La soberbia intelectual lleva siglos y siglas estigmatizando la historia de España

Pablo Iglesias.
Pablo Iglesias.

Pablo Iglesias no es el primero ni será el último paradigma de soberbia intelectual (según Monedero). En nuestra historia, de pocas luces y muchas sombras, han metido la mano y la pata un horror de esos insignes ejemplares autóctonos.

La soberbia intelectual lleva siglos y siglas estigmatizando la historia de España

Ha cogido Juan Carlos Monedero, calderero, sastre, soldado y espía, y ha dejado flipando al personal con su nueva faceta emergente de biógrafo de Pablo Iglesias. Lo que el maestro Stefan Zweig hacía buceando en el pasado de María Antonieta, María Estuardo o Fouché, para describirnos tal como habían sido a lo largo de centenares de sugestivas e interminables páginas escritas, lo acaba de hacer este profesor de Políticas pronunciando dos simples palabras, “soberbia intelectual”, que describen tal como es y tal como acabará siendo el devenir del joven líder de Podemos en su planificada excursión por la historia de España.

Cierto es, señores del jurado, que Monedero ha extraído esa concisa y rotunda conclusión para describir un defecto de su jefe de filas y sin embargo amigo. Y, claro, resulta inevitable, en una primera impresión, que le invada a uno la duda de si este señor, en realidad, considera una virtud imprescindible la soberbia modelo Milans del Bosch de Chávez, la soberbia modelo Julián Muñoz de Maduro, para que cuaje una revolución bolivariana en el país de origen de los padres de los padres de los padres del legendario Libertador de América.

A propósito de políticos y pecados capitales

Hombre, la verdad es que no ha sorprendido a casi nadie que, alguien que conoce tan bien a este chico hasta hace poco tiempo tan desconocido, haya escogido precisamente ése, entre los siete pecados capitales, para dejarnos vislumbrar el lado oscuro de tan apasionado adalid de la claridad y la transparencia. Pero si era un secreto a voces, Juan Carlos, macho. Si lo hemos visto, oído, sospechado, intuido, en cada plató de televisión en los que ha ido sentando cátedra en indiscretas sesiones paradigmáticas de despotismo ilustrado.    

Ahora, como te digo una cosa te digo la otra. Aquí, en España, el que esté libre de pecado capital entre los líderes políticos, que tire la primera piedra. Rajoy, por ejemplo, ha llegado a la gula de mandiño partiendo de la pereza política; Pedro Sánchez, al principio, se sintió atraído por la erótica del poder, pero ha acabado cayendo en la enfermiza adición a la lujuria; Albert Rivera practicó el autocontrol de su soberbia cuando iba escalando puestos en las encuestas preelectorales, ¿recuerdas?, pero ahora destila esa cínica envidia cochina característica de los que quedan cuartos, ¡oh, el dichoso síndrome de los cuartos!, mientras ahí arriba, en el pódium postelectoral, sobrevaloran sus respectivas medallas de bronce, de plata, de oro, esos tres atletas políticos que, con todos los respetos para nuestra pléyade de esforzadas y galardonadas estrellas paralímpicas, no acaban de concurrir a unas elecciones generales propiamente dichas, sino a unas paraelecciones convocadas en un país, ¡España, España!, con un pueblo afectado de discapacidad psicológica transitoria.

Cenicientas/os en busca de Adas, perdón, hadas madrinas

De manera que ¡menos lobos, caperucitas! A mis escasas luces, ninguna de las recientes contiendas electorales de este país saldría indemne de un control antidoping de naturaleza democrática. Porque el voto era libre, de acuerdo, pero los votantes hemos ido acudiendo a las sucesivas citas con las urnas hipotecados por el odio en nuestras entrañas, la inercia alternativa de nuestro amargo pájaro de juventud que se ha quedado prematuramente sin alas, la indigestión de uvas de la ira independentista y patriótica, el ¡ya de perdidos al río!, a la Colau, a la Oltra, a la Carmena, ejemplos, como cenicientas y cenicientos hurgando entre las cenizas de nuestras infancias en busca de Adas, perdón, hadas madrinas. Es humano, es comprensible, es conmovedor… Otra cosa es que haya sido práctico, que el 21-D se haya convertido en el paradigmático primer día del resto de nuestra historia, que a los pueblos se no dé siempre la razón, como a los locos, como a los incautos clientes de los grandes almacenes.

Los sabios Señores  Cayo huérfanos de Delibes

Fue escuchar la revelación que hizo Monedero sobre el Talón de Aquiles de Pablo Iglesias, y mi calenturienta imaginación voló hacia los campos de Castilla huérfanos de la sombra alargada de Miguel Delibes, cuya sobriedad intelectual, su intelectualidad humilde, ha transformado las sombras alargadas de los cipreses en diminutas sombras de bonsái. Todavía debe quedar por allí un hijo, un nieto del Señor Cayo, aquel sabio personaje literario por el que se disputaron el voto urbanitas ilustrados y avariciosos recolectores de votos en aquel tiempo llamado de la reforma, que dejaría sin palabras, sin argumentos, sin programas, a esas televisiones que explotan la soberbia intelectual de lo urgente y desprecian la humildad intelectual de lo importante. Lo que pasa es que los señores Cayo, Director, que haber hainos, prefieren debatir tumbados en los campos con las estrellas coherentes, tolerantes, permanentes del firmamento, que debatir sentados en los platós con las estrellas militantes, delirantes y fugaces que se disputan a los tontos por ciento que inflan y desinflan las audiencias.

Dice el Tao, milenario y paciente: “los que hablan no saben; los que saben no hablan”. Pero la cruda realidad que estamos viviendo, cortoplacista e impaciente, ya ves, otorga los Nobel a los Celas superficiales y locuaces y se los niega a los Delibes profundos y lacónicos.

¡Cuánto daño ha hecho en España, por los siglos de las siglas, la soberbia intelectual!

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