¿Oscilan los políticos españoles entre dar la nota y el cante?

Pedro Sánchez y Mariano Rajoy./ Mundiario
Pedro Sánchez y Mariano Rajoy.

España es un país capaz de acciones rastreras, pero también de conseguir proezas... "Tenemos gran capacidad para levantar pasiones. Al final, nos odian y envidian a partes iguales", según este autor.

¿Oscilan los políticos españoles entre dar la nota y el cante?

España es un país capaz de acciones rastreras, pero también de conseguir proezas... "Tenemos gran capacidad para levantar pasiones. Al final, nos odian y envidian a partes iguales", según este autor.

Dar la nota es una expresión popular utilizada a menudo. Significa tener un comportamiento extemporáneo o no acorde con lo esperado. El tópico indica que España es diferente. Ignoro si esta insinuación se refiere al hecho indicado o, aun siendo así, se complementa además con otros aspectos de mayor o menor encomio. La diversidad no tiene porqué centrarse solo en perspectivas censurables. Somos un país capaz de acciones rastreras, pero también de conseguir logros, proezas, insólitos. Tenemos gran capacidad para levantar pasiones variadas y variopintas. Al final, nos odian y envidian a partes iguales. Esta circunstancia, tan paradójica como real, permite que nuestro entorno haya comprendido -quizás empiece a hacerlo- tan especial idiosincrasia.

Pese a lo dicho, la sociedad española basa su diferencia, respecto a aquella que conforma la media europea, en su naturaleza indolente, casi fatalista. Llegamos tarde al humanismo. Como consecuencia padecimos orfandad de clases burguesas y de democracias liberales. Semejante marco, origen de todos los males posteriores, ocasionó un retraso social de dos siglos en relación a los países más avanzados de Europa. Su consecuencia lógica fue el surgimiento de un pueblo sumiso y con abundantes déficits democráticos. Es verdad que nuestros políticos dan la nota a diario. También, y es mucho más grave, que esquilman al individuo aprovechando la falta de juicio crítico. Cualquier sociedad inculta es caldo de cultivo para sembrar una conciencia dogmática y sectaria. A lo largo de los siglos, nuestros gobernantes han potenciado la desunión, el enfrentamiento, como medio para conservar inalterable su status quo.

Hoy, seguimos de forma similar a tiempos pretéritos. En ocasiones he recordado que si Ortega viviera no cambiaría una coma a sus lamentos de hace un siglo. Larra escribiría los mismos artículos que realizó doscientos años atrás. España cambia algo, poco, pero sus prebostes nada. Se consideran dueños de esta bendita tierra convertida en aprisco con nocturnidad y alevosía. La masa, desvertebrada, rota, ha servido y sirve de carnaza cuando se quiere solventar las diferentes contiendas propiciadas por un poder insaciable. El horizonte próximo no ofrece ninguna salida. Sentir cierta esperanza de rectificación constituye un anhelo sin fundamento. Menos ver enseguida la luz al final del túnel. Hemos llegado al punto de no retorno. Lo que pueda ocurrir en adelante escapa a cualquier predicción hecha con el mayor sentido común. Ahora manda el azar, la ruleta rusa.

Veamos algunos casos donde líderes, o actores secundarios, llevan tiempo dando la nota. Empiezo por Podemos, partido que ajusta un discurso deshilachado, inconcreto, visceral, al capricho del voto. Puede ser de izquierdas, socialdemócrata, de centro, independentista, nacional, según venga el aire. Importa el poder, nada más. Definiéndose continuamente de democrático, suele inhibirse cada vez que surge un rechazo público e institucional a ciertas dictaduras. Miembros vip de esta formación, dan el cante -fiscal y dialéctico- con frecuencia a mayor gloria. Estos buscadores de oro serían comidilla en mi pueblo a través de la siguiente referencia: “Hay que ver lo que hay que trabajar para vivir sin trabajar”.

Perdónenme, pero Ciudadanos no da la nota. Si acaso, desafina medio tono; nada importante si escrutamos el conjunto. Soy abstencionista confeso, por tanto no interpreten intención ni subjetivismo. Por la misma razón, tampoco deben hacerlo de las palabras que expongo a continuación sobre el PSOE. Este partido, desde Zapatero, protagoniza la exclusiva. Nadie como él ejecuta las salidas de tono con tanta intensidad. Puede que sus perspectivas de gobierno le hagan perder el oremus. Desde esa boutade de Pedro Sánchez anunciando, urbi et orbi, la negativa a pactar con el PP, dar la nota para aquel partido no es una casualidad, es una vocación. ¿Cómo va a liderar el cambio quien desconoce qué se debe cambiar? ¿Qué significa instaurar una España Federal para que Cataluña se sienta gustosa en su seno? ¿Simétrica o asimétrica? Otro mago embaucador no, por favor.

El PP le va a la zaga y acortando distancias. Los ministros, salvo honrosas excepciones, aman el cante por encima de cualquier otra consideración. Ahora que Rajoy ha dispuesto que pisen el albero, esto se ha convertido en un jolgorio, el club de la comedia. Nadie puede decir, igualando los tiempos, tantas sandeces. Es imposible. Lo malo es que ellos piensan que son sandeces y las sueltan creyendo bobo de precisión al contribuyente español. Pronto sabremos si aciertan. El broche de oro lo pone una salida de tono que da el cante: quieren que el Tribunal Constitucional acometa la dualidad de ser, asimismo, un órgano ejecutivo.

Donde la romana se ajusta por arrobas (locución de la manchuela castellano- manchega) es en los independentistas y en estos municipios de cien días. Los independentistas que son fluidos -pero no miscibles- no dan el tono, lo bordan. Madrid, Barcelona y otros ayuntamientos, quebrados o no, destacaron estas fechas de análisis y satisfacciones en dar el cante colectivo, de grupo selecto. Calientes aún los comunes afanes nepotistas, cada cual dio su nota particular. Carmena, verbigracia, apuntó la frialdad mediática como excusa a la nada municipal. Pero para nota, nota, la de verdad, la literal, aquel ocho notabilísimo que se autoadjudicó la señorita Maestre, hija de su padre. Es el talante falaz e hipócrita de “Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”.

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