¿Ciertos gestos políticos provocadores son una marca o un recurso publicitario?

Águeda Bañón.
Águeda Bañón será la nueva directora de Comunicación del Ayuntamiento de Barcelona.

A lo mejor son gestos, para algunos extemporáneos o provocadores, convertidos en una marca de fábrica, una especie de metalenguaje del cambio anunciado o un recurso publicitario sin más.

¿Ciertos gestos políticos provocadores son una marca o un recurso publicitario?

A lo mejor son gestos, para algunos extemporáneos o provocadores, convertidos en una marca de fábrica, una especie de metalenguaje del cambio anunciado o un recurso publicitario sin más.

Hace unos días decía yo en otro artículo MUNDIARIO que si tenían que llegar los bárbaros que fueran por lo menos los de Roma. Me equivoqué.

No sé bien dentro de qué categoría clasificar a esta variada gama de personajes a cual mejor que han caído sobre las instituciones bajo el signo del cambio, la renovación y el tiempo nuevo regenerador de las viejas políticas, aunque alguno de los consignados en este apartado, como el PSOE, hayan contribuido decisivamente a la instalación de la ola salvadora. Lo que pensábamos que era una anécdota es una categoría.

La activista y artista visual Águeda Bañón será la nueva directora de comunicación del Ayuntamiento de Barcelona.
La activista y artista visual Águeda Bañón será la nueva directora de Comunicación del Ayuntamiento de Barcelona, según La Vanguardia.

 

Veamos algunos ejemplos: una responsable de comunicación de uno de los más importantes ayuntamientos de Europa que, además de neopornógrafa, se mea en la vía pública espatarrada; un jefe de seguridad de otra no menos importante ciudad que se declara partidario, como ciudadano, de los 'okupas'; un alcalde que acude crespo a evitar el desahucio de un vecino a que no acucia un banco, sino que no paga la renta de alquiler (como en 7 de cada 10 de este tipo de episodios) no a una capitalista, sino a una viuda mayor y sin recursos; un concejal de cultura que se entretiene haciendo humor con la tragedia y los crímenes más atroces; una portavoz que ataca una capilla, se despelota y anuncia la quema de iglesias, un variada serie de alcaldes y alcaldesas cuya primera provisión es retirar de sus despachos los símbolos del Estado o muestran su insignia en la plaza, cuan si fueran paladines esforzados que han logrado un trofeo.

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Escena con la bandera del Orgullo Gay en la Puerta del Sol de Madrid.

 

¿Para qué seguir? Y lo peor no son estas gentes, sino quienes con todo tipo de argumentos intelectuales y políticos defienden sus actos como cosa normal. O que estos renovadores de la moral no hayan tardado nada en enchufar a sus parentelas con el viejo estilo de toda la vida.

Y nada queda ya sin embadurnar. Con las fiestas tradicionales de barrios y ciudades rivalizarán ahora las de determinadas opciones sexuales que se han convertido en el paradigma de lo digno, lo moderno, lo que debe ser propalado. Yo no digo que no se celebren estas fiestas –sin los excesos conocidos, por cierto-, sino que cada cosa esté en su sitio.

Cierto que hay que esperar, porque a lo mejor todos estos gestos, para algunos extemporáneos o provocadores son solamente eso, una marca de fábrica, una especie de metalenguaje del cambio anunciado o un recurso publicitario sin más. Puede ser. Ya hemos visto que empiezan a reconocer que los grandes cambios máximos de los programas no podrán llevarse a cabo dentro de sus competencias o cómo se atempera el discurso neochavista en el que se cabalgaba al inicio; pero al tiempo se insiste en otros, como el borrón y cuenta nueva con la banda de asesinos porque ya no maten.

De todos  modos, aunque vayamos de sorpresa en sorpresa vamos a esperar. A veces, desde el Gobierno, las realidades y las posibilidades cambian y los maximalismos de “ser razonables, pidiendo lo imposible” se ahorman a la fuerza de los hechos. Vamos a esperar, sin mucha confianza, francamente.

Todos somos algo culpables de haber llegado hasta aquí. Tengo la sensación sincera de que nuestra época es la misma en cuanto a decadencia que la significó el final de Roma. Pero en nuestro caso no vendrán los bárbaros ni los turcos. Vienen las que se mean en la calle.

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