La xenofobia de Casado

Pablo Casado. / Mundiario
Pablo Casado. / Mundiario

Jugar la baza del racismo es un pequeño paso para Pablo Casado, pero es un paso enorme para la democracia. Un paso atrás, un paso contra ella. Ciertas líneas rojas de la convivencia democrática no deben sobrepasarse.  En el PP triunfó lo peor de sí mismo, ese núcleo duro de iluminados dispuestos a inventar lo que sea con tal de salvarnos de lo que sea

La política está en crisis. No hace falta ser politólogo para verlo. Es un mal a nivel universal. En España, la degeneración de los tejidos de los partidos de cuadros va pareja a la debacle internacional de la clase política. Al mismo tiempo contemplamos un retraimiento del capital social –las normas no escritas en las que la mayoría cree– y un relajamiento de los valores humanistas, sustituidos por el individualismo más ramplón, manoseado e impuesto por un capitalismo de lo inmediato y aparente que corroe estructuras y sobre todo Instituciones. Occidente entero se hunde en su propia crisis existencial una vez pisoteado y liquidado el existencialismo, último bastión ilustrado que nos podía salvar de esta estupidez individualista.

Las gentes de la izquierda, en su sentido más amplio, sufrimos ante el panorama desolador del presente y el juego amargo de oportunidades de futuro. La esperanza se disuelve con cada telediario, con cada fake-news del Face, con cada mentira de laboratorio. Sin embargo, la derecha disfruta del panorama. No me refiero a la derecha democrática: demócratas liberales, democristianos e incluso neoliberales íntegros, que los hay. Hablo de la derecha cavernícola, de bandera aguilada, enemigo común, miedo primario, ignorancia y odio visceral. Esa derechona disfruta con la desestabilización del sistema. Después de todo no dejan de ser los más peligrosos antisistema y la amenaza más evidente de la paz social. Cuando la gente no cree en nada es fácil hacerla creer en cualquier cosa.

En el PP triunfó lo peor de sí mismo, ese núcleo duro de iluminados dispuestos a inventar lo que sea con tal de salvarnos de lo que sea. A su cabeza ese hombre oscuro, sombra acanallada de su propia soberbia, el Expresidente Aznar. Al volante mediático han puesto al inefable Casado, un ser vivo, como cualquier otro, solo tienen que pedírselo para que al momento se transforme. Un cambia-pieles ciego y sordo. Es el perfecto arribista. Una copa que se puede llenar con agua o con cicuta. Lo mismo da.

Me queda la pregunta de por qué razones imponen a un tipo que es el hazmereír nacional: el de la media carrera de Derecho en cuatro meses, el del Máster de Universo...  Imaginemos, si sigue ahí, cuando quiera intervenir en el Congreso. El cachondeo está servido. Es inviable. No hay otra que pensar que su interinidad está programada. La otra opción es que la ultraderecha vaya a por todas y poco le importe tenerlo al frente del caos. Los dioses nos libren, pero veamos como va el tema...

Casado, el ser vivo, siguiendo las órdenes de los que le dan las órdenes, juega como un pequeño Goebbels la versión más miserable de la intoxicación mediática. Ayer mismo hablaba de la culpabilidad de Pedro en la crisis migratoria de nuestras fronteras. La primera pregunta es, ¿cómo puede ser Sánchez responsable de la crisis si lleva en el cargo tres horas? Luego nos damos cuenta de nuestra propia ingenuidad. La pregunta es, ¿pero de qué crisis migratoria me habla, don Pablo?

De todas las banderas de la agitación, inventarse una crisis migratoria habida cuenta la miseria y dolor de los emigrantes y los enormes problemas que sufren, ya, de por sí, es de una gravedad difícil de evaluar en toda su extensión moral. Pero tras el ejemplo italiano de Matteo Salvini o los griegos de Amanecer Dorado, supone subirse los vientos neofascista que amenazan con arrasar una débil Europa. Jugar la baza del racismo es un pequeño paso para Pablo Casado, pero es un paso enorme para la democracia. Un paso atrás, un paso contra ella. Ciertas líneas rojas de la convivencia democrática no deben sobrepasarse. Pero a Casado se la fuma. Jamás en su vida soñó llegar tan lejos. Pagará el precio que le pidan, aunque tenga que usar como carnaza a los cuatro desgraciados que llegan a nuestra fronteras huyendo de la muerte que nuestro propio capitalismo lleva a sus naciones.

Algunas preguntas, ¿por qué, de pronto, cuestión inusual, se produce un asalto a la valla ceutí con profusa violencia organizada? ¿Por qué un diario se apresura a publicar que los emigrantes "entraron matando"? ¿Matando? ¿A quién mataron? ¿Cuántos murieron? ¿Por qué se publica que ahora, de pronto, es "imposible defender la frontera"? ¿Acaso nos ataca Rusia o EE.UU.?  ¿Por qué hoy nos cuentan que "sufrimos una invasión en toda regla"? ¿Una invasión de qué, de títulos falsos, porque de seres humanos suena muy poco serio!! Suena a paranoia fascista. A maniobra de intoxicación. No quiero ir más allá en las razones de la organización y violencia del último asalto, lo dejo al entendimiento del lector.

Goebbels estaría orgulloso, pero ese supuesto orgullo debe alarmarnos. Estamos ante hechos de extrema gravedad. Los cimientos de la democracia se desquebrajan por la mezcla inmunda de oportunismo, soberbia, ansia de poder y la locura de algunos individuos y grupos con objetivos inconfesables. La actualidad desemboca en el todo vale. Y en una democraia sana no todo vale a no ser que la democracia y sus normas no te importen. Las gentes sin moral y sin normas son peores que las bestias. El cinismo y la mentira son sus armas más poderosas.

Recomiendo unidad de los demócratas, conciencia del peligro y serenidad ante las provocaciones. Temo que el asalto solo esté empezando, pero no a la frontera de Ceuta o Melilla, sino al Estado de Derecho y la Democracia Española. Este verano seremos testigos de cosas increíbles. Ojalá me equivoque. @mundiario

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