Morticia mía y otros libros

Un libro se lee por infinidad de razones: a modo de reflexión, para disfrutar, evadirse o entretenerse... Pero Morticia mía, - no Morticia Adams- es la Muerte. Si os interesa, leed...
Mi relación con la literatura ha sido muy irregular; cuando era niña me encantaba leer. Sin descuidar mis estudios leía a todas horas y mis padres fomentaban mi interés, comprándome libros en vacaciones, por mi cumpleaños, por Reyes... En aquella época, un libro era el mejor de los regalos. Me encantaban las aventuras de Los Cinco, Los Siete Secretos, Puck, y todo tipo de sagas creadas por escritores diversos- la mayoría extranjeros- a la medida de sus pequeños lectores. A los once años gané el tercer premio de un concurso literario. El premio consistía en un lote de libros, de los cuales tan solo arañé las páginas de algunos, pero sin terminarlos, pues no encajaron en mis hábitos lectores, salvo uno: El sombrero de tres picos, de Pedro Antonio de Alarcón. A pesar de no entender del todo la picaresca y los entresijos de la novela, los líos de faldas o sus amagos, en conjunto me gustó mucho, y fue mi primera incursión seria en la literatura patria.
En la adolescencia me vi “obligada” a leer El Quijote- en clase preguntaban los capítulos y si no los sabías, te ponían un cero- y, aunque era farragoso leer en castellano antiguo, la compleja trama de esa novela coral y costumbrista me resultó refrescante, como si se hubiese abierto ante mis ojos una ventana a un pasado remoto, y, por eso, fascinante. Reconozco que no soy muy original en mi pasión por este libro, porque respecto al ingenioso hidalgo manchego se han escrito ríos de tinta y se seguirá haciendo. Pero este artículo versa sobre la lectura y, dada la época histórica en que nos encontramos, hay tanto escrito que no me queda otra que ser “muy injusta” con infinidad de títulos; pasando a vuelapluma por algunas obras del siglo XX destaco La colmena de Camilo José Cela, muy amena para mí, y, en cambio, me disgustó el final de El árbol de la ciencia, de Pío Baroja. Siempre me gustaron los finales felices, o al menos abiertos.
La Facultad, y las oposiciones posteriores fueron un desierto en términos literarios, con infructuosos resultados respecto a algunas famosas novelas dramáticas como Cumbres borrascosas de Emily Bronté, que no pude terminar. Y ahora que me he adentrado en el mundo literario desde el otro “lado” -el de escritor- he retomado la lectura, y lo he hecho con un placer similar al que experimentaba en mi infancia. Recientemente he leído varias novelas, cuya impresión me gustaría comentar, antes de centrarme en el título inicial de este artículo.
En pleno mes de agosto de 2022 La hipótesis del amor me sedujo tras el escaparate de una conocida franquicia en la capital, el FNAC; aunque se aprecia ironía en las conversaciones, sobre todo, las de los dos protagonistas, a medida que me fui sumergiendo supe que no iba a pasar “nada significativo”, y que el final es tan previsible como encontrarte una hoja de lechuga en una ensalada. Cierto que el calor veraniego sugiere lecturas ligeras- bastante tenemos con las altas temperaturas.
