Santiago Matamoros, entre el mito y la historia: ¿volveremos la mirada a Compostela?

Santtiago Matamoros.
Santiago Matamoros.

Uno de los más activos intelectuales enrolado en esta campaña de revisión de los símbolos y tópicos de la identidad tradicional española es el conocido escritor Juan Goytisolo.

Santiago Matamoros, entre el mito y la historia: ¿volveremos la mirada a Compostela?

Mientras a favor del llamado multiculturalismo se pretende reducir, desmontar o deshabilitar los elementos más característicos de nuestra propia cultura e identidad histórica, otros colectivos que conviven con nosotros, lejos de asumir los valores del pluralismo y adaptarse a la cultura social y al espacio civil donde pretenden vivir, tratan de imponer, preservar o establecer sus propias pautas culturales, para ellos irrenunciables, todavía a costa de que amortigüemos o simplemente renunciemos a las nuestras.

La cultura como proceso histórico-social hunde sus raíces en los orígenes y en el imaginario popular y cada expresión forma parte consustancial de ella, siendo así la mitología y las tradiciones son elementos fundamentales en la configuración de la identidad de un pueblo. Son la suma de creencias, tradiciones, instituciones, lenguajes, entre otros, que elabora y transmite una sociedad. Es un conjunto de conocimientos que una persona ha adquirido en su proceso de socialización, el sistema de valores culturales, glosa de ideología dominante, difundido a través de los medios de comunicación de masas. También son el conjunto de valores y conocimientos socialmente exigidos al individuo. Por último es la costumbre elaborada por las capas populares.

El mito o la creación literaria son elementos que ayuda a configurar el concepto romántico de nación. Con frecuencia la conciencia nacional está vinculada a la literatura. Finlandia se la debe a las baladas heroicas de sus héroes mitológicos. Flandes celebra su día nacional en el aniversario de una batalla de 1302, recupera y exaltada en una novela (El León de Flandes, 1838). ¿Y qué decir de los británicos, de las leyendas artúricas, de  Scott, cuyas novelas propugnan la unificación nacional, como Ivanhoe (1819). ¿Valen esos mitos y no nuestro Santiago?  ¿Vale crees que Mahoma –como millones creen- subió al cielo en un caballo blanco, pero negamos al tiempo que también era blanco el caballo (mitológico) de Santiago?

La importancia del conocimiento de las raíces de un territorio, constituidas en parte muy esencial por sus tradiciones es fundamental en cuanto a su pasado, presente y futuro. Una tradición es la transmisión del conjunto de valores culturales que, de generación en generación, forman el sustrato básico de una colectividad. Cada población, cada pueblo y cada sociedad tienen su cultura, sus tradiciones que se han venido marcando desde sus antepasados y se mantienen en la actualidad.

Cultura y civilización son semejantes y están estrechamente vinculadas; entre ambas existen transiciones imperceptibles como hablar de cultura se acentúa lo espiritual. Cada época histórica, cada pueblo o conjunto de pueblos ha tenido su propia cultura, con una fisonomía propia y así se habla de cultura griega, de la Antigüedad, de la Edad Media, del Renacimiento, entre otras; y del estilo y formas o estructuras de las diversas culturas.

Los enemigos de la tradición Jacobea

Uno de los aspectos más preocupantes de esta confrontación, que ya nos presenta evidentes indicios peligrosos es que, mientras a favor del llamado multiculturalismo se pretende reducir, desmontar o deshabilitar los elementos más característicos de nuestra propia cultura e identidad histórica, otros colectivos que conviven con nosotros, lejos de asumir los valores del pluralismo y adaptarse a la cultura social y al espacio civil donde pretenden vivir, tratan de imponer, preservar o establecer sus propias pautas culturales, para ellos irrenunciables, todavía a costa de que amortigüemos o simplemente renunciemos a las nuestras.

Uno de los más activos intelectuales enrolado en esta campaña de revisión de los símbolos y tópicos de la identidad tradicional española es el conocido escritor Juan Goytisolo. En un artículo titulado “Los mitos fundadores de la nación española” (publicado en el diario El País de Madrid, el sábado 14 de septiembre de 1996) aprovecha para arremeter no solamente contra la tradición jacobea, y de paso contra los propios referentes tradicionales franceses y, en este sentido apunta que “Sabemos desde el siglo XVIII, gracias a la Ilustración y al empeño posterior de los historiadores críticos, que todas las historias nacionales y credos patrióticos se fundan en mitos: el prurito de magnificar lo pasado, establecer continuidades a prueba de milenios, forjarse genealogías fantásticas que se remontan a Roma, a Grecia o a la Biblia, obedece sin duda a una ley natural de orgullo y autoestima, pues los hallamos en mayor o menor grado en el conjunto abigarrado de Estados y naciones que integran el continente europeo”:

Afirma Goytisolo que “los mitos fundadores de una nación tienen la piel dura: aun desahuciados por la crítica demoledora de sus falsificaciones sucesivas e interpolaciones flagrantes, siguen ofuscando algunos historiadores contemporáneos y se perpetúan en los manuales de enseñanza por pereza y rutina, debido a la incomodidad y esfuerzo que ocasionaría un nuevo y perturbador planteamiento de la realidad historiable”.

