¿Volverá Sánchez a caer de pie?

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España. / La Moncloa.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España. / La Moncloa.
El PSOE ha sido, tradicionalmente, un partido de equilibrios territoriales y que basó su crecimiento y estabilidad en España en acuerdos entre federaciones.
¿Volverá Sánchez a caer de pie?

Domingo 21 de mayo de 2017. Al filo de las nueve de la noche los teletipos arden anunciando la victoria de Pedro Sánchez sobre Susana Díaz. El díscolo secretario general que se había negado rotundamente a facilitar la investidura de Mariano Rajoy vence con claridad a la candidata oficialista –así denominada pese a que el aparato del PSOE en la mayoría de las comunidades apoyó a Sánchez – superando, una vez más, las dificultades que se le presentaban en su carrera política. Ya lo había hecho cuando, sorprendentemente, derrotó a Eduardo Madina, el candidato favorito de Alfredo Pérez Rubalcaba.

Tres años más tarde la elección había sido a cara de perro, con la guardia pretoriana de Sánchez y la presidenta andaluza destrozándose en las redes sociales y con una herida abierta por la que todavía sangra el socialismo español. Apoyado por sus fieles, el nuevo secretario general prometió unidad, reivindicó la democracia interna y el papel de la militancia como sus valores de referencia, mientras recorría España entera señalándose a sí mismo como la verdadera izquierda del PSOE.

Seis años después de aquellas primarias, el PSOE poco o nada tiene que ver con lo que fue. La prometida unidad nunca llegó y la mínima disidencia fue eliminada, la reflexión política fue sustituida por el twitter y “la voz de la militancia” por la decisión única y omnipotente del secretario general.

El PSOE ha sido, tradicionalmente, un partido de equilibrios territoriales y que basó su crecimiento y estabilidad en España en acuerdos entre federaciones. Aquél modelo se sustituyó por otro absolutamente presidencialista en el que cualquier opinión distinta era tachada de deslealtad. De paso, se han posicionado en el PSOE personas de un bajo nivel que jamás se habrían imaginado estar donde están.

Un discurso diluido entre propuestas ajenas

La llegada al Gobierno, primero a través de la moción de censura y posteriormente en la coalición sellada con Podemos, no hizo sino espesar el silencio acrítico en las filas socialistas. En nombre de la estabilidad del Ejecutivo todas las cesiones fueron pocas para mantener “la mayoría de la moción de censura” y, muy especialmente, la unidad con los de Pablo Iglesias. Paulatinamente, el PSOE diluyó su discurso entre propuestas del todo ajenas al ideario socialista.

Superada la tregua entre socios de Gobierno que supuso la pandemia y la llegada de los fondos europeos y con la formación morada en riesgo de extinción, Podemos apretó las tuercas con el objetivo de imponer sus prioridades legislativas. Los estragos de la ley del si es sí, el enfrentamiento con el feminismo clásico por la ley trans, la dificultad en el acuerdo para la ley de vivienda, las cesiones a los independentistas catalanes, la modificación del delito de malversación, la alargada sombra de Bildu o las ocurrencias de la ministra Belarra fueron como clavos en el ataúd de la militancia y, muy especialmente, del electorado socialista.

Estrategias que no han funcionado

En esta tesitura, convencidos de que la estabilidad económica y la proyección exterior de Sánchez serían el mejor reclamo para el electorado y arropados por los experimentos del CIS de Tezanos, la Moncloa se lanzó a una campaña en clave estatal, de confrontación directa con la derecha e intentando, una vez más, desacreditar a Feijóo con la amenaza de Vox, la extrema derecha.

Lo que no funcionó contra Mañueco ni contra Moreno Bonilla tampoco fue útil para contener la ola popular que el pasado domingo barrió buena parte del poder territorial, local y autonómico, con el que contaban los socialistas.

Del tsunami vivido apenas salvaron los muebles un puñado de ciudades medianas –entre ellas, Vigo, con Abel Caballero, de manera destacada–, los meritorios resultados de Canarias y Asturias y la mayoría absoluta de García Page, uno de los escasos dirigentes autonómicos capaces de discrepar abiertamente con Sánchez y a quien este soñaba con sustituir por Isabel Rodríguez al menor resbalón. Al fracaso socialista se unió la debacle de sus socios de gobierno y el estrepitoso revés de los apoyos territoriales de Yolanda Díaz, hasta hace una semana aspirante a presidenta, a quien el electorado ha dejado convertida en virtualidad demoscópica.

Lunes 29 de mayo de 2023. Pocas horas después del descalabro electoral sufrido por el Partido Socialista, Pedro Sánchez anuncia la convocatoria de elecciones generales para el 23 de julio. La decisión ha sido tomada, al parecer, por el presidente y su círculo más cercano, sin el refrendo de la Ejecutiva federal y ante el estupor de militantes y dirigentes de toda España, que todavía no habían digerido la derrota del día anterior.

En su comparecencia, Pedro Sánchez conmina al electorado progresista a “asumir la responsabilidad de decidir”. Siempre aficionado a los plebiscitos, aboca al país a una suerte de segunda vuelta con idéntico planteamiento: o yo, o el caos. Tal vez el electorado ya haya elegido. Pero no es menos cierto que Sánchez sabe caer de pie. @mundiario

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