuerdos. El encierro lo llevó a recapacitar, a analizar su relación con sus hijos, con su ex, a evocar imágenes de la naturaleza: el cielo, los insectos, las flores, bloques de hielo rompiéndose. El mundo de las palabras le abrió un universo.

Esta autobiografía fue llevada al cine por Julian Schnabel (2007) sin golpes bajos, sin sentimentalismos, sin moralejas. Inolvidable película actuada por Mathieu Amalric en el papel de Jean-Do.

La volví a ver y experimenté la protección de la escafandra. Me asombró darme cuenta de que  necesitaba más tiempo para ahondar en mis recuerdos, para rever mi pasado, para perder el miedo y encontrarme con lo más esperanzador de mí misma.

Imagino qué habría pasado si al final, Jean-Do se hubiera curado y hubiese podido salir de la escafandra. Tal vez habría vuelto el vértigo, el escape. La vida llena de peligros, de apuros, de competencias, de agresiones. Aprendió a sentirse seguro en un útero desde donde podía estar con él y volar sin exponerse a ser destruido.

Me imagino teniendo la libertad de ir a un cine, sentarme al lado de otra persona, o ir a un bar que quién sabe cómo tocaron mi copa o mi taza. Ni qué pensar un aeropuerto, viajar en turista codo a codo con el otro pasajero. Me da pánico sólo pensarlo.

Tal vez debería narcotizarme antes de exponerme a un vuelo, como las jóvenes de “La casa de las bellas durmientes”  de Yasunari Kawabata, que se prostituían, dormidas, desnudas, entregadas a las fantasías eróticas de ancianos visitantes “tan viejos que ya habían dejado de ser hombres”. Encerradas en su sueño no se enteraban de los delirios seniles de sus acompañantes, ni sentían sus caricias.  Huían quién sabe a qué paraíso durante horas y horas. Al amanecer, su cliente se retiraba sin que ellas lo conocieran. Única forma de resistir ese oficio sin contaminarse.

Habrá que armarse de valor para salir de la escafandra en la que muchos estarán padeciendo el síndrome de cautiverio, sin ser muy conscientes de ello. @mundiario

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