La encrucijada cubana

Una calle de La Habana. / Pixabay
Una calle de La Habana. / Pixabay
Durante décadas, los dirigentes cubanos no podían pensar que la URSS iba a caer como un castillo de naipes y que la beneficiosa dependencia económica en la que estaban instalados iba a provocar consecuencias negativas muy duras.

Cada cierto tiempo, la situación política y social en la que vive Cuba ocupa lugares destacados en el mundo mediático del Estado español. En esta última ocasión, el motivo de la aparición fueron las protestas registradas en algunas ciudades y villas de la isla caribeña debido a las dificultades que atraviesa un amplio sector de la población para conseguir los bienes y servicios que precisa para hacer frente a los efectos derivados de la pandemia del coronavirus.

Para ponderar el interés de la polémica desatada en el ámbito de la política española a partir de los sucesos cubanos, resulta necesario diferenciar los argumentos utilizados en el universo de la derecha (política y mediática) de los que se manejan en el seno de los sectores históricamente defensores del sistema político existente en la isla.

En el primer caso, siguen repitiéndose los viejos lugares comunes: Cuba merece ser penalizada (incrementando las importantes restricciones que ya viene padeciendo) para que se produzca, a corto plazo, el derrocamiento del régimen que nació en 1959. Los que difunden estas ideas saben que esa táctica intervencionista no alcanzó, en todas estas décadas, los resultados que deseaban y conocen, además, que las relaciones internacionales no funcionan en base a las características de los sistemas políticos que rigen en los distintos países. La exhibición de una impúdica hipocresía es moneda corriente en el PP, Vox, C’s y en los analistas habituales del bloque conservador: las movilizaciones habidas en los últimos meses en Chile o en Colombia (con cifras importantes de personas muertas y heridas) no merecieron la misma reacción de beligerancia crítica que ahora manifiestan. Si cambiamos de continente, la doble moral resulta escandalosa: aceptan como algo normal lo que sucede en Arabia Saudí, Marruecos, Egipto y tantos otros países africanos. No se cuestionan las relaciones con China o Vietnam (con estructuras políticas muy parecidas a las que se demonizan en el país caribeño). Ciertamente, parecen quedar muy lejos aquellos tiempos en los que Manuel Fraga viajaba a Cuba para visitar a Fidel Castro y Aznar no tenía problemas para acudir a Trípoli y hacer negocios con Gadafi.

En la otra parte del escenario, las reflexiones y los debates resultan más atractivos en el plano intelectual, aunque no tengan, necesariamente, consecuencias prácticas en las decisiones que puedan adoptar los actores más directamente implicados. Como ya señalé en alguna otra ocasión en MUNDIARIO, los análisis que se hacen desde la izquierda sobre la situación cubana deben enfrentar una dificultad de mucha envergadura: la revolución de 1959 y la posterior resistencia ante el belicoso intervencionismo de los EE UU convirtieron al régimen castrista en un símbolo del combate liberador de los países del tercer mundo en el contexto de una “guerra fría” que no permitía equidistancias ni siquiera distanciamientos críticos. Ciertamente, resulta complicado discrepar de alguien que lleva mucho tiempo sometido a un injusto bloqueo, pero es necesario distinguir los efectos provocados por el asedio exterior de los errores cometidos o de las carencias no reconocidas.

Es verdad que durante décadas (los años 60, 70 y 80 del siglo pasado) los dirigentes cubanos no podían pensar que la URSS iba a caer como un castillo de naipes y que, por tanto, la beneficiosa dependencia económica en la que estaban instalados iba a provocar consecuencias negativas muy duras y de muy complicada superación. Pero, a partir de ese momento, demostraron poca capacidad para transitar por nuevos caminos en el campo económico (por ejemplo: reducir el peligroso monocultivo turístico o promover usos productivos agrarios para evitar la excesiva hipoteca de las importaciones de productos alimenticios) y en el campo político. Es dudoso que un sistema de partido único pueda sobrevivir en el actual contexto latinoamericano. Mas aún: algunas de las mejores experiencias de transformaciones sociales en aquella área durante los últimos años (Brasil, Uruguay, Bolivia, Ecuador...) demostraron ser compatibles con la vigencia de sistemas pluripartidistas. Aunque las especificidades históricas cubanas son indiscutibles, las experiencias más próximas podrían ayudar en la búsqueda de fórmulas singulares que permitan mantener y actualizar un nivel adecuado de diálogo e interlocución con la mayoría de la población. Precisamente, las protestas de este pasado mes de julio demostraron que no hay canales suficientes de comunicación y negociación para buscar soluciones a las demandas suscitadas.

El futuro de Cuba va a depender, en gran medida, de lo que suceda en los tres o cuatro próximos años

Pensando en un horizonte temporal más amplio, la evolución de la situación cubana va a depender, lógicamente, de dos factores primordiales: la voluntad y capacidad de los actuales dirigentes para acometer reformas de importancia en el cuadro económico y en el esqueleto institucional y, por otra parte, la disposición que tenga la Administración Biden para ir mudando las medidas instauradas por Trump. Por el momento, el inquilino de la Casa Blanca no parece muy dispuesto a recuperar la vía emprendida por Obama (precisamente cuando él era vicepresidente) evitando reducir la problemática de la isla a una cuestión de cálculo político para las próximas citas electorales al Congreso norteamericano. Es, sin duda, una mala noticia que no estaba prevista en los pronósticos hechos para la nueva etapa presidencial después del nocivo trumpismo vivido en los últimos cuatro años.

Todos los indicios apuntan a que el futuro de Cuba va a depender, en gran medida, de lo que suceda en los tres o cuatro próximos años. Y, como siempre ocurre, nada está escrito de antemano. @mundiario

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