La urgencia no está en abrir la Carta Magna sino en atajar el movimiento subversivo

Ejemplar de la Constitución de España.
Ejemplar de la Constitución de España.

¿Y si Puigdemont, atendiendo a lo que su jefe Artur Mas ha declarado al Financial Times y a una estrategia hasta ahora no desvelada, da marcha atrás?

La urgencia no está en abrir la Carta Magna sino en atajar el movimiento subversivo

Todo indica que el presidente Rajoy aguarda a la declaración unilateral de independencia para aplicar en Cataluña el artículo 155 de la Constitución y es probable que algo más, ya que las reacciones tardías suelen conllevar mayor contundencia, pero ¿y si Puigdemont, atendiendo a lo que su jefe Artur Mas ha declarado al Financial Times y a una estrategia hasta ahora no desvelada, da marcha atrás?

Hay quien opina que el levantamiento secesionista no es más que un instrumento del proceso revolucionario emprendido por los distintos grupos antisistema, con la aquiescencia de otras fuerzas hoy desnortadas, para abrir un sumario constituyente y acabar con el régimen democrático nacido en 1978. Estamos en una de esas horas de la historia en las que todo puede ser, y será a mayores consecuencias si los mecanismos de defensa del Estado de Derecho permanecen impávidos o actúan tarde y mal; si el Gobierno de España prosigue la carrera de pasos en falso y disparatadas concesiones que iniciaron sus antecesores; si se consiente que los que han apuñalado la Ley adentren sus cuchillos en una acelerada reforma constitucional que, a ojos hoy de una inmensa mayoría, no de políticos, pero sí de ciudadanos, respondería a claudicación ante las exigencias de un nacionalismo engallado y de unos arbitrarios grupos revolucionarios, algunos con asiento en la sede de la soberanía nacional.

No, al margen ya de que los independentistas catalanes y sus camaleónicos simpatizantes plegaran velas en su anunciada DUI –porque no pueden o por pura táctica guerrillera– el daño ha sido consumado y el coste es tan extraordinario que el Gobierno, con el apoyo explícito de cuantos se ubican sin ambages junto a la Constitución, no tiene más remedio que aplicar el 155 –¡o el 20.400!–, empuñar el timón de la comunidad catalana y desalojar de las instituciones y de la política a todos los responsables del levantamiento.

No hay lugar para los golpistas, como tampoco puede haberlo para los que desde hace años erosionan la convivencia y pervierten la historia con mentiras, en Cataluña y en ninguna otra región, como tampoco lo hay para la caterva de corruptos que han emponzoñado la siempre cuestionada credibilidad de la clase dirigente.

La urgencia no está en abrir la Carta Magna –habrá que hacerlo llegado el momento– sino en atajar el movimiento subversivo contra el orden constitucional e, inmediatamente después, o al unísono, regenerar la vida pública. No solo Puigdemont, sus jefes y sus lacayos han puesto en peligro la Democracia. Basta con hacerle una resonancia magnética.

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