El blues puro y herido de Boo Boo Davis cruza los ríos de España

Boo Boo Davis en concierto.
Boo Boo Davis en concierto.

Boo Boo Davis, el veterano bluesman del Delta del Misisipi, está de gira por España. Demuestra la herida honda que esta música de los viejos algodoneros sureños es capaz de transmitir.

El blues puro y herido de Boo Boo Davis cruza los ríos de España

Boo Boo Davis, el veterano bluesman del Delta del Misisipi, está de gira por España. El viernes día 9 visitó Galicia. En Santiago de Compostela demostró la herida honda que esta música de los viejos algodoneros sureños es capaz de transmitir, transformada en arte, por medio mundo.

Habla de la herida. Eso es el blues. Aterrizó con un quejido desde el Misisipi hasta cruzar el doméstico río Sar en Santiago de Compostela. Habla de la pérdida. De la opresión. De un pueblo dañado. Él se llama Boo Boo Davis. Tiene 70 años y actuó en Galicia, dentro de su gira española y Europea, el pasado viernes. Fue en la magnífica sala Capitol de Santiago. Uno escucha el primero de sus discos, el titulado “East St. Louis”, del año 2001 (pues Davis no protagonizó una grabación hasta hace poco más de una década) y enseguida se percata de qué va el blues. Los títulos de las cuatro primeras canciones son: 1. Triste (“Sad”); 2. “Estamos en el infierno (“We’re in Hell”); 3. Que alguien tenga compasión de mí (“Somebody have mercy”); 4. Tiempos duros (“Hard times”). He aquí el mensaje del blues. El ritmo de los perdedores.

Es el negro de las ocho armónicas. Pura música del Delta del Misisipi sin ninguna concesión al márketing. Fue como sumergirse en la atmósfera pura de los precursores, de los cantores de los campos de algodón que construyeron los cimientos, uno de los pilares, de toda la música que luego desarrolló occidente y que hemos dado en llamar pop o rock.

Sólo una vez se levantó de su asiento. Fue para saludar de una manera especial a Xosé Uxío quien, desde su silla de ruedas, movía mínimamente el cuerpo al ritmo tribal de Davis. El blues es la música de los que luchan en un mundo a contrapelo. También la música de los huérfanos, de los solitarios: “Estoy tan cansado...!”, repite como una letanía en otra de sus composiciones este gran negro del Misisipi.

Desde este lugar nuestro, galaico de mil ríos cruzados, entendemos bien la herida del blues. Quizás las viñetas de Daniel Rodríguez Castelao o los versos de un Celso Emilio fueron/son nuestro blues. Y también, mucho antes, el lamento de los poetas medievales que cantaban a todo lo perdido. O las coplas del ilustrado Martín Sarmiento en el XVIII. Hasta a más actual lírica indignada de un Xesús Rábade Paredes (“Sobre ruinas”), o la música a contrapelo de un Alonso Caxade o de Sés. Nuestro blues. Nuestra herida.

Blues, también, como redención: “Me murieron todos mis hermanos —dijo en un momento del concierto mirando al techo de la Capitol y quedando luego varado en silencio—. Sólo quedo yo. Por eso estoy aquí. Tengo una misión”.

Fue, en fin, un privilegio poder escuchar, en Santiago, tan esencial y puro, este relato de una raza, de un pueblo. Ese grito dolorido y ya centenario que  siempre ha estado presente en el ADN de la mejor música pop y rock. Latiendo hasta hoy.

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