De Pérez y Caldera a Bachelet y Piñera

Sebastián Piñera y su esposa, Cecilia Morel./ @sebastianpinera (Twitter)
Sebastián Piñera y su esposa, Cecilia Morel. / @sebastianpinera (Twitter)

Pero lo que está sobre el tapete, realmente, no es hacer una comparación entre Sebastián Piñera y Juan Hernandez, Evo Morales, o Caldera, con cualquiera de los otros, sino las flaquezas y miserias del presidencialismo norteamericano, una vez hecho carne en los países latinoamericanos, así como la ambición monárquica, en general, de la dirigencia política latinoamericana.

De Pérez y Caldera a Bachelet y Piñera

Los recientes comicios presidenciales de Honduras y de Chile, en el primer caso con la consecuencia, ya casi hecha costumbre, del desconocimiento de los resultados por sospechas de fraude y, en el segundo, con  la vuelta al poder del señor Piñera, ponen de manifiesto, una vez más, cada uno a su manera, la ambición monárquica de la dirigencia política latinoamericana. Un asunto que ya hemos tocado en ocasiones anteriores, al hacer referencia a las peripecias que a través del poder legislativo o del poder judicial, con el objetivo único de manipular la constitución de su país, realizaron sin recato alguno, personajes como Fujimori, Chávez, Daniel Ortega o Evo Morales, por no hacer la lista más larga. 

Pero lo que está sobre el tapete, realmente, no es hacer una comparación entre Sebastián Piñera y Juan Hernández o Evo Morales, o con cualquiera de los otros, sino las flaquezas y miserias del presidencialismo norteamericano, una vez hecho carne en los países latinoamericanos.

La vieja polémica entre quienes aupaban la inclusión de la reelección del presidente en los textos constitucionales de las jóvenes repúblicas recién independizadas de España y entre quienes la consideraban perversa para el sistema político aconsejando, más bien, su prohibición expresa, tenía sus pros y contras argumentativos a la hora de defender ambas posturas. Por eso, las posiciones intermedias fueron preferidas en muchos casos, incorporando la reelección del presidente, pero limitándola a un solo periodo, o bien condicionándola a que no fuera inmediata. En el primer caso se ubicaría, por ejemplo, la propia Constitución de los Estados Unidos, después de la enmienda, la vigésimo segunda, que siguió a las cuatro presidencias de Franklin Delano Roosevelt y, en el segundo, la de la Venezuela de 1961, la misma que llevó tanto a Carlos Andrés Pérez como a Rafael Caldera, en dos ocasiones distintas, a la presidencia. El de Chile, como el de la Venezuela del siglo pasado, es el que también ha permitido a la señora Michelle Bachelet, así como al señor Sebastián Piñera alcanzar la primera magistratura, por dos veces, en periodos no consecutivos, cortando de paso, las pretensiones naturales de cualquier nuevo aspirante de la izquierda o de la derecha a ser candidato presidencial, mientras los apetitos no saciados de la primera presidencia aun presentes en ambos, confluían en la vida política del país convertidos en derechos constitucionales.

Para quienes pensaban que la Constitución de 1961 al impedir la reelección inmediata, mostraba quizás la mejor opción, enfriando las ansias por diez largos años, de quien ya había probado las mieles del poder, los hechos posteriores protagonizados por Pérez y Caldera, lanzándose a la arena electoral, algunas veces contra viento y marea, incluso contra sus propias toldas políticas, deben haber supuesto un crudo desengaño. El daño que en esas cuatro décadas constitucionales se le hizo al sistema político venezolano, en general, pero principalmente al subsistema de partidos, aún no ha sido suficientemente evaluado. El inmediato y más visible, fue el que obviamente siguió al triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998, aunque el remedio haya sido peor que la enfermedad.

En efecto, en la Constitución de 1999 también se permitió la reelección inmediata, aunque limitándola a un solo periodo, tal como la hace la Constitución norteamericana; pero claro está, Venezuela no es un símil de los Estados Unidos, ni Chávez pretendía emular a nadie que no fuese el mismo, por lo que transcurridos los dos periodos presidenciales de seis años cada uno, tuvo que recurrir al manual de siempre para mantenerse en el poder, esto es, el de la alquimia constitucional. Esa de la transmutación de la presidencia temporal en algo casi eterno.

El caso de Honduras, tiene algo particular que lo hace en cierta forma extraordinario y diferente al de Bolivia, Venezuela, Nicaragua o Ecuador. Durante el mandato de su actual presidente Juan Orlando Hernández, apenas transcurridos seis años del secuestro, expatriación, renuncia y destitución de Manuel Zelaya, acusado de traición a la patria por tratar de iniciar una reforma a la constitución hondureña que le permitiese participar en unas nuevas elecciones a la presidencia, se eliminaron las barreras que impedían la reelección presidencial; lo que al final de cuentas significa, que Zelaya fue menos hipócrita que el resto de sus colegas.

Piñera acaba de prometer una nueva constitución para Chile, que sustituya a la actual de Pinochet, algo que Bachelet no llego a cumplir. Será interesante observar por cuál alternativa se decantan los chilenos, si es que no mantienen la actual. Aunque si algo puede darse como cierto en esta materia, es que los Pinochet surgen tanto del lado de afuera de la Constitución como del de adentro. @xlmlf @mundiario

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