Ojo al parche

Calima. RR SS.
Calima. / RR SS.

El enrarecimiento del aire no es grave; el riesgo es si se enrarecen las relaciones ciudadanas con falsas prisas y ansiedades imposibles.

La calima que estos últimos días sobrevuela más de media España puede ser, para muchos, un signo apocalíptico, como se ha podido oír en algún medio. Caben muchas interpretaciones a este fenómeno natural, que los canarios conocen tanto y que, sin ser extraño cuando soplan los vientos del Sur, después de dos años de pandemia inconclusa, y en medio de una guerra que nos pone los muertos encima de la mesa a todas horas, llevará a más de uno a presagiar la cercanía del fin del mundo.

En la indefinición que crea para orientarse, estas partículas en suspensión que amarillean la atmósfera invitan a ejercicios de orientación. Recuerden aquel dibujo de las enciclopedias en que un niño con los brazos en cruz y mirando hacia el Este, tenía enfrente un espléndido sol naciente; los otros puntos cardinales, según señalaba una rosa de los vientos marcada en el suelo, indicaban el Oeste a la espalda, determinando el Norte a la izquierda y el Sur en la orientación del brazo derecho. Para entonces, antes de noviembre de 1989, el Este y el Oeste expresaban, además, posiciones geopolíticas de variable grado de calor, en la gama del frío, que había marcado el rumbo de las relaciones internacionales desde la Conferencia de Postdam en agosto de 1945; el Muro de Berlín era el límite divisorio en esta  del mundo.

De entonces acá, la caída de ese símbolo de la división europea y mundial ha dado lugar a confusiones y amagos tendentes a que el conjunto de hábitos de lo que solía llamarse “cultura occidental” colonizara el espacio que había estado detrás del “telón de acero”. Nadie en el Oeste imaginaba que, treinta y tres años más tarde, pudiera volver a gestarse una divisoria parecida a aquella. No tuvimos en cuenta que, en el panteón romano, había divinidades enemigas de la felicidad humana ni que el  Salmo 88 expresara el clamor por los males que podían recorrer la existencia, cerrada como podía estar, “sin salida” y con los ojos “consumidos por la pena”. En aquella discutida versión de Francis Fukuyama en 1992, habíamos llegado al final de la Historia.

guerra y paz, Putin y Zelenski

No está mal no perder de vista aquella ingenuidad a la hora de orientarnos en el presente, mientras vemos el desastre que están sufriendo en su tranquilidad personas como nosotros, en casas como las nuestras. La información que nos están transmitiendo masivamente produce una sensación, a veces, similar a la que la calima genera, muy propicia para no enterarnos de lo que está pasando y nos decidamos sin rechistar, como en las películas del Oeste, por el maniqueísmo: los buenos y los malos, la guerra y la paz, Putin y Zelenski, lo justo y lo justo, sin saber nada de las causas y causantes de este desgraciado asunto. Tampoco nos están orientando apenas acerca de la nueva reformulación del mundo que, a la chita callando, se esté configurando; qué pueda significar en pocos años el Oeste y Occidente en la geopolítica que se está reconfigurando, el eje atlántico  o el pacífico, como si nadie supiera nada.

Esta desorientación en que andamos genera, entre nosotros, todo tipo de debates y confusas mixtificaciones, solo conducentes a la banalidad y a que crezca el desconcierto. Algunas reacciones parecen propicias a completar en la UE estructuras propicias a una mayor integración, pero justo ahora en que nos sentimos apretados. Las cuestiones de comer, la energía y la defensa común andan por medio acelerando iniciativas que, hasta ahora, no eran urgentes. Nadie está reivindicando con similar ardor, por ejemplo, el sentido más profundo de la cultura común que debiéramos compartir, como querían los primeros fundadores de la Comunidad Europea, en medio de la tristeza que había dejado tras sí la IIGM con sus millones de muertos. De aquella Europa que propugnaba Robert Schuman en 1950, como espacio de “libre circulación de capitales, productos comerciales y personas”, lo que se ha desarrollado han sido los dos primeros capítulos. Ha merecido la pena porque se ha logrado mantener un espacio libre de los enfrentamientos mortales que, para marcar influencias –sobre todo entre Francia y Alemania- se habían producido desde  finales del siglo XIX especialmente. Pero no se ha avanzado demasiado en la integración de un espacio cultural común, bien trabado por un relato histórico compartido; y su defensa, que ahora se reivindica, siempre ha estado subordinada a la OTAN desde 1949, cuando la Guerra Fría estaba claramente comandada en Occidente por EEUU.

Prisas y urgencias

En nuestro particular recorrido, hasta 1953, en que a EEUU le convinieron las bases militares en la Península, anduvimos bastante a la deriva, en plan de autarquía y cartilla de racionamiento para comprar el pan y el cuarterón de tabaco. Quienes primero se enteraron de que en Europa había un Estado de Bienestar en marcha fueron los casi tres millones de emigrantes españoles que, en muy pocos años se acumularon, sobre todo, en Francia y Alemania, a sumar sumarse el casi medio millón  de exiliados que había producido la Guerra del 36. Para los españoles del interior, no fue fácil el tránsito a una economía y un país homologable democráticamente; planes, sueños y proyectos arruinados por la represión de las libertades y derechos mínimos de las personas tardaron en poder expresarse. Entrar en esa Europa que ya había cambiado de nombre tres veces, hasta llamarse Comunidad Económica Europea, hubo de esperar al 12 de junio de 1985.

Cuando tenemos a tres horas de avión una guerra que remueve muchas historias de aquel pasado, y pone en tensión muchas de las mejoras que a España le ha traído la UE, merece la pena no olvidarlo para orientar con criterio el futuro; el gran proceso de consolidación democrática, con sus derivaciones en un Estado de Bienestar en proceso de consolidarse, puede venirse abajo ante voces “con poco aguante” para cuanto no salga de sus luminosas meninges. Mientras los grandes del posicionamiento global velan por sus inacabables afanes de dominio universal, los europeos perderemos consistencia si no completamos la federación; y los españoles lo notaremos muy pronto si no arrimamos el hombro a la colaboración mutua. Ni somos tan libres como algunos pregonan con martirial entusiasmo, ni tan autónomos que toda iniciativa común haya de ser vista como atropello. El momento requiere especial unión para defender y ampliar lo que desde 1985 hemos atisbado: una sociedad democrática capaz de compartir un espacio común de derechos y libertades en igualdad. En el Museo Thyssen de Madrid, se exhiben estos días  más de cien obras sobre lo Hiperreal. El arte del trampantojo, que durante siglos ha visibilizado maneras de engañar al ojo con la mentira bien dibujada; más o menos igual que muchas supercherías, posverdades y estrictas falsificaciones que recorren hoy los medios informativos. ¡Ojo al parche! @mundiario 

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