Rose Gate nos invita a leer Xánder; un relato de sentimientos, sexo y mucho humor

Xánder, novela de Rose Gate./ R.G.
Xánder, novela de Rose Gate./ R.G.

Rose Gate se ha convertido en una de las escritoras más populares de nuestro país. ¿Su secreto? Un lenguaje directo, pero lleno de dinamismo e ironía. 

Rose Gate nos invita a leer Xánder; un relato de sentimientos, sexo y mucho humor

En poco tiempo, Rose Gate se ha convertido en una de las escritoras con más lectores en nuestro país. ¿Su secreto? La forma de acercarse a su público con un lenguaje llano, pero lleno de dinamismo e ironía.

Novelas como Xánder combinan, además, toda clase de secuencias en las que predomina el humor, el sexo o los sentimientos. Esa combinación, que solamente ella sabe cómo elaborar, opera en aras del entretenimiento. Aquí os dejamos un fragmento donde se comprueba el éxito de la literatura de Rose.

«Va patrullando la ciudad, va patrullando la ciudad, por la noche con su coche, apatrulla la ciudad», tarareo mientras aporreo el volante del taxi con mis dedos.

Sé que es una canción mu friki, pero es como un extraño ritual. Cada noche, cuando bajo a por Maya, mi sexy Seat Toledo de culo respingón, apodado el coche de los taxistas, lo primero que hago es sentarme al volante, ajustar el retrovisor y colocarme el cinturón de seguridad ronroneando como un gato contra el respaldo del asiento. Está cubierto de bolas de madera masajeantes, tantas horas en el taxi hacen que la espalda se te quede destrozada y, por lo menos así, se alivia un poco.

Tarareo la maldita estrofa que tengo grabada en la mente desde que vi Torrente en una sesión de cine familiar.

El Fari siempre fue un referente en el sector del taxi español, al cual me dedico desde que me saqué el carné de conducir. Él, y por supuesto el mítico Justo Molinero, que al frente de Radio Tele-Taxi, habían formado parte de mi infancia, al igual que la de mis hermanos.

Bajé el parasol del coche. Sí, ya sabéis, esa cosa que hay justo encima del parabrisas que intenta impedir que te deslumbres al conducir para que no te dejes los dientes en el volante. Tal vez lo reconozcáis mejor si os digo que lleva un espejo muy mono para ver si se te ha quedado un trozo de lechuga entre los dientes, arrancarte un pelo del entrecejo que ha decidido brotar de repente, cual champiñón, o el lugar elegido para observar esa espinilla indolente que se niega a ser explotada y que termina muriendo aplastada entre tus dedos. Exacto, ese es el parasol. Bien, pues lo bajé para echarme un ojo antes de arrancar, aquello también formaba parte del ritual, aunque no hubiera demasiado que ver salvo mi reflejo.

Allí estaba yo, con mis enormes ojos azules abiertos de par en par, como si fuera capaz de que todo lo que veía quedara grabado en mis retinas. Tenía el pelo rubio platino y la piel muy blanca, así que un día decidí darme algo de color para no parecer una vampira de una peli de serie B. Llevaba las puntas coloreadas en rosa chicle y azul, a lo Harley Queen. Eso fue lo único que dejé que me hiciera mi amiga Vanessa, que era peluquera, que se empeñaba en que me pintara los labios y pareciera menos mortecina, pero me negaba a llevar un gramo de maquillaje en el rostro.

La doble de Margot Robbie de Cornellá, así era como me llamaba mi hermano mellizo cuando decidí darle un toque de color a mi melena. Y lo cierto es que me daba un aire, solo que yo no tenía su clase ni su profesión ni, obviamente, su dinero.

Nani, ese era mi nombre. Bueno, mejor dicho, Encarni, aunque me liaba a hostias si alguno de mis hermanos me llamaba por aquel odioso nombre.

Sí, ya sé, ¿en qué estaban pensando mis padres para poner a una chica de mi edad un nombre como Encarni? Pues para ellos hay una explicación. Era la quinta de cinco hermanos, todos chicos, incluso mi mellizo era varón. Así que, cuando nací, era poco más que un milagro, que, por cierto, es mi segundo nombre, aunque lo erradiqué incluso de mi carné de identidad. A ver si me centro y no divago… es que el tema de mi nombre me pone un pelín nerviosa.

Pues como os iba contando, mi padre estaba tan contento de que fuera una niña que quiso que llevara el nombre de su difunta madre, mi abuela, colocándome en la partida de nacimiento el susodicho nombrecito: María de la Encarnación Milagros de todos los Santos, una cruz que me acompañará hasta el fin de mis días. Además, seguía con el orden estipulado para todos mis hermanos, del primero al último íbamos por orden alfabético, así que, sí o sí, mi destino era comenzar por «E».

Andrés, Bertín, César, Damián y yo, había una diferencia de dos años secuencial, es decir, que mi madre cada dos años paría, toda su juventud se la había pasado luciendo bombo, así que mi padre, que también se llamaba Andrés, la llamaba cariñosamente Manuela la del bombo.

Fue tal el cariño que le pilló a la barriga, que veintiún años después, bueno, casi veintidós, que son los que cumpliré en breve, seguía con ella. Lo achacaba a los partos, pero es que tendríais que ver cómo comía la condenada. Con la excusa de que la comida no se tira, arrasaba con las sobras de todos los platos, y encima, mojando pan, no vaya a ser que quede algún resto de carne en salsa pegado al plato". @mundiario

Comentarios