Yo tampoco sé de qué demonios se reía nuestra Infanta al entrar en el juzgado

La infanta, camino del juzgado.
La Infanta Cristina de Borbón.

No sé quién le habrá enseñado protocolo a esta muchacha, pero alguien debería haberle contado que, dadas las circunstancias, su sonrisa es una provocación para todos los ciudadanos del país.

Yo tampoco sé de qué demonios se reía nuestra Infanta al entrar en el juzgado

Yo tampoco sé. No sé de qué demonios se reía nuestra Infanta al entrar en los juzgados. Por más que amplío la imagen e intento indagar en la curva última de sus labios, en la blancura espeluznante de sus dientes o en su delicado rictus heroico, todavía no sé de qué se ríe la hija del rey. Mientras miles de ciudadanos y ciudadanas de este país, cada mañana al levantarse, arrastran la angustia de saberse en paro, o en unas condiciones laborales lamentables, con la posibilidad de ser desahuciados, y la certidumbre de estar siendo timados por un amplio espectro de la clase política, Cristina se ríe.

Yo tampoco sé. No sé quién le habrá enseñado protocolo a esta muchacha, pero alguien debería haberle contado que, dadas las circunstancias, su sonrisa es una provocación para todos aquellos que sostienen esta enclenque pirámide social a base de trabajo honesto y paciencia ilimitada. No sé quién le habrá aconsejado hacer ostentación de su palaciega serenidad ante los cientos de personas que se manifestaban al otro lado de la calle, al otro lado del televisor, al otro lado de los periódicos, pero quien lo ha hecho se ha equivocado.

Yo tampoco sé. No sé qué gracia le encuentra esta mujer a ser imputada por blanqueo de ingentes cantidades de dinero y fraude fiscal. A tener que justificar decenas de dudosas facturas, contratos inciertos, oscuras notas de gastos. A no ser que se sepa salvada de antemano y que, en el fondo, todo esto sea una burla, una chanza, un camelo. Seis horas y media de cachondeo entre la plebe, para después regresar a la apacible burbuja de palacio en compañía de los suyos. Una anécdota más para contar en el futuro a los descendientes de sus querubines, al agradable calor de una enorme chimenea, como si de la época medieval se tratase.

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