Mucho más interesante en mi opinión es Hard Land, de Benedict Wells, un escritor alemán, creo que poco conocido. A mí no me sonaba de nada. Narra el acceso al mundo adulto de un adolescente cuya madre se está muriendo, no se habla con su padre y su hermana vive en otra ciudad. La prosa de este escritor es auténtica, tienes la sensación de -efectivamente- estar escuchando a un muchacho de unos dieciséis, que son los que tiene el personaje. No suceden cosas grandiosas, pero por la simple forma de contarlo merece la pena. El título es muy apropiado, pues hacerse adulto es como trabajar una tierra dura. Nada que ver con la lectura de Punto ciego, de Paula Hawkins, con el que me llevé una gran decepción. Su estilo es muy cinematográfico, más bien por la parquedad de sus adjetivos que por la riqueza de matices, y el final me pareció una “estafa” al lector, porque no se puede contar una escena describiendo al personaje principal de un modo y luego sacarse un conejo de la chistera. Si quieres sorprender, debes haber dejado caer alguna duda -antes- sobre sus rasgos, durante la narración. Y si Hard Land es un título adecuado para el libro anterior, Punto ciego es tan solo un golpe de efecto, pues del punto ciego solo se habla en una página para contar la dolencia de un personaje, en un breve párrafo, que nada añade a la trama. Cuando compras un libro esperas algo. En la hipótesis del amor no esperaba algo profundo, pues su sinopsis “da” a entender de qué va, pero un libro que se vende como thriller o drama debe dar algo de drama o misterio “verdaderos”.
También me encantó el arranque de El café Gotham, de Stephen King. Es un escritor también muy cinematográfico, y muy intrigante, que gradúa la trama de forma tal que te tiene en vilo, mantiene el suspense hasta que el argumento se declina en rojo sangre, pariente carnal del gore. Todo escritor se define por su estilo personal, y este cuento sigue la línea del estilo de Stephen King, plasmado en muchas películas, algunas ya de culto, como Carrie.
Tengo pendiente de lectura El pasajero y Stella Maris (su continuación dentro de la misma novela) de Cormac MCarthy, a quien el recientemente fallecido Javier Marías loa como a un gran escritor, merecedor del Nobel (según dice la contraportada). Reconozco también mi asignatura pendiente con Javier Marías y toda su obra. Hace cierto tiempo, un querido amigo me habló de él como un gran escritor, mucho antes de que falleciese y sus novelas comenzasen a releerse de forma desenfrenada- eso es lo que tienen las modas, y también las muertes. Aunque debo decir que sus entrevistas y bastantes de sus agudos artículos me han seducido más que lo poquísimo que todavía he leído de su prosa. Los enamoramientos la tengo en la mesilla de noche, y solo la he comenzado.
Y ahora viene la parte que estaba esperando ardientemente, deseando trasmitiros a todos los que me habéis seguido a través de MUNDIARIO hasta la fecha. Os presento mi primera creación literaria, Morticia Mía. Ya está a la venta en Amazon, tanto en formato físico como electrónico. Autopublico con la Editorial Letra Minúscula. Gracias, Paula. Y, sobre todo, gracias Michael, por todo. Han sido muchos meses "mano a mano".
Escribí la novela entre septiembre de 2016 y marzo de 2017 y poco queda de la persona que era; desde entonces, salvo algún revés puntual, no me he cansado de escribir.
El curioso título tiene que ver con la parte esencial de la trama, una historia de amor a la Muerte que se desarrolla en el último tercio. Morticia es la Muerte, personificada en una mujer atemporal y sonriente, muy diferente a una vieja decrépita, como es tradicional describirla. Es amada (de ahí “mía”) por un misterioso personaje que aparece y desaparece, hasta ser el personaje esencial, atormentado por un doble amor: el onírico (la Muerte) que se le representa cada vez con mayor frecuencia, y otro amor, real, pero imposible. En la época en que escribí la novela carecía de estructura y ahora consta de noventa y cinco capítulos, la mayoría de ellos breves, para dar más viveza a la acción,; suprimí también cien páginas, aligerando su lectura, eliminando las escenas en que no sucedía nada o eran descripciones de relleno. Como lectora me impacientan ese tipo de escenas. Lo más potente lo dejé tal y como estaba. Era el alma del libro.
