Felipe y Letizia forman una pareja joven, moderna y preparada que no parece arrugarse

Letizia Ortiz. / Casa Real
Letizia Ortiz. / Casa Real

Cuando se ve a Letizia al lado de otras damas o princesas extranjeras, al menos siento el desahogo de que alguien que está ahí representando a España se identifica con una mujer moderna.

 

Felipe y Letizia forman una pareja joven, moderna y preparada que no parece arrugarse

Cuando se ve a Letizia al lado de otras damas o princesas extranjeras, al menos siento el desahogo de que alguien que está ahí representando a España se identifica con una mujer moderna.

Confieso que no sé siquiera porque he escrito este artículo para MUNDIARIO, donde colaboro. Me explico: soy de las que opina que sobran noticias importantes de las que informar o analizar, sin recurrir a frivolidades cómo qué zapatillas se ha calzado fulanita o lo poco acorde que iba para la ocasión menganita. Pero desde la oportunidad que me brinda este diario, siempre desde la independencia y pluralidad de opiniones que en el mismo se ejerce, aprovecharé para dar mi humilde y sobre todo ignorante opinión en tema de protocolos, de nuestra joven reina, por lo que, por adelantado pido disculpas a quien pueda herir. Sin que ello sirva de excusa por no haber elegido un tema de mayor importancia o al menos trascendencia, invocando ya por adelantado el “mea culpa”.

Soy republicana y considero la institución monárquica como algo desfasado y hartamente anacrónico, más propio de otras épocas, y frente a la que ya, en su día, la propia Revolución Francesa y el pueblo vecino dejó puestos los puntos sobre las íes, con mucha sangre y cabezas rodando por el suelo, eso sí. Todo ello en pro de la lucha de ideales tan dignos y actuales como la Igualdad y la Libertad. Pero terciando en lo frívolo del caso, son frecuentes los artículos que se publican en contra de doña Letizia en su papel de reina, todos con una línea común; si no da la talla como tal, si el vestido que lleva no es acorde a la Pascua Militar, si deja el bolso encima de una mesa en contra de todo protocolo de realeza que se precie, si ha dado que hablar vistiendo a la heredera de una manera inapropiada… Pues bien, como será que no me gusta que se critiquen nimiedades, he decidido escribir lo que desde la vulgaridad, y como miembro de la plebe humildemente opino, y que además y desde un primer momento, al igual que las críticas vertidas hacia la monarca, entiendo que no interese a nadie y que a nadie importe. Yo haría lo mismo, pero aprovechando la oportunidad digamos que desahogo.

Desde el anacronismo que supone la Monarquía en pleno siglo XXI, casi lo mismo que creer en el misterio de la Santísima Trinidad, en España, constitucionalmente, vivimos en una Monarquía Parlamentaria. Si Letizia es demasiado vulgar y no forma parte del mini club de la realeza, aquí deberíamos estar acostumbrados, pues impropio y totalmente inapropiado eran los modos del Rey don Juan Carlos en muchas ocasiones, quien no se caracterizaba por seguir el protocolo; siendo así, que precisamente los comentarios y los afectos que conseguía, la mayoría de las ocasiones, eran por precisamente romperlo y demostrar afabilidad y humanidad con quien se le acercaba. Ese era para muchos el rasgo más apreciado del Rey, como tantas veces se ha escrito de su carácter “campechano”, y vaya entrecomillado el término.

Una mujer actual de su país 

La reina actual no tiene “sangre azul”, como ningún otro que la haya precedido. Está divorciada. Ha sido una mujer trabajadora, moderna, capaz, inteligente  y además muy bella. A todo ello, yo le sumo su elegancia. Cuando se la ve al lado de otras damas o princesas extranjeras, por lo menos, siento el desahogo de que alguien que está ahí representando a España se identifica con una mujer moderna y actual de su país. Lo mismo me sucede con el Rey. Son una pareja joven, moderna y preparada que no parece arrugarse por atavismos o costumbres marcadas por la aristocracia rancia. Me gustan. Aquí abro paréntesis para mencionar que desgraciadamente no me sucede lo mismo con el Presidente del Gobierno, irónicamente, elegido en las urnas por el Pueblo, quien generalmente me hace sentir vergüenza ajena.

Pues bien, no acabo de entender que los méritos sean para otro tipo de reina, la que calla, que aguanta adulterio tras adulterio, desplantes, y todo ello de forma pétrea. Me parece encomiable que lo haya hecho y que se admire el cumplimiento del protocolo al dedillo de doña Sofía, pero en mi generación creo que ese comportamiento no es una virtud, sino más bien el reflejo de una sociedad que somete a la mujer, quien debe ejercer de florero y callar con lo que le ha tocado. Lucir y no quejarse. Se me contestará que no hablo de una familia cualquiera. Efectivamente, soy consciente de ello, y del papel que debe ejercer una reina, pero las instituciones tienen que adaptarse a los tiempos y abrirse a nuevas fórmulas, y yo no quiero una reina esclava, ni muda, ni sometida. Eso, o seguir un camino que en este caso no beneficiaría en nada a una entidad ya de por sí extemporánea, que se la perciba alejada, altiva, solemne y corrupta, lo cual sería la estocada mortal que de algún modo el propio Urdangarín y la Infanta doña Cristina, de sangre real y educada en el protocolo de la Casa, han ejecutado sin pudor alguno.

Por cierto, me encantaban las princesas en la Pascua Mallorquina. Preciosas como siempre.

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