Voto en blanco o voto en tinto

El vino que tiene Asunción, ni es tinto ni es blanco ni tiene color. Tal es así que podría ser la C
Voto en blanco o voto en tinto
El vino que tiene Asunción, ni es tinto ni es blanco ni tiene color. Tal es así que podría ser la Constitución europea, que tampoco es blanca, ni tinta, ni parece tener color alguno. Vamos, que es un tratado peleón. Quizás sea por eso tan difícil de explicar a los ciudadanos.

En un ejercicio de finísima didáctica, los partidarios del “sí” en el referéndum para apoyar esta propuesta constitucional tratan de simplificar el mensaje para que los ciudadanos puedan tomar decisiones con libertad, responsabilidad y diligencia. En lugar de explicar pormenorizadamente el tedioso tratado (¡tiene más páginas que el listín de teléfonos de Mexico D.F.!), lanzan un mensaje sencillo, conciso, claro: “O votas ‘sí’ o se abrirán a tus pies las puertas del infierno”. Jo, qué miedo.

Los partidarios del ‘no’ son de tan variada procedencia y con tal abanico de razones que nos ahogan en la inconcreción y, al final, el Tratado es malo por una razón y también por su contraria. Por ejemplo, para los nacionalistas es negativa porque no da pie a la autodeterminación y para los centralistas también es deficiente porque no consagra el centralismo. Toma ya.

En ambientes más sesudos, los partidarios del “sí” reconocen que la Constitución no es la mejor, pero que es mucho mejor que lo que tenemos ahora y que eso permitirá avanzar en la construcción de una Europa más eficaz. Los defensores del “no” argumentan que los ciudadanos no tenemos por qué conformarnos con un apaño, que la Constitución es como los diamantes, para toda la vida, y que ya puede estar bien pulida ahora o mal va a estarlo cuando ya se haya aprobado. El caso no es dilucidar si esta Constitución puede o no ser mejor. Siempre puede ser mejor, como casi todo. Lo importante es ver si es la mejor dentro de lo posible, o si aún le falta un hervor. Y en eso estamos. Misión imposible.

A este respecto, a mí lo que me da mala espina es que si no somos capaces de ponernos de acuerdo ni siquiera en algo tan impreciso como una declaración de intenciones (que es lo que es, al fin y al cabo, una Constitución) cómo será cuando tengamos que desarrollarla en leyes concretas. ¡Ai, miña madriña!

Luego están las posiciones partidistas, que repasó magistralmente el siempre genial Pereiro en un artículo publicado en este mismo diario cuya lectura les recomiendo encarecidamente, y en el que aliña una fabulosa ensalada de votos en la que algunos que defienden el ‘sí’ (como el Partido Popular) en realidad quieren votar ‘no’ para fastidiar a otros que defienden el ‘sí’ (el PSOE) ya que el ‘sí’ podría interpretarse como un apoyo a ZP. Simultáneamente, esos que abogan por el ‘sí’ pero ‘no’ descalifican a los que votarán abiertamente que ‘no’ (por ejemplo, los nacionalistas catalanes) porque no apoyan precisamente a los que piden el ‘sí’, aunque finalmente unos (el PP) y otros (los nacionalistas) voten lo mismo, o sea, ‘no’. Y para remediar tal lío, aparece una postura intermedia, que es la abstención, una opción que los demócratas siempre consideraron propia de vagos y maleantes, pero que en esta ocasión le parece bien a los sectores reaccionarios, encabezados por la Iglesia católica y bendecidos por los altos cargos populares que todos ya conocemos.

Pero ¡alto ahí!. Hay otra opción, virgen todavía, que apuntó el amigo Pereiro: el voto en blanco.

Así que la disyuntiva, al menos en mi caso, está en si blanco o tinto, y aunque aún no he decidido si darle al ribeiro, al mencía o al barrantes, después de media hora de reflexionar sobre el Tratado lo único que sé es que tengo un mareo de tres pares de narices que ni que me hubiera bajado treinta porrones de los de Asunción. Yo, ahora mismo, más que una Constitución europea veo una Constitución melopea. O dos.

Hip.