Morticia mía habla de amor, de desamor, de amistad, de rivalidades, de celos, de enredos, de Vida y de Muerte y de ahí el título. Por supuesto hay mucho más, pero no podría desvelarlo sin que su lectura perdiese interés. En sus 493 páginas las tramas intercaladas van de lo cómico y superficial a lo profundo y dramático, o misterioso. También la ternura, y mi amor por los niños, a través de un niño, Nicolás, y tres cuentos infantiles, creados por otro personaje ficticio, una escritora llamada Beronia Belmonte, pero incorporados a la novela.
Como consta en su sinopsis, el punto de partida es la impresión que un libro- Las flores del mal- causa en la mente de un joven, un pretexto literario para narrar la verdadera historia.
Tres chicas de veintitantos años viven juntas en un piso del centro de Madrid: Gala, Laura, y Zenda. Con sus líos amorosos, cada una de ellas representa lo cerebral, lo pasional y lo espiritual, y sus personalidades avanzan a la par que las tramas, diversas y entrelazadas: las conversaciones filosóficas de Gala con Horacio, su mejor amigo, las juergas de Laura con su tío Arturo. El arte como forma de expresión, a través de la pintura, o el cine; la espiritualidad de Zenda, que regenta un herbolario, Los siete Chakras; la sed de aventuras -un viaje a Australia, plasmado en un diario…
A día de hoy mi personaje favorito es Laura, la amiga alegre y alocada de la protagonista, Gala, a quien pasa de todo, porque es muy divertida, al igual que su tío Arturo, un hombre “maduro” con pánico al compromiso y con quien sale de juerga. Gala es el personaje serio que carga con un drama vital e infantil, y Zenda, la amiga espiritual y equilibrada. La que menos evoluciona a lo largo de la trama, pero a quien también suceden enredos a causa de otros personajes secundarios. Los malentendidos son como la pizza de nuestros días: gustan a casi todos los paladares al complicar las tramas. Porque para que una novela tenga “chicha”, no basta con que los personajes principales tengan “densidad emocional”; los personajes secundarios también deben tener densidad propia pues son, en gran medida, los que hacen avanzar la narración.
Resulta difícil valorar objetivamente una novela para su propio autor, su padre intelectual, desapegarse emocionalmente de su propia creación. Por eso, para concluir y haciendo un paralelismo con un menú- la comida es otra de mis pasiones- podría decir que esta novela es un menú en tres tiempos.
La primera parte: Tres chicas, sería un menú castizo, typical spanish, a decir de los guiris. Tortilla de patata bien cuajada, pero jugosa, croquetas crujientes y esponjosas, jamoncito del bueno… Tiraremos la casa por la ventana y diremos que es jamón de bellota o de Guijuelo, no se vaya a enfadar mi padre, salmantino de pro. Desde una perspectiva emocional, es la parte más jovial de las tres. La segunda: Entre Australia y España, es la sed de aventuras, el viaje iniciático que supone todo crecimiento personal, un menú exótico, con platos de otros países como corresponde a un viaje de estas características, aunque en Australia- continente que he tenido la suerte de conocer hace unos cuantos años- no destaca ningún plato en especial, sino que debido a su “ historia reciente”, su cocina es fusión de las cocinas del mundo- como apunte diré que en las guías se señala la Pavlova como postre típico de allí.
Y finalmente la tercera parte, Morticia, es el postre gourmet con el que rematar una buena comida, ese que como lector deseas, pues toda novela debe ir in crescendo hacia el final. Aquí se concluyen varias tramas ya apuntadas, y el ritmo se hace vertiginoso en las veinte últimas, alcanzando el clímax en su última palabra- respecto de la cual no pienso hacer spoiler: Solo diré, es como comer un bombón de licor sin saber que está relleno de ese poderoso líquido. O mejor aún, paladear lentamente una intensa trufa de chocolate, ¿y a quién no le gusta el chocolate?
Mi madre fue quien, en su día, inspiró mi vocación literaria, y es a quien dedico esta novela. A los que os guste mi forma de escribir, que conectéis con mi estilo, estoy segura de que os gustará porque tiene un poco de todo. ¡Buen apetito!