Lo que menos necesitamos ahora es otra oleada de desahucios

Acabamos de recibir las noticias de que los tres principales bancos españoles han acumulado en 2022 unos beneficios que rondan los 20.000 millones de euros. Y a la vez nos llega la noticia de que el Banco Central Europeo ha subido medio punto más el euríbor, hasta el 3%, mientras anuncia que no se quedará ahí, y que en marzo volverá a las andadas.
Hace un par de días escribí que el BCE no ha sabido responder a la situación real, porque ha aplicado un remedio típico para una situación de demanda expansiva a una coyuntura en la que la inflación no la produce un incremento caprichoso de la demanda, sino al encarecimiento de la oferta, precisamente de bienes de primera necesidad, como son la energía y los productos alimentarios, que dependen de los fertilizantes, del transporte y de una oferta que se ha reducido con la guerra. Todo ello como fruto de la invasión de Putin. Y aplicando un dogma monetarista lo único que está logrando no es luchar contra la inflación, sino hacer más difícil la recuperación económica.
Pero hay efectos colaterales de esta aberración del BCE que no podemos pasar por alto, porque atañen en su conjunto a un bien de interés social, como es la vivienda, señalado en la Constitución como un derecho sobre el que, además, impone un mandato a los poderes públicos para que lo hagan cumplir. La influencia directa que la subida de tipos de interés va a tener en las hipotecas que se rigen por las oscilaciones del interés variable es un efecto directamente negativo de la decisión del BCE.
Entre 2003 y 2022 se firmaron alrededor de 10 millones de hipotecas que se rigen por el interés variable: en torno a un 40% de las cuales, pactado por períodos muy largos, impuestos por el estilo que se inventaron los bancos para inflar la burbuja inmobiliaria. Lo cual nos puede hacer pensar que casi la mayoría están vigentes en este momento. Y la actualización de cuotas debido a la subida brutal del euríbor casi puede afectar a esa abultada cantidad de hipotecas, o a poco menos.
Y todo ello en un momento de inflación que, aunque sea la menor de Europa, no se mueve en una cifra desdeñable. Lo cual significa que se va a poner en un brete todo lo que se ha trabajado y luchado para evitar que las sucesivas crisis de los últimos cuatro años desgarren nuestra cohesión social.
Eso significa que es urgente analizar la situación y buscar una solución que impida que se perpetre la barbaridad de una actualización de hipotecas que ponga la economía de muchas familias patas arriba. Lo que menos necesitamos ahora es que el BCE -con una doctrina trasnochada y radicalmente equivocada- nos desestabilice socialmente con una cadena de desahucios. Ni con una repercusión en el problema (ya insostenible) de los alquileres.
Para sacar adelante nuestra recuperación económica necesitamos paz social, y es preciso que los ciudadanos no se sientan amenazados -sino potenciados- en su situación económica personal y familiar. Por tanto, es preciso hacer algo, y tomar alguna medida que evite la inquietud y la zozobra.
Es cierto que se ha tomado ya una medida para que las entidades financieras paguen transitoriamente más impuestos por los mayores beneficios que van a obtener con la subida de tipos de interés. Pero eso no impide que se adopten otras medidas, encaminadas a evitar que suban peligrosamente las cuotas de las hipotecas. Medidas que podemos aclarar por adelantado que no son un “bis in idem”. Porque si las opciones que se adopten disminuyen los beneficios bancarios, también disminuirán esos impuestos extraordinarios y transitorios. Por tanto, no habría redundancia en las cargas a la banca.
Por otra parte, con los bancos todavía tenemos cuentas pendientes a favor de la sociedad. No olvidemos que -sin tener en cuenta otros desaguisados- quedan por ahí unos 60.000 millones de euros no devueltos por nadie. Y aunque haya bancos que puedan argumentar que ellos no recibieron esas ayudas, se les puede responder que también se beneficiaron de ellas, porque adquirieron las entidades reflotadas, en condiciones más que ventajosas. En algún caso estamos hablando de precios simbólicos de compras por un euro.
Pero no sólo están los famosos 60.000 millones (que, a algunos, cuando echamos cuentas, se nos convierten en una cantidad más abultada). Está lo de la Sareb y el vertedero de los activos tóxicos de la banca, que doce años después aún está sin resolver, y nos está costando dinero.
Quiero decir que motivos suficientes tiene el Estado español para hacer que los directivos de la banca se sienten a negociar soluciones, para evitar la catástrofe social que nos ronda con una medida desproporcionada. Y el Gobierno tiene que actuar en consecuencia, para conjurar, también en este caso, como ha hecho con otros muchos, el más mínimo atisbo de debacle. Y para cumplir el artículo 47 de la Constitución.
Soluciones hay. No soy el único que ve bien la alternativa que daba la vicepresidenta Yolanda Díaz, de unificar todos los contratos hipotecarios, manteniéndolos como de interés fijo, sin hacer actualización alguna. Teniendo en cuenta que cualquier actualización que se produjera ahora sería fruto de unas medidas sobrevenidas, no por una evolución normal de la economía, sino por causa de una guerra no provocada por la Unión Europea, y por unas medidas traumáticas del estilo de las tomadas cuando la crisis financiera y que nos dejaron a todos maltrechos.
Opciones hay para negociar fórmulas válidas. Pero sin que los bancos olviden dos cosas: primero, que le deben una -y muy grande: casi la supervivencia- a la sociedad española y al Estado; y, en segundo lugar, que cualquier desajuste que se pueda producir en nuestra economía también les va a afectar a ellos. Que han pasado con cierta comodidad hasta ahora estas crisis, gracias a que se ha gobernado con mucha prudencia y con mucha imaginación, para evitar disrupciones y desequilibrios. Si la cúpula bancaria colabora y también le echa imaginación, quedará igualmente beneficiada, y saldrá de ésta formando parte de manera más activa y más empática con el conjunto de nuestra sociedad. @mundiario