¿Podrá aguantar mucho España sin caer en el precipicio?

Oficina del Banco Popular.
Oficina del Banco Popular.

España se ha convertido en el paraíso de la delincuencia patria y foránea. Existen leyes, las precisas, pero solo significan un freno para el ciudadano de a pie.

¿Podrá aguantar mucho España sin caer en el precipicio?

Desconozco qué agüero o portento maligno guía este país para que hayamos llegado a horizonte tan terrible. Están ocurriendo sucesos inverosímiles, sombríos, horrendos. La gota que colma el vaso, desparramando parte de su contenido, es el anuncio de que trescientos mil pequeños accionistas del Banco Popular se quedan sin un céntimo. En román paladino, sus acciones valen lo mismo que un duro de Negrín tras la Guerra Civil, pero sin guerra. Yo, un afectado, me pregunto: ¿Se puede afanar con más descaro? Porque vamos a ver, ¿qué cometido se reserva a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV)? ¿Cuál es el papel del Banco de España? Supongo que ambos, de forma complementaria o alterna, deben inspeccionar el arqueo contable de las entidades financieras y, en su caso, la certidumbre de los informes ofrecidos a la CNMV por las corporaciones empresariales para corregir -tal vez regular, aun repeler si fuese necesario- irrupciones y maniobras bursátiles turbias.

Cierto es que, desde hace tiempo, se venía escuchando un runrún nada tranquilizador sobre la viabilidad del Banco, antaño modélico. Ningún responsable financiero, ni institucional, advirtió de forma rotunda alguna alarma. Popular y fraude parecen ahora imbricados sin que hasta el miércoles “nadie” fuera consciente. Noticia y estupor ingrato, estafador, surgieron a la par; sin dar tiempo a digerirlos con calma, con resignación, sin hostilidad. Por este motivo, porque además llueve sobre mojado, pido comprensión para las formas, que en absoluto reitero para el contenido fruto de una reflexión tranquila, fría, e incluso gestada antes de tan intolerable noticia. Si la información es correcta, durante la última década se produjeron más de cuarenta ampliaciones de capital por valor de varios miles de millones de euros, pongamos no menos de diez. Si los activos suman tres mil y la deuda ocho mil millones, ¿dónde se encuentra esa calderilla de los cinco mil restantes? ¿Magia? No, torpeza, mala gestión (ahora se denomina así el presunto “descuido”). Acogiéndonos al aforismo infausto: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”.

Es innecesario ser economista para argumentar con solidez el robo implícito en esa venta. Curiosamente, todas las partes han aireado que la operación no costará un euro a los contribuyentes como si accionistas, poseedores de bonos convertibles y de deuda subordinada (tres mil millones de euros junto a trescientos mil codueños desahuciados por una autoridad bursátil incompetente e inmoral) fuéramos fiscalmente dispensados. Al decir de algún medio, empobrecer a los aludidos podría considerarse expropiación. Nada más lejos. Tal proceso corresponde realizarlo -sometido al bien común- a entes públicos compensándola con un justiprecio, circunstancia que no se ha dado. Yo, sin más, reitero mi calificativo de robo manifiesto. Se ha cometido (presuntamente) un delito porque han desparecido muchos miles de millones con el beneplácito de instituciones, abandonados por un Estado cuyo germen, o principio generatriz, ordena salvaguardar los derechos individuales y colectivos. De momento, y hasta nuevas informaciones, ninguna sigla ha levantado la voz denunciando maniobra tan abusiva e inicua. En adelante ampliaré el mensaje, dentro de mis posibilidades, a la hora de desenmascarar tanta podredumbre.

España se ha convertido en el paraíso de la delincuencia patria y foránea. Existen leyes, las precisas, pero solo significan un freno para el ciudadano de a pie. Los demás, políticos, financieros, comunicadores, instituciones, quedan libres de cumplirlas. Tenemos un país de largos tentáculos e inseguridad jurídica. Semejante escenario nos lleva a dos salidas tan iguales que podrían confundirse. Quienes nacimos en los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, muchos, añoramos el franquismo; una dictadura menos liberticida, corrupta y arbitraria de lo que algunos pregonan sin haberla vivido. Cierto, cada cual cuenta la feria según le va en ella pero yo empecé mi magisterio con veinte años y lo dejé con sesenta. Franco no me regaló nada ni viví a la sopa boba. Otros que ahora lo mortifican (prole inclusive) vegetaron a su sombra. Son aquellos que, ayunos de ortodoxia, saben nadar y guardar la ropa. Constituyen legión. Mientras una gran mayoría está pasando tribulaciones, los de siempre siguen vegetando al cobijo de parejo poder pero con diferente glosario. ¡Cuánta mentira! 

Pese a mi actual vehemencia, rebeldía, indignación, jamás votaría a Podemos. Es verdad, asimismo, que ninguna otra sigla conseguiría convencerme de nada salvo vuelco total. Creeré únicamente en el próximo (prójimo), en quien navega al lado, en quienes sufren los vicios inmundos de aquellos que se dicen servidores. Y a fe que lo son: se sirven para ellos; a lo más, también para sus adláteres. Ya lo dije, soporto muchos años, demasiada experiencia y suficiente sentido común, para caer en las garras de cuatro aventureros totalitarios. La gente joven sí, ellos beben los vientos por lo nuevo, por esa seducción irreflexiva que produce cualquier repique revolucionario. Así acabará esta sociedad, dividida entre franquismo (sus secuelas) y populismo (sus brotes). Menudo consuelo tras cuatro décadas de democracia insustancial, mancillada.

Unos y otros, confabulados -ignoro si con plena consciencia- han robado (no encuentro epíteto más suave) tres mil millones de euros quebrando toda probabilidad de reparación. No importa, que sí, las pérdidas individuales sino el descrédito, que irá haciendo mella dentro y fuera, cuyo valor intrínseco ha merecido desprecio, olvido. Si los pequeños accionistas (nutriente consuetudinario y paganos en alto porcentaje) huyen despavoridos ¿qué ocurrirá en el futuro con el mercado de valores? Rememoro una falacia insistente: la progresión del sistema impositivo, esa propaganda estéril de que con ellos pagarán los ricos. Luego callan que la renta sale de los bolsillos de trabajadores y pensionistas. Es lógico que se atisbe a Podemos -o al franquismo- cuando somos arrebatados por deseos destructivos, igualitarios, aberrantes: “o jugamos todos o rompemos la baraja”. Anhelos que afloran del hartazgo y alimentan neciamente políticos incapaces, iletrados, estúpidos.

Pese a mi carácter, no puedo dejarme llevar por el optimismo insensato. Precisamos en este momento de un realismo pragmático, constructivo: El sistema con semejante ensamblaje no aguanta, vamos abocados al abismo. Reaccionemos.

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