España, ante la revolución de las cigarras y el holocausto de las hormigas

Ministro Cristóbal Montoro. / Europa Press
Cristóbal Montoro. / Europa Press

Algo puede quedar muy claro, después del 26-J. Que la célebre y celebrada fábula de La Fontaine sobre la cigarra y la hormiga, por lo menos en España, je, era una coña marinera. Nuestros niños, de mayores, van a preferir il dolce far niente que deslomarse para pagar a los Montoro, ¡tantos Montoros…!

España, ante la revolución de las cigarras y el holocausto de las hormigas

Por La Fontaine, el célebre fabulista francés, doblan las campanas en los sucesivos campos de batalla electorales de España. Sobre todo su moraleja de la hormiga y la cigarra, como paradigma de la recompensa a la laboriosidad y las secuelas de il dolce far niente, es que tiene en este país menos porvenir didáctico que las seis Leyes de Educación, y las que te rondaré morena, que, abolición a abolición, tuneado a tuneado, han ido forjando generaciones menos formadas que la anterior pero más que la siguiente aunque, la última, en un alarde de moral superior a la del Alcoyano, siempre acaba siendo proclamada la más preparada de nuestra historia.

¡Vale, aceptamos pulpo como animal de compañía!

Teoría de la metamorfosis generalizada

Estas cosas ocurren cuando un pueblo cree que se encuentra en una encrucijada política que en realidad es una encrucijada entomológica. Cuando cree que va a acudir a las urnas a elegir políticos, o sea, eso que hacen por ahí fuera los seres humanos y, en realidad, van elegir entre expertos entomólogos que se disputan la primacía experimentando con distintas especies de insectos. De manera que ¡menos lobos ideológicos, Caperucita!; menos delirios programáticos; menos debates sobre la trascendencia de esa especie en extinción que procede del mono, que llegó a ser homo sapiens y va camino, vamos camino de ser carne de insecticidas.

Al amanecer, en millones de espejos de España, millones de anónimos Gregor Samsas ni siquiera son, somos capaces de reconocer nuestros obvios, diferentes y trágicos procesos de metamorfosis. Ejércitos de hormigas toman al asalto las madrugadas caminito del curro que ni siquiera asegura su pan de cada día, mientras miles de cigarras vuelven a sus casas, a veces las de papá y mamá, a veces okupadas, tras haberse pasado la noche quemando contenedores, rompiendo escaparates, jugando al ratón y el gato por las callejuelas de cualquier barrio de Gracia o de desgracia de cualquier ciudad, en cualquier rincón de cualquier España.

Plagas de insectos

Es que, verás, hay, de repente, tantas Españas, que no le cabrían a Antonio Machado en otro poema dedicado a los españolitos que siguen viniendo al mundo. Se han producido tan inescrutables procesos de ingeniería sociológica, cibernética y mediática, que ni siquiera Kafka, con lo que era este señor para esas cosas, podría llegar a imaginarse esta metamorfosis generalizada, pandémica, descontrolada, en este pedazo de planeta al que tantos tontos por ciento siguen empeñados en llamar España.

Esto ya no es un país propiamente dicho, sino un conjunto de territorios que padecen distintas y distantes plagas de cucarachas administrativas, de melosas mantis religiosas y arañas viudas negras que tejen sus telarañas en alcaldías y comunidades autónomas, de termitas financieras que no van a dejar euro sobre euro, de escorpiones ideológicos letales acechando debajo de las siglas, de ciempiés esprintando a paraísos fiscales, de gusanos con carné de periodistas, de escarabajos peloteros arrastrando comisiones a sus madrigueras, de impunes mosquitos on line, de moscas tse tse a sueldo expandiendo la enfermedad del sueño, de rabiosas avispas construyendo letales avisperos, de garrapatas chupándole la sangre a los mismos perros con distintas siglas. Y, sobre todo, de algunos millones de cigarras convencidas de que al fin ha llegado su hora y muchos millones de hormigas resignadas a la cruda realidad de que llevan décadas haciendo el gilipollas.

La revolución de las cigarras

Todos juntos, por acción u omisión, hemos fomentado la revolución de las cigarras, míralas, que pueden acabar cantando victoria, y la dramática decadencia de las hormigas, pisoteadas, ultrajadas por tantos ministros de Hacienda, cuya laboriosidad, sentido del ahorro, cumplimiento de la ley, ha sido recompensado con desempleo, desahucios, fiascos de preferentes, lacerantes céntimos de gasolina, copagos farmacéuticos, subidas de IVA, pesadas e indiscriminadas cargas fiscales y demás generosas recompensas por los servicios prestados a la sociedad.

No debería extrañarnos que nuestros hijos prefieran convertirse en cigarras, contemplando el holocausto del que han sido víctimas sus mayores: la última generación de españoles que se tomó al pie de la letra la fábula de La Fontaine. Mira, por lo menos ha quedado claro que sólo era eso, oye, una fábula. O sea, lo que su propio nombre indica.

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