Lo que dice la tradición que fundamenta el mito 

La tradición sitúa a Santiago en la antigua Hispania, propagando el Evangelio. A las orillas del Ebro, en Cesaraugusta -Zaragoza-, se le apareció la Virgen María (que todavía vivía en este mundo, siempre según la leyenda tradicional). La Virgen le previno de los peligros que se cernían sobre el grupo de cristianos que él formaba, animándolo a seguir con su labor apostólica. Santiago siguió predicando hasta que decidió regresar a Jerusalén, donde fue martirizado. Según la repetida leyenda su cadáver fue trasladado por sus discípulos y depositado en Compostela -el campo de la estrella-, donde Europa lo venera.

De las dos advocaciones de Santiago, la que tiene más enemigos es la de “Matamoros”. En los años 70, un sector del nacionalismo gallego distinguía el Santiago peregrino, como “O noso”, del guerrero, el español, “O deles”. No es de extrañar que José María Javierre escribía al inicio de los años ochenta que ya era hora de: "Convertir al señor Santiago en un ciudadano normal que anda por las calles con su traje bien cortado. Un Santiago dispuesto a trabajar en la oficina y a votar cuando sea necesario". Esto es, era preciso bajar al apóstol del caballo y dejar a la historia de España de lo que fue uno de los símbolos de la Reconquista al tiempo que consolaba a los cristianos de las extremaduras de que un amigo del Señor estaba de su lado.

La tradición del Matamoros se remonta al reinado de Ramiro I (muerto en 850) que sucedió en el trono de Asturias y León a su tío Alfonso el Casto (muerto en 842). Al fallecer su tío, los moros reclamaron el tributo de las cien doncellas (cincuenta hidalgas y cincuenta plebeyas) que tenían impuesto a los cristianos. Ramiro I que estaba en Bardulia (antiguo nombre de Castilla la Vieja) no quiso entregarles las cien doncellas y se encontró frente a frente con la morisma en Clavijo donde en la víspera de la batalla, según la tradición, se le aparece en sueños el Apóstol Santiago. Santiago le comunica que ha sido designado por Dios como Patrón de las Españas. Santiago anima a Ramiro al combate y le pide que lo invoque. Los cristianos dan batalla al grito de "¡Dios ayuda a Santiago!", y los moros son vencidos. Aquella jornada de las armas cristianas será la fundación de la Orden de Santiago.

En la batalla de Hacinas entre el Conde Fernán González (muerto en 970) y el caudillo moro Almanzor aparece otra vez Santiago, que le dice al conde de Castilla: "¡Ferrando de Castiella, hoy te crece gran bando!". Las huestes de Fernán González vencen a los moros al grito de "¡Santiago y cierra!" (Es la primera vez que se registra el que luego será grito famoso entre los cristianos peninsulares cuando entran en batalla; este grito de guerra viene a significar: Santiago y choquemos contra ellos). No faltan, con todo, algunas situaciones en que los cristianos oponen el grito de “Santiago» al de «Mahoma”, ululado fuertemente.

Sobre el concepto mismo de mito, Nicasio Salvador Miguel afirma:  “Si convenimos en entender por mito un falso relato que atañe en especial a un asunto religioso; por historia, la narración veraz o pretendidamente veraz de acontecimientos pasados o presentes; y por literatura, la expresión y recreación artística mediante la palabra de un mundo imaginado, por mucha inspiración realista que conlleve, pocos sucesos de la época medieval ofrecen una imbricación tan nítida entre las tres categorías como el caso de Santiago el Mayor (….) A lo largo de la Edad Media se impusieron tres peregrinaciones de carácter internacional a sendos destinos que, por razones bien diversas, se convirtieron en símbolos de la Cristiandad: Jerusalén (y, en general, Tierra Santa), Roma y Compostela”

Sánchez Albornoz escribe a este propósito:

“Los confines entre lo real y lo imaginario se desvanecen (La realidad histórica de España, Madrid, 1954), cuando lo imaginado se incorpora al proceso mismo de la existencia colectiva, pues ya dijo Shakespeare que estamos hechos de la materia misma de nuestros sueños. Cuando lo imaginado en uno de estos sueños es aceptado como verdad por millones de gentes, entonces el sueño se hace vida, y la vida, sueño». (….) En la centuria siguiente, Santi Yagüe (Santiago) será entronizado anti-Mahoma y su santuario compostelano se convertirá en la anti-Caaba. Dicha mutación confiere a la leyenda su carácter definitivo. Compostela pasa a ser el punto de convergencia de la cristiandad militante en oposición a La Meca, y la popular romería del Camino de Santiago, la réplica franca y galaico-leonesa al haÿÿ (la santa peregrinación musulmana). La Providencia concederá en adelante la victoria al jinete en «níveo e impetuoso» caballo no sólo sobre los moros de la Península, sino también, en un extraordinario vuelo transoceánico, sobre los aztecas, inclinando el fiel de la balanza, en plena batalla, en favor de Hernán Cortés y los suyos”.

Y como pensando en el futuro y en las tribulaciones de nuestros días diría en uno de sus últimos libros:

“Temo que otra gran tronada histórica pueda mañana poner en peligro la civilización occidental, como lo estuvo por obra del Islam en los siglos VII y VIII...La cultura europea fue salvada por Don Pelayo en Covadonga . ¿Dónde se iniciará la nueva reconquista que salve al cabo las esencias de la civilización nieta de aquella por la que, con el nombre de Dios en los labios, peleó el vencedor del Islam en Europa?” (Orígenes de la nación española, Oviedo 1975)

En los tiempos que corren, ¿volveremos la mirada a Compostela? @mundiario

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