La profusión de los ventrílocuos

José Luis Moreno, ventrílocuo. rtve.es.
José Luis Moreno, ventrílocuo. / RTVE.ES
La reciente detención de Jose Luis Moreno, el famoso ventrílocuo de TV, no esconde la profusión de otros muchos émulos parodistas en la vida pública, en especial de la política y la prensa. Su razón de ser: cacarear las consignas de los partidos.
La profusión de los ventrílocuos

Esta columna va de ventrílocuos. Pero no precisamente de aquellos artistas que dan voz y vida a muñecos con toda clase de sortilegios. Es cierto que estos días saltó la noticia de la detención de José-Luis Moreno, antaño un famoso ventrílocuo en la televisión, por presuntamente varios delitos, entre ellos de estafa y blanqueo de capital (cómo no). Como sus muñecos ficticios, Moreno presume de haber sido de todo: cantante de ópera, cirujano, guionista, políglota, traductor de la ONU, en fin todo un diamante antes de saltar a la fama en las pantallas. ¿No nos recuerda a otros “talentos” en la palestra pública?

Pero la verdadera noticia son los variados ventrílocuos dedicados a la cosa pública que aprovechan los altavoces mediáticos para gargarear la voz de su amo. Los hay y abundan estas gargantas agradecidas en política. Que no dejan escapar ocasión para vociferar con descaro las consignas de sus líderes de turno contenidas en sus argumentarios semanales. Les va el sueldo, como el de sus jefes, porque en muchos casos como los muñecos títeres de Moreno, no se les conoce ni oficio ni beneficio. O sea que el día que sean defenestrados, dejarán de tener voz, teniendo que ir a mendigar en no pocos casos una colocación o un hueco en una tertulia. Que ir al paro cuesta mucho y más sin profesión previa.

Calculen la cantidad de los otros ventrílocuos que mantiene España. Sólo en las Cortes españolas hay unos 615 entre diputados y senadores. Actúan como autómatas parodistas, salvo excepciones claro, a golpe de pito del partido. Les pagamos para apretar un simple botón en las Cámaras cuando se les requiere en las votaciones. Cobran por poca espontaneidad y mucho postureo. Suelen soplar en la misma dirección del viento. Cuando surge un tema polémico allí está la artillería ventrílocua en primera fila para encaramarse con todo aquel que  ponga resistencia. 

A este bonito número de émulos parodistas (porque están ahí para hacer bulto y adular al gran jefe sioux), hay que añadir los casi 1.200 diputados autonómicos en las 17 Comunidades Autónomas. Por si fuera poco, alimentamos a más de 1.000 diputados provinciales y forales con un coste anual sólo de éstos de más de 23.000 millones de euros al erario. Dejo de contar los 67.500 concejales en toda España, los miles de nombrados a dedo para diversos cargos de la función pública,  así como muchos otros “enchufados”  en los consejos comarcales como es preceptivo en Cataluña, Áreas Metropolitanas y Asociaciones de Municipios. 

En la Comunidad catalana se inventaron incluso aquello de la asociación de municipios por la independencia (AMI), en la que curiosamente por lo que ignora nuestro mandatario Pedro Sánchez, al menos casi 60 ayuntamientos gobernados por socialistas (en solitario o en coalición) se adhirieron formalmente tras votar a favor de la autodeterminación. Para que luego vengan los líderes del PSOE a negar rotundamente como los indultos la cuestión del referéndum y la autodeterminación. Y menos mal que no prosperó aquella idea del ex president socialista de la Generalidad catalana, José Montilla,  de crear otra nueva división territorial en la Cataluña actual con  las denominadas “veguerías”. Las siete veguerías ideadas proceden del medievo occitanto y se aprobó en el Parlament en el 2010 gracias al voto mayoritario del entonces nefasto tripartito (PSC, ERC e IU). Y aunque el Tribunal Constitucional paralizó enseguida su puesta en marcha, quién sabe si en la próxima mesa de negociación del separatismo catalán con el gobierno español prevista al parecer para el mes de septiembre, no forma parte de una nueva línea roja para acabar entre unos y otros con las diputaciones provinciales y rellenar de nuevos ventrílocuos.

Escandaloso es  que mientras en países como en Francia, Italia, México o Chile se abrió un debate en torno a la reducción de legisladores para recortar el gasto público, en España evitamos el mayor ajuste de la función pública y practicar un ERE en este sector aparentemente improductivo pero con un alto coste para los contribuyentes. Al contrario, damos una voltereta más y a las gargantas agradecidas se le añade la manutención de chiringuitos, cargos de confianza, asesores, mamandurrias, escoltas, chóferes y otras subvenciones variopintas a entidades ad hoc para comprar las voluntades políticas de colectivos por todo el territorio. De acuerdo a algunos cálculos, por todo este concepto “quemamos”  aproximadamente la misma cifra que ahora esperamos recibir de los fondos europeos para la reconstrucción, es decir unos 140.000 millones de euros.

¿De verdad que no hay más remedio que subir impuestos, decretar tarifazos, recortar las pensiones, alargar la vida laboral sin reducir tanto gasto superfluo para sufragar al colectivo de ventrílocuos, cuya única virtud radica en cacarear de forma coral las divisas del partido o apretar todos a la vez el mismo botón en un pleno?

Antiguamente existía toda aquella clase de privilegiados, castas y nobles que hacían la corte al monarca absolutista y/o a la curia para vivir del cuento. Hoy en día se sigue haciendo la corte pero a esa clase intocable que son los partidos y estamentos públicos creados por ellos mismos, aún cuando como Jose Luis Moreno se fichen a perfiles de dudosa cualificación intelectual y académica. En no pocas ocasiones no tienen pudor de presentar los hechos como las marionetas sarcásticas: sentados en las rodillas de un personaje que esputa  palabras “sabias” desde el estómago. En otros casos, o no dicen nada o sueltan “nonsens” (pamplinas sin sentidos, como dirían los británicos).

HACIENDO MARKETING EMOCIONAL

La verdad sea dicha es que escasean en la España actual ventrílocuos con personalidad propia. De existir corren el riesgo de ser fagocitados por los talibanes de turno recurriendo al código de buena conducta, de disciplina interna o al de ética del partido para proteger a la abeja madre.

Y por último, nos topamos con los mass media. Son todos aquellos medios y/o grupos de comunicación que nacen no con un plan de negocio concreto para cubrir un nicho concreto de mercado con la información, sino cuyo único santo y seña es atizar al enemigo político de turno y alabar las bondades de sus donantes de órganos. En torno a una mesa o disposición de asientos se reúnen unos predicadores-tertulianos que ya anticipas, con la fogosidad de sus credos,  un color político determinado. Escasean lo que podríamos denominar, periodistas de bata blanca, que como los médicos intervengan al enfermo sin distinción de raza, credo o sexo para devolverle la salud.

Además se ha creado toda una legión de trolls o cuentas anónimas en las redes sociales para levantar polémica, agitar la crispación y hasta inventar noticias que benefician a sus espónsores políticos. Lo curioso de todos ellos es que aparte de las consignas, de sus gargantas, puños y letras, practican el marketing emocional para crear un tipo determinado de tendencia. Quieren así influir en el estado de ánimo del electorado, porque como hemos reiterado en no pocas ocasiones desde estas páginas, se le quiere otorgar más empeño en los argumentos emocionales que racionales. @mundiario 

 

 


 

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