La globalización es una forma de entender el mundo que plantea muchos retos

La globalización es ya inevitable
La globalización es ya inevitable

Un asunto de calado. La globalización es hoy ineludible para entender la sociedad contemporánea, con sus ventajas y desventajas, y plantea una serie de difíciles desafíos para evolucionar.

La globalización es una forma de entender el mundo que plantea muchos retos

“Los Estados son demasiado grandes para los pequeños problemas, y demasiado pequeños para los grandes desafíos de la globalización”. Esta contundente afirmación de Daniel Bell nos permite deducir el carácter contradictorio del mundo en que vivimos, consonante con la globalización acelerada que sufrimos o de la que gozamos, paradójicamente positiva y negativa, como todo, según la perspectiva que adoptemos, pero quizás en este fenómeno este ying y yang se manifiesten más considerablemente.

La globalización se define, como señala Sala i Martín, como la situación en que existe el libre movimiento internacional de cinco factores: capital, trabajo, tecnologías, comercio e información. No podemos escapar de la globalización, porque es un hecho de la sociedad moderna –o, posmoderna, para mayor rigor– pese a que presente tantas desventajas en ocasiones que exista una globofobia, como movimiento opuesto. Además, también podemos hablar de un neologismo de esos que tanto gustan ahora, la glocalización, que muestra claramente esta paradoja de la que hablaba antes, de potenciar lo local en un mundo global. Quizás esta sea la solución que deje contentos a los globófilos y a los globófos, porque parece claro que hoy está más interconectada que nunca la política, la economía, y la cultura y sociedad.

La globalización en el ámbito político, económico y social 

En el ámbito político, se habla de una crisis del Estado Nación, que podemos percibir desde hace unos años sin necesidad de alejarnos. Se plantea qué es un Estado, si el término coincide con la Nación, y cuál es el ámbito de soberanía óptimo, cuando, de un lado, existe una tendencia a condensar autonomía en entidades con identidad histórica, y por otro, a ceder autonomía a organizaciones supranacionales que deciden sobre grandes intereses sin contar con la opinión nacional. Esta tendencia supranacional está fuertemente vinculada con una nueva vvisión de las relaciones internaciones, que obliga a una reforma de las organización internacional, de las instituciones que manejan “desde arriba” cómo gobernar el mundo. En este sentido, se ha hablado de instituciones del siglo XX para problemas del siglo XXI, problemas ya señalados por la ONU (precisamente, una de esas instituciones cuya reforma se defiende desde diversos sectores) como los sociales y económicos, entre los que incluyen las pandemias que hoy se transmiten entre países con más facilidad que nunca, los conflictos interestatales e intraestatales, el terrorismo, las armas de destrucción masiva y el crimen organizado internacional.

Económicamente, existe una liberalización de los mercados, de la circulación de capitales y mercancías, que muchos ven como una ventaja, y otros como una desventaja, en función del sistema económico que se defienda. Por un lado, la pobreza y la desigualdad se hace más visible, favoreciendo la lucha contra la misma. Por otro, si esta lucha no es efectiva, esa visibilidad no se convierte en un instrumento útil, y hace que surjan más conflictos al existir una mayor posibilidad de comparación. Es, de nuevo, otra dicotomía planteada por la globalización, lo que se plantea: el trade versus aid, el comercio o la ayuda para África, lo que centra el debate de los foros mundiales sobre cómo acabar con la pobreza extrema de muchos países del mundo. También desde el punto de vista económico, el trabajo se ha internacionalizado, lo que para el primer mundo puede ser una ventaja, sobre todo si nos tomamos de ejemplo a nosotros, con una alta tasa de desempleo y obligados, en muchos casos, a traspasar las fronteras para ganar un sueldo. Pero para otros es una desventaja, y la explotación laboral en países subdesarrollados es un claro efecto de la desaparición de las fronteras virtuales entre países.

Socialmente, podemos hablar de una sociedad del riesgo global, siguiendo a Ulrich Beck, cita obligatoria en mis artículos referidos a estos cambios del mundo actual, en la que nada es seguro ya. Y además, se critica la Macdonalización de la cultura, lo que en ocasiones da lugar a una reacción completamente opuesta de defensa de lo propio y exportación de los valores identitarios, que sería un efecto positivo de la globalización. Gracias a que vemos que peligra nuestro idioma, nuestras marcas, nuestra cultura, la protegemos y la recuperamos para no perderla. Claro, esto no siempre es así, pero parece que ahora existe un movimiento glocalizador que sí va en esta dirección.

La globalización: hacia el progreso o retroceso
Para Martín Ortega, existe un progreso histórico incuestionable desde los últimos años, cuyo comienzo data en el fin de la Guerra Fría, en el que hay que aprovechar el debate común y lenguaje global permanente existente en la actualidad.
Estamos en un momento en que el poder de la humanidad ha alcanzado tal nivel que puede, o destruirlo todo, o hacer que todos vivamos mejor. Saber aprovecharlo es responsabilidad fundamental de todos. Según Inmanuel Kant, “tener un gran poder lleva a una gran responsabilidad”, y de ahí que seamos conscientes de que el mundo, más unido que nunca y tan separado como siempre, tiene que plantearse si quiere asegurar su futuro, o extinguirse en el presente.

 

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